Facultad de Filosofía y Letras
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¿Es posible pensar un mundo sin el actual asedio de la tecnología? Hoy, resulta difícil recordar qué hacíamos o en qué pensábamos en los ratos que teníamos libres: mientras esperábamos el camión, hacíamos filia en alguna parte, teníamos a un desconocido frente a nosotros o simplemente nos enfrentábamos a la quietud del aburrimiento. Cuesta trabajo imaginar esos momentos hipotéticos.
En lo personal, me cuesta desprenderme de la dependencia y combatir mi adicción al celular cada vez que “no hay nada qué hacer”, más allá de sentir y afrontar estoicamente el aburrimiento. Y cuando creo que lo logro, que por fin he superado mi impulso, vuelvo a sentirme derrotado y frustrado al darme cuenta, de pronto, de que ya estoy deslizando al siguiente reel, de que he pasado automáticamente al siguiente video que el algoritmo me pone enfrente para consumir uno tras otro.
Resulta agobiante pensar en el tiempo que he desperdiciado frente a mis dispositivos, día tras día, gran parte del cual reconozco no me aporta nada. Me preocupa pensar en los posibles efectos cognitivos que tienen sobre mí, considerando que mi atención danza de desliz en desliz, enfocándose en contenidos cortos, desechables, absurdos y hasta estúpidos; que inevitablemente influyen en mi manera de concebir la realidad y repercuten en mi capacidad y habilidad para retener la información y concentrarme.
Pienso que hemos llegado al punto en el que los mundos digital y material se difuminan formando, aparentemente, una sola realidad. Me aterra pensar que nuestras acciones, tanto individuales como colectivas, pierdan la fuerza y el impacto de transformación, si consideramos que todo lo que hacemos y observamos se reduce a la interacción con una pantalla y no a la oportunidad de cambiar el mundo con acciones concretas y efectivas en la materialidad.
En años recientes, dentro de la maquinaria casi bélica de los dispositivos electrónicos, nos han implantado la Inteligencia Artificial (IA) y nos lo han vendido como el gran producto de novedad: la herramienta que revolucionará el siglo. No es nueva su especulación fantasiosa y hasta apocalíptica sobre los efectos de estas tecnologías. Lleno está el cine y la literatura sobre historias de cómo los humanos son dominados por el avance descontrolado de las máquinas, robots o inteligencias artificiales. Escenarios fantásticos que, por imposibles que parezcan, cada vez menos personas se atreven a hablar de esta hipotética consecuencia con tanta dejadez.
Las IA´s nos las han vendido como una herramienta más, como una facilitadora del día a día. El gran algoritmo al que podemos tratar como un amigo y nos ayudará a sacar nuestros pendientes del día, al menos buena parte de ellos y hasta podremos contarles sobre nuestros problemas más personales con nuestros padres o la pareja. Nos podrá arrojar los puntos más relevantes de un tema que nos servirá como guía de estudio para el examen de la próxima semana y hasta podría rifarse el ensayo mismo que tenemos que entregar para el siguiente miércoles. Sus usos y sus beneficios nos parecen jugosos y redondos. Incluso, muchas de estas IA´s incluso son gratuitas, ¿por qué no habría que usarlo exhaustivamente, si nos suena a que todo son ventajas?
En un mundo tan cambiante, acelerado y estimulado como el de hoy nos vemos casi orillados a saber utilizar estas herramientas, a estar enterados de cómo funcionan y los beneficios que ofrecen. Basta con darles una orden para que generen textos, resuman ensayos, produzcan videos e imágenes con notable nivel de detalle, redacten correos electrónicos o nos propongan ideas para resolver situaciones cotidianas. Innegablemente, sus beneficios parecen ser múltiples y nos liberan de la carga del esfuerzo y la inversión de tiempo ante tareas que nos demandarían mucho si las realizamos sin ayuda de la técnología. Pero ¿en qué nos convertiremos cuando lo único que sepamos hacer sea ordenarle a un algoritmo, más perfecto con cada iteración? ¿qué es aquello que perdemos cuando delegamos la responsabilidad del trabajo mental, del tomar una decisión, del pensar, del trabajo creativo que implica estructurar un texto o realizar un dibujo, una ilustración, una imagen sin esa uniformidad ni esa monotonía que caracteriza los productos de las IA´s?
Y no es para satanizar su uso, ni volvernos unos puristas y autoengañarnos diciendo que no sirven para nada y debemos volver al lápiz y el papel: sus ventajas son obvias. Ya existe un mercado laboral que las incorporó a sus prácticas cotidianas y cada vez son más las universidades que la han sumado como una herramienta de trabajo extra, pero debemos apelar a la responsabilidad individual y a la reflexión para saber en qué casos es conveniente usarla o en qué medida. Apelar al aparato crítico individual sobre lo que nos da la IA en cada respuesta, pues tampoco da soluciones infalibles y perfectas. Hace falta charlar un poco con ChatGPT para darnos cuenta de que tiene errores crasos al momento de tomar decisiones, hacer comparativas, sin contar la cámara de eco que provoca cuando empezamos a pedirle opiniones y sólo refuerza nuestros puntos y sesgos.
La única manera de generar estos criterios es sabiendo hacer lo que estamos ordenándole. Hay que ganar el conocimiento empírico suficiente, que solo se consigue con la práctica; sólo así tendremos la capacidad de juzgar si nos está dando una respuesta acorde y suficiente con lo que solicitamos o es sólo un escupitajo del algoritmo.
Usemos la IA, por supuesto que es importante, pero detengámonos un poco a preguntarnos qué perdemos con un uso desmesurado, qué es lo que se nos va cuando decidimos no pensar ni ejecutar ciertas tareas nosotros mismos para darnos cuenta si no estaremos pagando a largo plazo un precio muy alto. Cultivemos nuestras habilidades, confiemos en nuestra capacidad creativa, es el último bastión que en algún momento nos podrían robar.
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