Facultad de Derecho
Facultad de Derecho
La escuela es quizá el lugar más significativo en nuestras vidas, no solo porque ahí aprendemos un sinfín de conocimientos, también por el ambiente en el que nos desarrollamos, las amistades que vamos forjando, las enseñanzas de vida que nos deja y los múltiples aprendizajes que –para bien o para mal– adquirimos a lo largo del estudio y de nuestro paso por las aulas y los laboratorios.
Y desde luego porque experimentamos una serie de cambios que se traducen en una formación integral académica, profesional y social gracias a todo lo que nos trasmiten lxs docentes y al núcleo de convivencia con nuestrxs compañerxs de clase, nuestrxs amigxs y aquellas personas con las que generamos relaciones y confianza mutua. Por ende: ¿la educación debe ir más allá del conocimiento?, ¿cómo incentivar un modelo educativo progresista, abierto e incluyente? Y, ¿qué podemos hacer para construir un entorno amigable para el aprendizaje?
Durante estos años de mi vida estudiantil la escuela tuvo un gran impacto desde la niñez y hasta la actualidad en mí, porque gracias a ella adquirí las herramientas para desarrollarme en lo personal y en lo colectivo, desenvolverme con gente de mi misma edad, crear relaciones de amistad y compañerismo, construir mi propia identidad y enfrentar situaciones muy difíciles y adversas.
Sin embargo, no sería hasta mi estancia en el CCH Naucalpan que vería el verdadero significado de la escuela, al transitar de un modelo tradicional y cerrado a un modelo activo, abierto, plural, crítico y autónomo. En esta etapa entendí que la educación no solo la hace quien la imparte sino también quien la recibe, es decir, cuando lxs estudiantes nos involucramos dentro de la enseñanza para cuestionar y criticar el conocimiento y aportar uno nuevo, el docente pasa a un plano de igualdad con el alumnado y se convierte en su guía y constructor del aprendizaje.
Ahí, el pensamiento crítico se convirtió en una herramienta constante en todas las clases y actividades que realicé, y me enseñó que el sistema educativo innovador es fundamental para trascender e impactar positivamente en nuestro entorno. Pero esto no terminó aquí, ya que la pandemia del COVID-19 evidenció que la educación debe ir más allá del conocimiento y ser comprensiva ante las múltiples dificultades y deficiencias que cada quien presente para lograr un excelente rendimiento académico.
Por ello –y después de vivir en carne propia la realidad educativa– veo la necesidad de transitar a un modelo que aplique el trabajo colectivo y el aprendizaje compartido entre docente y alumnado en medio de un entorno abierto al diálogo, al debate, al cuestionamiento y al análisis, pero que a su vez sea empático y sensible con las necesidades de las nuevas generaciones, para alcanzar una escuela dinámica que forme a estudiantes con criterio propio, erradique prácticas autoritarias de imposición y busque dar respuesta a los problemas que hoy en día nos aquejan.
Esto solo será posible si incentivamos a lxs alumnxs a participar en la construcción de las bases del conocimiento y si lxs docentes muestran interés por apoyarles, promueven un ambiente de confianza y sana convivencia e impulsen nuevas formas de enseñanza incluyentes, digeribles y accesibles.
También he de decir que la escuela, además de brindar una formación, promueve el desarrollo de actividades que estimulan la creatividad, el talento, el liderazgo, la investigación, el arte, la cultura y el patriotismo, con el fin de ir más allá de las aulas y laboratorios y participar en proyectos e iniciativas intra e interinstitucionales, lo cual resulta extraordinariamente bueno y enriquecedor al fortalecer el vínculo que debe existir entre comunidades estudiantiles para alcanzar objetivos y metas en común.
Inclusive, con todo esto me atrevo a afirmar que lxs estudiantes hacemos política dentro y fuera de la escuela, en virtud de que a través de nuestros méritos académicos y todas las herramientas que adquirimos incidimos en la construcción de un nuevo porvenir y en muchos cambios que dejan huella en la sociedad y hacia donde vayamos.
Resulta interesante, a partir de lo anterior, deducir que la educación coadyuva a la reconstrucción del tejido social gracias a que involucra múltiples áreas del conocimiento, una importante pluralidad en todas sus expresiones y diversas problemáticas que lastiman a nuestra sociedad, mismas que sirven de base para diseñar y crear: programas y planes de estudio, actividades deportivo culturales y de recreación, e iniciativas que busquen –con la teoría y la praxis– erradicar progresivamente situaciones dañinas y recuperar el espíritu de la cohesión social.
Así, fortalecemos los valores aprendidos desde el hogar y la familia, construimos ambientes sanos de convivencia, incentivamos la participación ciudadana y, lo más importante, abrimos paso a diferentes visiones colectivas que históricamente fueron ignoradas o invisibilizadas para prevenir situaciones de discriminación, delincuencia, violencia y otros similares.
Esta nueva perspectiva expresa lo que, a mi juicio, debe considerarse para una escuela progresista, de vanguardia, incluyente e innovadora, donde más allá de adquirir el conocimiento, sea acorde a la realidad que vivimos, se abra a nuevos horizontes, atienda las preocupaciones de lxs estudiantes y lxs docentes y verdaderamente impulse una transformación profunda a través del pensamiento crítico, el análisis, el cuestionamiento y la participación activa.
Aún falta mucho por hacer, pero estoy convencido que desde la educación podemos impulsar pequeñas acciones que a largo plazo se materialicen en significativos cambios para todxs, y que requerirán de voluntad y disposición para emprenderlas y cosechar grandes resultados.
Por: Ángel Arturo Basilio Rivera
Para muchas empresas los baristas solo somos personas que hacemos café y piensan que cualquiera puede hacer esto
Por: Natali Paola Santiago Velázquez
Una entrada a un nuevo mundo lleno de oportunidades, éxito y experiencias