Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia
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— Bebe un poco más de té que se va a enfriar. Si gustas toma una galleta, tienen buen sabor— ofreció la mujer.
—¿Por qué me ha maldecido, señora? — preguntó Margo.
—Yo no te maldije querida — contestó suavemente.
—Entonces, ¿por qué todo lo que amo me repele, y nada de lo que se supone debe amarme lo hace? —reprochó.
—Nadie te dio eso. Nacer humano y amar es una maldición en sí— respondió la mujer.
—Por ejemplo, tu madre y yo que entre todas los hombres, elegimos amar al mismo hombre. Ignoramos todas las advertencias existentes sobre esos seres, pues todo lo que dicen y hacen es mentira; las caricias en el dorso de la mano y las mejillas, los besos en la frente y en los brazos, los abrazos y las risas, todo parece ilusorio. — continuó la mujer.
Margo soplaba su té sosteniendo la taza entre sus manos frías: —¿jamás quiso maldecir a mi madre? — preguntó después de un breve silencio.
—No. Jamás. Ella se maldijo a sí misma y yo no le advertí. No me hubiera escuchado de cualquier modo. No merecía aquello, aunque creo que realmente no existe un merecido, las cosas simplemente suceden— explicó, se asomó por la ventana y mordió una galleta, —pero puedes intentar romper la maldición. —concluyó.
—Y si la rompo, ¿mi amado me amará de vuelta? — preguntó Margo en tono dulce.
— ¡Oh! Querida mía, el amor llegará cuando lo dejes de buscar y te llegará de muchas formas—. La mujer se sentó a su lado y le recogió el cabello.
— Y con el dolor, ¿qué hago?
—Hay un remedio muy efectivo. Debes ir con las sirenas para que te cepillen el cabello mientras lloras, y llora mucho, después regálales tus lágrimas para que las beban y las conviertan en nuevas melodías seductoras para ahogar más marineros.
Por: Edgar Serrano Oyorzabal
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Por: Citlali Núñez Téllez
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