Centro de Nanociencias y Nanotecnología
Centro de Nanociencias y Nanotecnología
Una, dos, tres curvas y no paramos… Estoy harto de estar en esta maldita camioneta. Viajar siempre me cansa; no sé si es el tedio de no poder moverme con libertad, los rayos del sol que encandilan al salir de las nubes, o qué sé yo. Sin embargo, esta vez es peor: me siento inusualmente deshidratado, mareado y con palpitaciones en el cráneo. Hablando con el conductor, me dice que es natural: muchos desafortunados que suben al observatorio encuentran en su destino un surtido de síntomas poco agradables.
Imagínate, vengo de Ensenada, mi casa está a escasos minutos de la playa, y ahora estoy a 2800 metros sobre el nivel del mar, los cuales fueron alcanzados en alrededor de ¿4 horas?.
Las curvas no dejan de aparecer: cuatro, cinco, seis. No pasa mucho antes de que llegue la novedad. Los árboles son cada vez más constantes, delgados y poco tupidos, se alzan a la distancia, cubriendo poco a poco la periferia hasta rodear la carretera, que por cierto se estrecha. ¡Hey, mira! Un venado. Parece que está acostumbrado a que los autos pasen a su lado, ya que no se molesta en correr, solo nos observa de costado y sigue con lo suyo. El sol ha comenzado a caer y con ello un desglose de colores y degradados en el horizonte se hace notar: azul, naranja y rosa se mezclan, dando una leve pero notoria zona color coral que termina de endulzar el banquete. Entiendo cómo funciona la dispersión de Rayleigh, cómo la luz pasa por la atmósfera, donde es difractada por las partículas que en ella se encuentran, resultando en esas bellas y románticas puestas de sol. Sin embargo, la explicación teórica no es siquiera capaz de rozar la belleza que mis ojos ven.
He venido a este sitio a observar estrellas, galaxias y nebulosas, maravillosos entes de la creación que nos impresionan con sus formas, composiciones y colores, y que no seríamos capaces de admirar tan detalladamente sin los telescopios como los que se encuentran en San Pedro Mártir, gigantes postrados en las montañas que duermen de día y, por la noche, observan el manto estelar. Son maravillas fruto de la ciencia y la ingeniería, pero heme aquí, absorbido por una puesta de sol que parece derretirse en colores, bañando el valle con tonos otoñales en pleno verano. ¡Ouch! Vuelvo a la realidad con una ráfaga de dolor que aparece en mi cráneo: pasamos por un bache y he saltado directo al techo del vehículo.
Finalmente, me comunican que hemos llegado; el Observatorio Astronómico Nacional San Pedro Mártir se encuentra a la vista y yo he vuelto a marearme. Necesito un baño.
Por Ariadne Elizabeth Manriquez Baeza
“Tlatelolco. Epicentro de desarme nuclear y feminismos.”
Por Nathalia Regina González Guzmán
Esta agrupación musical nos representa a nivel internacional
Por Aquetzalli Urban Fonseca
No es sólo una escuela, es refugio, es consuelo, es complicidad
Por: Sebastián Coronel Osnaya
Mi paso por la carrera de Derecho en FES Acatlán
Por: Janet Franco Balderas
Una propuesta estudiantil y antropológica