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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creativdad.
Ollinka Daniela González Nadales / Facultad de Arquitectura
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Alan Argüello López

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Estudio Sociología, ya casi termino, en un añito más. Me fascinan las artes, es a lo que me quiero dedicar, quisiera ser investigador de arte y cultura. Estoy muy metido no solo en el estudio de las artes, sino también en su realización misma, soy productor musical y multiinstrumentista, he realizado cortometrajes independientes en mi casa, también escribo bastante, la literatura es una expresión artística que me ha acompañado en estos últimos años y de la cual sigo aprendiendo para entenderme, pero también, en especial, para entender el mundo que me rodea.

Seguimos rompiendo todo

Número 10 / JULIO - SEPTIEMBRE 2023

En una sociedad asfixiante, la música es la llave de la libertad

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Alan Argüello López

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Recuerdo que quería eructar para ver si así los papás de Sabina se callaban cada que la regañaban y aconsejaban cuando estábamos por salir a beber, nada los detenía con sus sermones, ellos se daban el lujo de casi, casi amenazarla frente a mí para que no hiciera todas las cosas divertidas que hacíamos cuando salíamos; aún así, por la mínima cantidad de respeto que me quedaba en la boca, me contenía con todas mis fuerzas y me callaba para que terminaran lo antes posible.

Sabina es una amiga con la que cotorreo desde hace ya algunos años, creo que nos conocimos en primero de secu, no recuerdo bien la situación, sin embargo, lo que siempre nos ha mantenido unidos durante años ha sido el amor por hacer música.

Sus padres, sumamente estrictos, la mandaron a clases de saxofón, ahí en Fermatta, desde que era niña; mi amiga me contaba que el rigor con el que la hacían estudiar el sax y las mates era bestial… pero bueno, eso se gana por tener un padre que tiene fama de ser el profe más estricto de la secundaria 29 y otro que recién se retiró del Ejército. 

Ella y yo sabíamos que nuestra vida cotidiana era de lo más aburrida, todo era estudiar para tener un trabajo y trabajar para tener un mejor trabajo y matarse trabajando para no morirse sin trabajo, creo que a veces prefería morirme para no pensar en esos trabajos.

Comenzamos a salir a tomar y divertirnos escuchando música cuando teníamos 16, y desde entonces no hemos parado, conocimos a mucha gente y muchas veces nuestra amistad estuvo en riesgo de desaparecer cada que encontrábamos personas que parecían más interesantes que nosotros mismos, pero al final todos resultaban igual: una bola de desquehacerados que nomás esperaban terminar la carrera para trabajar en un lugar super aburrido y comprar lo primero que el algoritmo les recomendaba… Para eso mejor escucho las historias de mis papás.

Yo siempre estaba en busca de ese “no se qué” que me hiciera sentir libre, quería encontrar algo que rompiera con la monotonía tan mecánica que vivía, pero no solo yo la vivía, me di cuenta que también Sabina, y muchos otros con los que llegamos a cotorrear que también se sentían atados a un mundo sumamente rígido que no escogieron.

La música siempre era un escape. Yo hacía música electrónica en un proyecto que tenía con unos amigos al que llamamos “El cojín surrealista”, y Sabina siempre estuvo muy metida en el Jazz y su saxofón, esto era algo que nos apasionaba, pero no solo la música en sí, sino la inspiración, era una constante búsqueda de plasmar sonoramente esos momentos de tremenda alegría, belleza, horror y paranoia que vivíamos día con día… aunque por momentos pienso que llegábamos a forzar nuestra emoción por estos sucesos como respuesta a los desalmados tiempos que atravesábamos. 

La tarde en que Sabina estaba practicando una pieza en 5/4 que sería su examen, notaba su frustración por lo complicado que parecía tocar eso, fue ese momento en el que percibí cómo algo que de verdad amas puede convertirse en motivo de estrés… además era una pieza que a ella le parecía terrible, decía que sonaba extremadamente cursi y super Disney. Después de un rato de estar con ella, animándola, le dije que descansáramos un momento y que improvisáramos algo, así que saqué mi compu y mi controlador MIDI que siempre cargaba y comenzamos a tocar lo que saliera; le puse unas percusiones de Dubstep a modo de reto para que intentara tocar lo primero que le viniera a la cabeza, sin embargo, sus padres escucharon nuestro ruidajo y abrieron la puerta de su habitación tan furiosos que hasta a mí me dieron ganas de soltarles un madrazo pa’ que se les bajara lo agresivos.

Comenzaron a regañar a Sabina diciéndole que se enfocara en aprenderse la pieza y no estuviera tocando “pendejadas”, ella se molestó y salió de su casa corriendo con el sax en sus manos, obvio la seguí, no me iba a quedar como idiota viendo la cara de esos autoritarios represivos que tiene por padres.

Al salir de su casa noté que lo primero que hizo fue lanzar con fuerza su saxofón al piso, le hizo un daño terrible pero bastante extraño, le ayudé a levantarlo y después de charlar un rato intentando que no se enojara más, le propuse seguir con la improvisación que andábamos armando en su casa, pero ahí en la calle.

Extrañamente el sonido que salía de su saxofón roto era bastante particular, sonaba como el chillido de una ardilla metida en el motor de una itálica, de esas que pasaban a las 11 pm en la Lagunilla; quedamos asombrados y en ese momento parecía que habíamos encontrado la forma de transformar nuestra realidad para sacarle algo nuevo, algo emocionante y algo que nos llenara espiritualmente, decidimos que la manera de hacer eso era alterando y rompiendo todo.

Quisimos experimentar cómo sonaría un conjunto de instrumentos de viento metálicos rotos improvisando al mismo tiempo, así que le propusimos la idea a algunos compañeros de Sabina buscando captar su atención, obviamente esperábamos que muchos dijeran que no por el pequeño detalle de que tendrían que romper su instrumento y tocar algo que no fuese tan académico que digamos. Sorpresivamente, algunos aceptaron, era reveladora la cantidad de músicos de nuestra edad que estaban hartos de estar tocando la misma música que se ha tocado en todos los conservatorios del mundo. 

Así que todos los músicos nos pusimos de acuerdo para ir un día al Centro de Salud por unas chelas y guardamos los instrumentos en la cajuela de mi coche, al salir del bar, como a las 4 am, sacamos todo y los jazzistas tocaron ebrios y con instrumentos rotos la rola improvisada más divertida que jamás había escuchado. El punto era pasarla bien, cotorrear y sabernos libres en un mundo tan rígido.

Repetimos este ritual como 4 ó 5 veces y nos surgió la idea de formar un proyecto musical en donde yo hiciera instrumentación electrónica con sintetizadores análogos (previamente rotos o descompuestos, obviamente) y ellos improvisaran encima, no pensábamos tanto en el formato de banda, sino que queríamos encontrar más músicos que quisieran entrarle a hacer y experimentar cosas distintas. Dejamos de ser solo Sabina y yo, nos dimos cuenta de que colectivamente podrían darse cosas magníficas y estábamos seguros de que esas cosas existían entre las calles por las que caminábamos. 

A partir de ese momento despertó de nuevo en nosotros esa emoción de estar vivos, nos propusimos ir por toda la ciudad buscando gente creativa que al igual que nosotros expresara su sentir a través del arte, de un arte distinto, subversivo, disidente, un arte outsider, alternativo, subterráneo, bohemio, un arte que resiste, un arte marginado, un arte que no responde a los cánones estéticos o de belleza instituidos por tantos años y que predominan silenciosamente en nuestro mundo actual; quisimos encontrar en nuestra ciudad ese arte que se esconde siempre en las sombras, tan puro que intimida, tan podrido que apesta como una bomba atómica de pedos, pero que sobre todo logra ponerle la piel chinita a quien lo presencia. Ese arte roto que seguimos buscando en estos tiempos digitales y deshumanos, es el arte contracultural.

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