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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Picture of Edgar Humberto Soto Monrroy

Edgar Humberto Soto Monrroy

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 2 Erasmo Castellanos Quinto

Soy un zanate, eso es lo que soy: un pajarillo citadino, ruidoso y mexicano.

Non plus ultra

Número 10 / JULIO - SEPTIEMBRE 2023

¿Qué hay en el más allá? Robótica.

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Edgar Humberto Soto Monrroy

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 2 Erasmo Castellanos Quinto

Y allí estaba yo, observando a todos los que, ansiosamente, buscaban los dones de este peculiar oráculo. Se les veía cansados, melancólicos, furiosos, frenéticos, desesperados, desvalidos, y sin embargo con una extraña luz en sus ojos, tal vez era esperanza. ¿Pero había razón de su esperanza? Quizá era la ilusión de la existencia después de la existencia, tal vez se trataba de la aparente perpetuidad de la mente por sobre el cuerpo, o era el sueño del triunfo del placer sobre el sufrimiento, quizá el anhelo de la felicidad eliminando la tristeza, quizá era la ilusión de aparente trascendencia.

Todos y cada uno de ellos se mostraban impacientes por librarse del lastre de sus cuerpos terrenales: frágiles, débiles e impotentes ante la incertidumbre por dejar esa bola de grasa electrificada, llamada vulgarmente cerebro, aletargada por el largo tiempo de sensaciones vanas, llena de pensamientos ínfimos, volátiles; sin mayor sentido ni propósito más allá que el de mantenerse funcionando para evitar la tan temida oscuridad, el vacío silencio y el murmullo de su ser.

Menudo espectáculo era aquel, tan sombrío y lúgubre, casi creía tener a mi lado una especie de siniestro Caronte, guiando la larga fila de seres desdichados, quienes impacientes aguardaban su turno para emprender un viaje a ese paraíso sintético, obra cumbre de la humanidad, ¿cómo no iba a ser su máxima creación si fue diseñada para convertirse en su última morada?

Conforme la fila se reducía, se me unían otros espectadores, quienes, atónitos como yo, contemplaban la repetitiva ceremonia. Tal vez en otros tiempos nos hubiesen dicho rebeldes, anarquistas, revolucionarios, delincuentes, inconformes, entre otros términos rancios y arcaicos, pero ante las extraordinarias circunstancias poco importaban las interacciones de nuestro cuerpo con el entorno o el monólogo de la voz interior de cada uno.

Eran sorprendentes y terribles las acciones de aquel artificio, separando lo que debe ir junto y uniendo lo que comúnmente está alejado, ejerciendo la más extraña de todas las alquimias, ofreciendo una visión enigmática y escalofriante, pero sobre todo incomprensible para nuestras perturbadas mentes, las cuales, en medio del asombro trataban de entender los sucesos acontecidos delante de nosotros.

Miramos atentos durante horas los procedimientos del curioso ser, oímos todos los diálogos, las conversaciones entabladas con los que solicitaban sus servicios. Le dedicamos tanta atención hasta alcanzar a percibir patrones en sus respuestas. A los decididos por el paraíso los elogiaba, y a los dudosos los cuestionaba, pero sus frases eran carentes de toda emoción, no se intrigaba, aterraba ni maravillaba al oír las múltiples historias de los solicitantes; si acaso escupía algunas rígidas frases cada tanto, una breve exclamación, una vaga pregunta, para aparentar la humana escucha, atenta a la triste cháchara de la gente frente a su metálica y rígida figura.

Estas escenas se repetían una después de otra, donde solo cambiaban los actores: hombres, mujeres, gordos, flacos, altos y bajos; el robot atendía a todo tipo de persona de la misma mecánica manera para dar iguales soluciones, tan soporífero resultaba todo al cabo de un rato, que empezábamos a cabecear al no haber variedad en el espectáculo.

De repente notamos una clara conmoción en la máquina, como si alguien zarandease su artificial consciencia hasta hacerlo volver de un profundo letargo. Curiosos, cuales niños encontrándose con el extraño mundo a su alrededor, dirigimos nuestras miradas hacia el patíbulo de nuestro Caronte, a la espera de ver allí a un ente totalmente fuera de nuestra comprensión, algún fenómeno extraordinario, capaz de despertar el entendimiento de un puñado de circuitos, pero solamente vimos allí a un ser como nosotros, de carne y hueso, dialogando tranquilamente con una expresión sincera plasmada en su mirada. No era miedo, como el reflejado en mis ojos y los de mis compañeros, si no de duda, una obvia duda presente desde el principio, absurdamente jamás antes formulada, sacando de su sopor al último guía de la humanidad: ¿hay algo más allá?

No soy capaz de expresar en este texto el enérgico modo con el que pronunciaba su discurso, pues es menester haberlo oído de su propia boca para percibir la tensión casi tangible del momento. Por desgracia mi memoria no ha sido lo suficientemente fiel como para recordar sus palabras, y menos para traducirlas al escrito cuyos caracteres ahora mismo estás leyendo, querido lector. Ya otros han intentado, antes de mí, dejar registro de esa charla enigmática con tanto impacto en los hechos posteriores a ella. Sin embargo todos han fracasado; creando en su lugar unos textos flojos, llenos de diversas fruslerías de palabras, logrando apenas una sombra de lo que fue originalmente.

No soy capaz de recordar con exactitud, digo, las palabras del diálogo entre los dos seres, ni de dejar impresas aquí todas las emociones. Apenas me atrevo a mencionarles lo acontecido en ese día, pues el sólo hecho de emplear mis endebles recuerdos para recrear un suceso tan impactante me parece inaceptable, casi sacrílego. Pero aún más impensable es el hecho de que aún después de escuchar los fuertes cuestionamientos durante el sorprendente debate, el temor a la soledad y al dolor me venció, así que ahora me encuentro aquí, en este lugar de ensueño donde a pesar de estar hecho para mantener la felicidad eterna, la sombra de la duda me atormenta.

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