Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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“A ver… Tú, compañero Andrés, ¿podrías decirnos a través de la lectura de Artaud qué es la crueldad?, ¿sí la habrás leído, verdad?” Me interpeló de súbito la profesora a mitad de la clase y mi quietud apenas perturbada se logró plena cuando el grupo cobró silencio. Un silencio tejido en la complicidad del anonimato, como todo silencio. ¿No es acaso el silencio una obra de todos y sin embargo anónima? Anónima como mi abuela quien era silenciera de nacimiento: “Mijito, nunca hay un silencio total ni siquiera cuando una está tan sola como yo” me revelaba con su voz tenue mientras la sorprendía mirando por la ventana matando el tiempo “Mientras el tiempo lo mata a uno”.
Nunca comprendí su empecinamiento en mirar tras el cristal, invariablemente, desde el mismo lugar, una gastada mecedora que dejó la tía Alicia antes de irse al otro lado a buscar mejor suerte. Jamás supimos de ella. Dijo que marcaría una vez que cruzara la frontera y se encontrara con la familia de su difunto esposo, quienes tenían una camioneta acondicionada para hacer de fuente de sodas a la salida de una central eléctrica en Phoenix. Nunca marcó. Nosotros no teníamos manera de comunicarnos con nadie. Yo quemé el directorio años antes de la partida de Alicia, cuando fue molida a golpes por su esposo en uno de sus frecuentes arranques de ira, por lo general, motivados por su alcoholismo. Lo encendí en el pórtico de la casa. El contacto que alguna vez le perteneció a mi madre; el número de mi padre que utilizaba antes del embarazo y huir previo a mi nacimiento; los contactos de los familiares que nunca llegué a conocer; los códigos para hacer llamadas por cobrar; una vida cimentada en múltiples secuencias de dígitos conmutados en redes telefónicas, todo; lo que nunca tuve, ardió a los ojos de mi abuela que presenció mi estúpida escena mirando desde la impasible mecedora que columpiaba su cuerpo;
ahí, en el correlato de un silencio que nos unía. Éramos mi abuela y yo, yo y ella y a veces sólo ella, pero siempre silencio. Silencio despótico, soberano silencio, mero silencio…
“Compañero, le hice una pregunta. Responda. ¿sabe qué es la crueldad?” “No, lo siento profesora. No sé. No leí a Artaud».
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