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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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María Fernanda Minely Simón Rosas
Andrea Lemus Mejía

Andrea Lemus Mejía

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 3 Justo Sierra

Soy Andrea, de la Ciudad de México. En mis tiempos libres me gusta leer, escribir y pasar tiempo con mis gatos. Una de mis más grandes inspiraciones es BTS, su música y el mensaje que transmiten; me han ayudado más de una vez. Me gustaría que, con mis escritos, alguien más también pueda encontrar su propio estilo y motivación, para que puedan expresarse por sí mismos.

Quiero volver a ti

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

Es increíble

Andrea Lemus Mejía

Andrea Lemus Mejía

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 3 Justo Sierra

Emma supo que soñaba cuando un copo de nieve tocó su nariz.

Al mirar a su alrededor, notó que una capa blanca cubría el pasto bajo sus pies, pero el sol brillaba de forma cegadora, y el cielo lucía un azul vivo. Un arcoíris se arqueaba justo sobre ella, los colores acariciando su cabello con suavidad a la vez que se mezclaban con el marrón de sus ojos.

Era un paisaje imposible: ¿no se supone que el sol debe derretir la nieve?

Y había muchas más cosas con mucho menos sentido todavía; como ese grupo de mariposas gigantes caminando en dos patas, o aquella jirafa en traje y corbata con un portafolio; sin mencionar el caballo con lentes detrás del árbol. Parecían lo suficientemente ocupados como para notar que Emma, que tenía una sentimiento de familiaridad en sus venas, estaba en medio de ellos.

Rápidamente, y viendo el camino trazado en tierra bajo sus pies, Emma comenzó una marcha dentro del bosque, dejándose guiar por los pasos de los animales a su lado; por completo emocionada al ser testigo de tanta belleza. Pronto, y a medida que seguía adentrándose entre los árboles, entendió que nadie daba paso en dirección suya porque, de alguna forma, el arcoíris la seguía de cerca y la envolvía en sus tonos cada segundo.

El camino se divide

De vez en cuando, Emma se detenía para dirigir su rostro al cielo, abrir su boca, y saborear unos cuantos copos de nieve; y otras veces, se agachaba a recoger pequeñas piedras que le parecían bonitas. Pero, de un momento a otro cayó de espaldas al suelo, abriendo sus puños, soltó todas las rocas que había juntado.

Se sentó mientras llevaba una mano a su cabeza para borrar el dolor en su nuca. Las lágrimas nublaron su vista, y supo, al tiempo que formaba un puchero con sus labios, que aquellas piedras, que ella consideraba gemas, eran ya irrecuperables. Estaba tan enojada por haberlas perdido que sus mejillas enrojecieron en menos de un segundo, y estaba más que lista para reclamarle al culpable; solo que… aquella mirada que encontró la reconfortaba, y la voz que le habló después fue suficiente para calmar su ira.

— Mis disculpas —. Dijo el búho, sosteniendo su sombrero con su ala sobre su pecho.

— Le pido me perdone, no he visto por donde iba, ¿la he lastimado?—, preguntó mientras extendía su otra ala en dirección a Emma, quien lo veía desde el suelo:

— Déjeme ayudarle.

Con cuidado, Emma tomó el ala en su propia mano, sintiendo las suaves plumas bajo su piel. Luego, el búho se inclinó sobre su sombra y comenzó a recolectar las gemas nuevamente, antes de guardarlas en la bolsa sobre su pecho.

Se la entregó: — Tenga, señorita. Espero que no falte ninguna de sus rocas.

— ¡Son gemas!

— Sus gemas, discúlpeme —, se aclaró la garganta, — permítame presentarme, mi nombre es Señor Búho y he sido asignado para guiarla por el bosque —.

Emma sospechó, pero el naranja cálido en los ojos de Señor Búho le dieron confianza con facilidad, así que sonrió con amplitud:

— ¡De acuerdo! — asintió, — Yo soy Emma, y quiero hacer muchos amigos. Muchísimos.

El búho dibujó una pequeña sonrisa en su rostro.

— Claro que sí, señorita. Sígame.

Palabras escritas; después borradas

Luego de caminar un gran tramo de bosque y saludar varios árboles y lombrices, Señor Búho y Emma encontraron su primer potencial amigo: un erizo de baja estatura y gran nariz que tejía un gorro en su jardín.

— ¡Hola! — Lo saludó.

— ¿Tú quien eres?

— Yo me llamo Emma y quiero ser tú amiga.

El picudo animalito, con una calma admirable, le sonrió.

— Te conozco, Emma. Soy Nadir. ¿Por qué estás aquí? — le preguntó.

— Ya te lo dije —. Repitió, frustrada. — Para hacer amigos.

Nadir negó: — No lo creo… Buscas a alguien, ¿a quién?

Emma lo pensó… En todo caso, tendría que buscar a su madre: no la había visto en todo el día y realmente quería enseñarle todas las gemas que había conseguido durante el viaje; sin dudas se alegraría al ver la gran cantidad.

— No se presione, señorita —, susurró el búho, viendo de reojo a Nadir, quien seguía tejiendo

— Nadie sabe de qué habla este erizo. ¿Por qué no vamos a conocer a otros animales? Seguramente ellos querrán ser sus amigos —, reclamó el búho.

— Pero yo quiero hablar con él —, se quejó con un puchero. Volteó a ver a Nadir y exclamó: — ¿No te caigo bien? Te puedo regalar una roca, si quieres… Son para mamá, pero si te gustan…

— No es necesario, Emma —, la interrumpió. — estoy seguro de que a ella le gustarán más. Además, pareces ser muy dulce, claro que quiero ser tu amigo.

A ella se le iluminó la mirada. — ¡¿Entonces vendrás con nosotros?! —

— Oh, no —, Nadir rio cuando el puchero regresó. — Lo siento, pequeña, pero estoy algo ocupado. La próxima vez que vengas iremos por un paseo, ¿de acuerdo? —

Intentando contener las lágrimas en sus ojos, Emma asintió antes de despedirse de Nadir y acompañar al Señor Búho dentro del bosque de nuevo, con la promesa de que, a la siguiente, sería la mejor compañía.

No olvidaré

Su viaje fue interrumpido, sin embargo, por una pelea entre dos liebres, quienes, según Emma, habían robado las zanahorias del otro.

— ¡¿Esperas que te crea?! — Se escuchaba entre los arbustos. — ¡Hay un pedazo de zanahoria entre tus dientes! ¡Mentiroso! —

Señor Búho la guió entre los árboles, que les dieron paso con gusto, hasta que ambos estuvieron frente a la gran pelea de dos furiosas liebres, ambas ignorando la presencia de la pequeña.

— ¡Mentiroso tú! Me fui por un rato a buscar más trigo y cuando regresé ya no estaban. ¡Ladrón! —

— ¡Oigan, oigan! — Intervino, cansada de la pelea. ‘No deberían tratarse así’. — ¡Dejen de decir esas cosas tan horribles! Ustedes son amigos, ¿no? —

Las liebres, que miraban al suelo en vergüenza, asintieron con duda luego de mirarse de reojo.

— Sí, lo somos —. Murmuraron ambos.

— Bien, pues dejen de gritarse. ¡Se supone que se traten con amor! — Exclamó, un tanto irritada.

— La niña tiene razón —. Dijo una voz detrás de ella y, al darse vuelta, vio a una ardilla, chiquilla y de cola esponjada. — Han estado peleando toda la mañana, ¡no puedo más! Escuchen a la mocosa y déjenme dormir —.

— ¡Tú no te metas, Oliver! — Chillaron las dos liebres.

— ¡Es suficiente! — Emma las señaló con un dedo, llena de ira. — Oliver tiene razón, pero no soy una mocosa, ¿eh? Me estoy cansando de ustedes y apenas los conozco. Deben disculparse, ¡los tres! Es lo que hacen los amigos —.

Nadie habló por unos segundos, pero, finalmente, Oliver dijo: — Está bien, lo siento, no debí haber dicho eso —.

— Perdón, no tenía por qué gritarte —. Dijeron las liebres al unísono.

Satisfecha, Emma sonrió ampliamente, juntando sus palmas en un aplauso antes de, triunfante, exclamar: — ¡Me alegra que lo entiendan! — Con eso y un gesto de la mano hacia el Señor Búho, que se había mantenido detrás todo el tiempo, emprendieron la marcha de nuevo.

Te esperaré

Emma comenzó a sospechar que el Señor Búho le había mentido cuando, por segunda vez, su viaje se interrumpió. El ave, inocente, se encogió de hombros antes de caminar hacia la tortuga que bloqueaba el paso con su cuerpo.

— Disculpe, señor —. Intentó. — ¿Sería tan amable de dejarnos pasar? Buscamos a mi amigo —.

El reptil, que masticaba un pedazo de pasto con lentitud, la miró sin expresión, tan solo parpadeando su grandes ojos una y otra vez.

— Oiga —. Trató otra vez. — Señor Búho y yo necesitamos pasar al otro lado para encontrar a mi nuevo amigo. ¿Podría moverse un poco? —

Nada.

Emma vio al ave con desesperación, queriendo más que nada conocer a alguien que quisiere ser su amigo.

— Mire, señorita —. Le dijo el búho, señalando el lazo que ataba la pata de la tortuga a un árbol. — Tal vez es por eso que no puede moverse. Venga, ayúdeme a desatarlo —.

Con algo de dificultad, ambos soltaron la soga, y vieron como de inmediato la tortuga, sin decir nada, se alejó de ellos y despejó el camino.

Y, de todos los animales que llegó a imaginarse, Emma nunca creyó encontrar a la persona que había estado buscando todo el viaje.

Tienes que saber

— ¿Mamá? — Susurró, llamando la atención de la mujer en centro del claro, quien le dedicó una hermosa sonrisa. Emma comenzó a llorar en cuanto sus ojos conectaron, sintiendo una enorme necesidad de estar entre sus brazos.

Quiso correr hacia su madre, pero alguien la detuvo.

El búho, cuyos ojos brillaban de un color amarillo, había rodeado a Emma con su ala, impidiendo que se moviera.

— ¿Señor? — Le preguntó con temor. — Quiero ir con mi madre, por favor —.

— Perdóneme, señorita —. Contestó con voz grave. — No puedo dejarla acercarse a esa mujer —.

— ¿Por qué no? — Las lágrimas inundaban su mirada. — ¡Tengo que darle mis gemas! ¿Cómo sabrá que estuve pensando en ella? —

— Eso, señorita —. Murmuró el búho mientras tapaba, con su otra ala, su nariz y boca. — Es problema suyo —.

Quiero verte otra vez

Emma abrió sus ojos abruptamente y se sentó en su cama con sudor recorriendo su frente; su respiración haciendo eco contra las paredes. Los colores de su habitación se entremezclaban en uno solo, y era difícil distinguir lo real de lo ficticio. Se concentró en un solo punto para calmar sus inhalaciones y, poco a poco, empezó a percibir la luz entrando desde la ventana, y con ella, cada detalle a su alrededor.

Con un suspiro, se levantó de la cama y se dirigió hasta el baño, quedándose frente al espejo unos segundo antes de comenzar a arreglarse.

Luego de una hora de haber despertado, Emma bajó a la sala de estar, donde su tía la esperaba sentada alrededor del árbol de navidad, lista para abrir los regalos. Era algo que le emocionaba: pasar tiempo con ella y reír juntas.

— Hola, linda —. Le dijo con voz suave. — ¿Quieres hacer algo en especial? —

Emma negó. — No este año… Tuve una pesadilla —. Añadió después de un rato.

— ¿Quieres contarme qué pasó? —

Con un poco de duda, Emma asintió: — Soñé con ambos; con mi madre… Y con mi padre. Fue muy raro esta vez —. Rió. — Él era un búho, y me llevaba con animales que peleaban entre sí —. Su tía soltó una carcajada, la cual borró en cuanto Emma se puso seria. — Pero a final… Hizo lo que siempre ha hecho; me alejó de ella. Me la arrebató —.

— Cariño… tengo un regalo muy especial para ti esta vez, ¿quieres verlo? — Preguntó su tía en un intento de alegrarla.

Emma dio una afirmación en voz baja, aún pensando en su sueño.

—    Sé que no es la gran cosa —. Se disculpó. — Pero creo que te gustará —.

Emma quitó el moño con cuidado y abrió la caja; sintió su corazón detenerse cuando su vio un collar de perlas con un dije de metal en el centro, que, al observarlo de cerca, tenía unas letras grabadas.

— Lo hizo tu mamá —. Escuchó la voz de su tía; la mejor amiga de su madre. — Quería dártelo cuando cumplieras dieciséis, pero no pudo hacerlo. Quise hacerlo por ella… Esa frase que me dijo una vez, y que quiero que la recuerdes —.

Con la mirada pegada al collar, Emma comenzó a sollozar sin control, sintiendo sus manos temblar y apenas registrando las siguientes palabras de su tía.

En su mente, corazón y alma, Emma se quedó congelada en esa única frase.

‘Estoy bien. Puedo sonreír.

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