Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Elia se dirige al refrigerador. De la esquina inferior derecha saca un frasco de Nescafé al que le ha quitado la etiqueta. Su exterior transparente permite observar un líquido blanco, viscoso y lleno de grumos. Al abrirlo, el olor que llevaba días atrapado escapa y se expande con rapidez por la cocina, se trata de ajo y cebolla; su secreto para las albóndigas perfectas.
Cuidadosamente vierte dos chorritos sobre la carne molida y comenta: “qué absurdo cocinar solo para dos personas, ¿verdad?” Elia no está acostumbrada a cocinar para pocos, tuvo cinco hijos y manejó un restaurante, es experta en el arte de alimentar a varios, sin embargo, al llegar la pandemia, el COVID la obligó a reducir sus porciones, las albóndigas para seis se volvieron albóndigas para dos.
El platillo toma tiempo, antes de darles forma hay que hervir huevos, preparar el arroz y tatemar los jitomates, mientras el agua hierve, se hace silencio y Elia se toma un momento para respirar y antes de que el sonido de los huevos bailando en la olla le quiten el protagonismo se dice: “Lo que me costó de la pandemia fue acostumbrarme a la soledad, estaba completamente sola, quería salir, ver a mi familia, elegir mis compras, y como no podía pues me dediqué a cocinar”.
Una vez que el arroz está listo se mezcla con la carne y se añade un huevo crudo, Elia retira los huevos hervidos del fuego y les quita la cáscara para continuar con la preparación. Siempre le ha gustado preparar albóndigas, quizá sea porque le traen recuerdos, son pequeñas cápsulas circulares que atrapan las memorias y contentan al corazón.
Posiciona una bolita de carne sobre su mano, toma un pedacito de huevo cocido y lo envuelve, repite el proceso hasta que ya no le queda más carne, cuando termina lleva el tomate tatemado a la licuadora, añade chipotle, media cebolla, chile y hierbabuena. “Fíjate que en la pandemia ya solo me quedaba esperar a que las albóndigas estuvieran listas, llamaba a Zacatlancillo y platicaba con mis hermanos, nunca pensé que el COVID me los fuera a quitar”.
Enedelia y Jorge, hermanos de Elia, fueron víctimas de la pandemia, a veces todavía le cuesta trabajo creer que el COVID-19 le arrebató a sus hermanos, pero lo que más le duele es que no pudo despedirse, velarlos, compartir sus albóndigas con ellos. “Eso es lo más feo, que no pude verlos, fue una muerte muy solitaria, yo quería estar ahí, en el hospital, hacerles compañía y cuando murieron no pude despedirme, en ese entonces no se sabía mucho del COVID y hacerles un funeral representaba un riesgo”.
El olor que desprende la salsa al hervir revela que las albóndigas están listas; el aroma sale por la ventana y Elia imagina su recorrido, comienza en la cocina, sale por la ventana y termina en el cielo en donde le avisa a Ene y a Joija que es hora de almorzar, así las albóndigas guían a sus hermanos a casa en donde Elia y su esposo Rogelio ya los esperan para comer, las sillas se llenan y no queda espacio para la soledad.
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