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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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CREDITO: Foto de Danish Ahmad de Pexels
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Iván López Vargas

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 2

Soy un estudiante de bachillerato que disfruta escribir y leer.

Un día de lluvia

Número 12 / ENERO - MARZO 2024

No todos los nahuales cuidan a la gente…

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Iván López Vargas

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 2

La gente de Tecomatlán no estaba acostumbrada a la lluvia, en ese pueblo los días lluviosos eran eventos extraordinarios y siempre estaban relacionados con algún suceso trágico. Por esa razón el ambiente se volvió tenso y pesado aquella mañana en la que el cielo se tornó gris y el viento empezó a soplar con la fuerza suficiente para agitar las hojas de los contados árboles que sobrevivían a la aridez del pueblo. La cosa empeoró cuando al mediodía las primeras gotas empezaron a caer, porque la gente se puso nerviosa y se encerró en sus casas, trabó puertas y ventanas y aguardó en silencio. La mayoría esperaba más la tragedia que siempre acompañaba a la lluvia, que el cese de la misma. 

Salvador Pineda, el patriarca de la familia más prestigiosa del pueblo, se encontraba ansioso y sentado en el borde de su cama, al igual que todos se hallaba temeroso, pero en guardia y dispuesto a defender su familia y sus animales. Contemplaba a los animales pensando que los miedos que atormentaban a toda la gente de Tecomatlán, incluido Salvador, tenían como protagonista al muchacho Doroteo. Era el hijo de una intrusa. 

Aquel día lluvioso la gente pensaba en Doroteo porque en su memoria seguía latente el lóbrego recuerdo de la última vez que el suelo cuarteado de Tecomatlán había sido humedecido por la lluvia. Había ocurrido hace diecisiete años, la gente también se había encerrado en sus casas para empezar a rezar y evitar una desgracia. Al principio todos creyeron que había funcionado, pues ningún infortunio golpeó al pueblo, aunque sí ocurrió un evento particular. Al atardecer, cuando el sol se escondía entre los cerros y la lluvia arreciaba, llegó al pueblo una misteriosa mujer cargando a una criatura en su rebozo. Llegó corriendo y pidiendo refugio, por lo menos para que recibieran a su bebé, pero la gente del pueblo era recelosa y sólo la observó desde sus ventanas. Ambos seres hubieran perecido si no fuera porque la mujer tuvo que resguardarse en uno de los corrales que pertenecían a Salvador. 

Con mucho esfuerzo y con todo en contra, la madre y su hijo terminaron por establecerse en el pueblo. Se llamaba Antonia y su hijo Doroteo, ella se ganó la vida limpiando las casas de las familias acomodadas del pueblo. Era una buena mujer, entrona y de carácter, pero honrada y respetuosa. A pesar de todo eso, Antonia y su hijo siempre fueron despreciados, de alguna manera la gente les temía por ser considerados intrusos, pero en muchos casos solo era un rechazo disfrazado de miedo. Y les temían porque eran desconocidos, un misterio. Y es sabido que la gente le teme a lo que no conoce. 

El pueblo les dio la espalda y, sin nadie que los apoyara, su situación se volvió crítica. En su juventud Doroteo pasaba días sin probar bocado, era un niño pequeño y escuálido, con las costillas marcadas a los costados. Su madre también languideció. Quizá fueron las dificultades, el hambre que no acallaba ni cuando dormían; era la imagen de una madre exhausta incapaz de dar sustento ante el rechazo de un pueblo entero… quizá fue todo eso junto lo que desencadenó e hizo explotar el don de Doroteo. 

Fue en una noche fría cuando Doroteo se transformó por primera vez, fue un proceso doloroso e intenso, pero después de unos minutos ya no era un niño. Aún transformado en, Doroteo mantuvo su delgadez y su hambre, por lo que lo primero que hizo fue dirigirse a los corrales de Salvador para saciarse. Esos mismos corrales que años atrás le habían salvado la vida. Regresó a casa y para el amanecer ya había vuelto a su forma humana, entonces fue su madre la única que desayunó. 

Al poco tiempo el remordimiento le atacó y fue una sensación más insoportable que la misma hambre, sin embargo, halló sosiego en un razonamiento. Su acción había sido equivocada, pero había sido cometida después de haber agotado todas sus opciones, después de haber sido arrinconado por el propio pueblo de tal forma que su única vía de escape fuera la de cazar al ganado. Aquella justificación fue suficiente para él, para volverlo a hacer, en parte también por su madre, que no tardó en descubrirlo todo ante su repentina y sospechosa pérdida del apetito. 

De esta manera ambos sobrellevaron la crisis, sin embargo, pronto la gente empezó a levantar sospechas y a murmurar en silencio cada vez que veían al niño, sobre todo la familia de Salvador, que no hallaba otra explicación a la muerte de sus animales. En el pueblo nadie dudaba de que Doroteo era un nahual, pero al no hallar forma de comprobarlo, lo único que ocurrió fue que aumentó el rechazo hacia Doroteo y su madre, además se confirmó la creencia de que cada rara y escasa lluvia que caía en Tecomatlán venía siempre acompañada por algún mal. 

Diecisiete años después de su llegada, cuando Doroteo era ya un hombre y su madre había fallecido a causa de la enfermedad, la lluvia volvió a caer en Tecomatlán. Entonces Salvador y su familia recordaron con inquietud la figura de Doroteo. La lluvia continuó durante casi toda la semana y no hizo más que prolongar el miedo de la gente que, al nunca haber visto tremendo diluvio en su pueblo, esperaban una tragedia de magnitud semejante. Al tercer día de lluvia, Salvador no se contuvo más y mandó a traer a alguna persona capaz de cazar brujos y toda aquella gente relacionada con cosas oscuras. Salvador decidió tomar esa medida como prevención en caso de que tanta lluvia estuviera relacionada con Doroteo.

El supuesto nigromante llegó al día siguiente cuando la lluvia se había calmado un poco. Era alto y de un porte elegante, llevaba un maletín enorme y pesado. Salvador lo ayudó a conducirse hasta la habitación de huéspedes que había en su casa. Se llamaba José y se quedaría en casa de Salvador el tiempo que necesitara. Aquella noche, la cuarta, la lluvia cesó casi por completo al igual que su estruendo. 

La familia Pineda durmió tranquila y en silencio, pero a mitad de la madrugada un alboroto proveniente de los corrales despertó a todos. Salvador no perdió el tiempo ni siquiera en vestirse, tomó su rifle y se encaminó decidido a acabar con ese demonio llamado Doroteo, imaginó que se encontraría a José en el camino, y al no hacerlo supuso que ya se habría adelantado. 

Al llegar a los corrales Salvador quedó estupefacto ante el salvaje espectáculo que presenciaba, los animales huían despavoridos de un enorme perro negro. Aquella bestia no conseguía a sus presas solamente por los incansables esfuerzos de un coyote de menor tamaño que trataba de contrarrestarlo. Salvador imaginó que el coyote debía de ser el pobre José y trató de ayudarlo activando su rifle, los disparos hirieron a ambas bestias, pero el enorme perro alcanzó a escapar, dejando tan solo un rastro de sangre, el coyote murió en el corral. 

Al amanecer la lluvia ya había cesado y cuando Salvador volvió al corral para recoger al pobre José, quien también había resultado ser nahual (aparentemente uno bueno), ya transformado en humano, se llevó una sorpresa mucho mayor que la de la madrugada. El hombre que yacía muerto junto a los animales era Doroteo, el coyote que había enfrentado a la bestia había sido Doroteo. 

La noticia llegó a todo el pueblo antes del mediodía, y fue hasta ese momento que todos por fin comprendieron a Doroteo y a su difunta madre, hasta ese momento entendieron que quizá el verdadero crimen lo habían cometido ellos. 

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