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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Picture of Iván Rafael Becerra Rosales

Iván Rafael Becerra Rosales

Escuela Nacional Preparatoria 5, José Vasconcelos.

La verdad, no me gusta mucho analizar la pregunta, “¿quién soy? Nunca me he detenido a pensar en ella, porque sinceramente no tengo idea de quién soy y prefiero ser lo que soy a pensar en serlo.

Miedo a la Oscuridad

Número 3 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2021

“¡Esa maldita imagen seguía en mi mente! Ese cadáver no me abandonaba. Cerré los ojos e inhalé la mayor cantidad de aire que mis pulmones lograron soportar, después, lo solté de golpe. Desde pequeño siempre he odiado este momento. La ausencia de alguna luz hace que mi mente eche a volar en mi contra.”

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Iván Rafael Becerra Rosales

Escuela Nacional Preparatoria 5, José Vasconcelos.

¡Lo he de confesar! Tengo miedo, tengo mucho miedo.

Era muy pequeño cuando todo comenzó. Una afición que no debería de ser, una atracción más allá del interés y la curiosidad de un niño que no sabía en lo que se estaba metiendo. El inicio de una obsesión que continuaría toda mi vida y seguramente, hasta el día de mi tan esperada muerte. Mis padres me lo habían prohibido. En un acto de rebeldía, les desobedecí. Y ahora me río de mi ignorancia. ¿Cómo culparme?, era solo un niño. Hoy, puedo comprender la paranoia de la que tanto sufrían. Comprendí que eso cambió mi percepción de la forma en que veo al mundo. Modificó mi pensar respecto al  bien y el mal, y  perdí  mi percepción entre lo real y lo irreal.

El terror se convirtió rápidamente en una fascinación enfermiza. Cada párrafo, cada escena y cada historia eran una caricia a mi corazón, pero un golpe de gracia hacia mi mente.

Todo el mundo me lo repite. Me repiten que debería dejar de estar ansioso todo el tiempo, dejar de ser tan paranoico y de ser tan nervioso, que me relajase aunque solo sea por un miserable segundo. Y yo, más que nadie, soy el que más desearía que estos síntomas de los que soy acusado desaparecieran. Pero es imposible. He condenado a mi pobre alma y a mi perturbada mente a no poder volver descansar.

I

Ahora, ruego al espectador un poco de su atención. Porque estoy por narrar las consecuencias de estas acciones que poco a poco me han llevado a un abismo del que me es imposible salir. Seguramente al final de este pequeño relato, me tomarán por loco, pero, ¡Si tan solo supieran!

Ya eran altas horas de la noche cuando sucedió. La luz tenue de un foco que apenas se lograba sostener de una maraña de cableado iluminaba la habitación. Y la fría brisa de invierno pasaba a través de una ventana abierta, moviendo mis cortinas como espíritus de otro mundo, congelando las plantas de mis pies desnudos.  Me encontraba sobre el lecho de mi cama con un libro en las manos. Aquel volumen sacado de la librería de mi padre, era una recopilación de relatos de un tal Edgar Allan Poe. Mi vista se deslizaba a través de los renglones, casi no me daba cuenta, era algo automático, algo mágico. El teatro de mi imaginación trabajaba como una fábrica. Era como ver una película a través de mis ojos.

¡Asesinó a su esposa! ¡Fue encontrada junto con ese gato!

Cerré el libro de golpe. Esa perturbadora imagen quedo en mi memoria. No lograba quitarme de la cabeza el cadáver de aquella mujer. Y mucho menos, el maullido de aquel gato, que parecía el cántico de seres infernales.

Me decidí a levantarme y apagar la luz para poder conciliar el sueño. Si mis padres me descubriesen, sería mi fin. Me levanté de la cama. Coloqué esa recopilación de obras literarias debajo de mi colchón. Pensé que sería mi fin. Caminé a través de ese frio piso, con cautela, como si deslizase los pies en el hielo.

Me posicione frente a  la ventana, y me decidí a cerrarla. Una vez cerrada, las cortinas dejaron de moverse y la habitación, comenzaba a calentarse, o al menos era lo que mi percepción me decía. Ya no sentí la fría brisa que atravesaba mi piel. Me dirigí hacía el interruptor para apagar la luz y lograr por fin sumergirme en ese mundo de sueños y realidades de las que mis padres no estarían contentos.

Puse mis dedos sobre el interruptor. ¡Esa maldita imagen seguía en mi mente! Ese cadáver no me abandonaba. Cerré los ojos e inhalé la mayor cantidad de aire que mis pulmones lograron soportar, después, lo solté de golpe. Desde pequeño siempre he odiado ese momento. La ausencia de alguna luz hace que mi mente eche a volar en mi contra.

Cuando no hay luz, mis ojos le permiten a mi mente ver lo que quiera y lo que piense. ¡Pero ya soy un niño grande! ¡Ya no soy un bebé! Presioné el interruptor.

La oscuridad dominó la atmosfera del cuarto y con ello mi mente comenzó a divagar. Comencé a correr hacía el único lugar que me parecía seguro en ese momento, mi preciada cama. Las imágenes de aquel cadáver seguían pasando por mi cabeza. El pensar que podría estar detrás de mí, envuelta en una oscuridad absoluta, siguiendo mis pasos, buscando arrebatarme la vida, hizo que corriera con la mayor fuerza que mis piernas me permitieron.

Logré ver sombras materializándose en la oscuridad directamente salidas de mis pensamientos. Por fin, después de un rato que me pareció eterno, logré resguardarme en la seguridad de mis sábanas.

Me coloqué las sábanas sobre la cabeza. Estaba seguro de que nada me había perseguido, que era ridículo tan solo pensarlo, pero… no quería asegurarme. Tomé la decisión de tratar de conciliar el sueño de esa manera. Mañana será otro día.

II

Pasé debajo de las sábanas lo que a mi percepción parecieron horas.  Cerré los ojos con gran esfuerzo, pensando que así, tal vez, mi cerebro lograría conciliar el sueño más rápido. Ese esfuerzo fue en vano.

Mi mente ya no se concentraba únicamente en aquel cuento del gato de un  solo ojo. Mi mente fue más allá. Cada ser que había tomado forma en el teatro de mi imaginación, volvía al escenario para atormentarme una  vez más.  Un monstruo construido de la  nada, un payaso que se transformaba en lo que más le temía, un hombre al que es imposible ver, la cabeza de  un  jabalí  con  moscas  a  su alrededor,  un  cuervo parlante,  un  alcohólico  con un mazo de roque, la ballena blanca más grande jamás vista y por supuesto, el nuevo integrante de la obra titulada “Mis Pesadillas”, el gato negro. Cada uno materializándose en mi cerebro, resurgiendo de una nube de polvo olvidado, recreando una vez más los terribles actos que sus autores narraban en sus respectivas obras.  Todos listos, para bailar conmigo una vez más.

Mi respiración agitada logró que poco a poco el ambiente se empezara a calentar. La desesperación estaba por ganarme, pensé en sacar un pie fuera de  las  sábanas  para refrescar mi cuerpo, pero ¿y si alguien toma mi pie? Sentía que  me  estaba  hirviendo con vida. Ya soy un niño grandeY esperando el retrato de mis peores pesadillas justo detrás de esa manta de tela y algodón, me descubrí la cabeza.

III

Oscuridad. Y nada más que oscuridad. Un color negro profundo inundaba el cuarto. Fue algo impresionante el cambio de temperatura que mi cuerpo sufrió. En unos cuantos segundos, pasé de creer que mi piel estaba siendo incinerada a que mi cuerpo había sido enterrado entre montañas de nieve.

Coloqué mis manos frente a mis ojos y apenas pude percibirlas. Eso me atemorizó más. Podía percibir mis frías palmas porque sabía que estaban colocadas frente a mí. ¿Qué me decía que no había algo más en la habitación? ¿Algo más que no pudiese percibir?

Me envolví de nuevo entre mis sábanas, solo que esta vez, permitiendo a mis ojos ver algo fuera de estas, o en este caso, nada. Las inexistentes sombras de mi memoria comenzaron a materializarse. La madera crujía como si una bestia se acercase a mí, con sigilo pero con decisión. Susurros que salían de la nada. Risas. Gritos agonizantes. Podía sentir tentáculos y brazos de seres horripilantes saliendo por debajo de mi cama. A través de mi pared lograba escuchar aquellos maullidos infernales del gato de un solo ojo. ¿Estará ahí la pobre mujer? No lo podía soportar. ¡Yo solo quería dormir!

De pronto, mis memorias se pausaron. Un inconveniente mental. La gran obra se detuvo. Y el reflector apuntó a un solo actor.

Lo vi. Un ser alto y alargado. Su piel parecía hecha de madera antigua. Arrugas y verrugas por toda su cara. No tenía ojos. Pero un brillo mortal lograba percibirse dentro de esos agujeros. Me sonreía. Una sonrisa que a cualquiera podría no dejar dormir. Sus colmillos se derramaban. Aquel ente, de algún modo que desconozco e ignoro, abrió la ventana de mi habitación. Pude verle entrar por la misma. Era como una sombra de polvo. Estaba a contraluz. La luz de una luna sangrienta. Pero lograba distinguir sus largos brazos, y sus largos dedos. Poco a poco iba caminando hacia mí. La madera crujía con cada paso que daba. Cada vez más fuerte.

Tuve la sensación fugaz de estar ante una bestia, de  un monstruo y un demonio que era capaz de abrir sus brazos y embestirme en cualquier momento. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, tensionó y anudó todo dentro de mis entrañas. Sentía miedo.

Quise gritar, pero no logré articular palabra o sonido alguno. Me quede paralizado. Recé para que las luces del amanecer acudieran a mi rescate. Por primera vez en mi vida, recé que amaneciera para ir a la escuela.  Se acercó más y más. Logré percibir su mano y su respiración cerca de mí. Pedía que todo esto terminara, para por fin poder dormir tranquilo.

IV

Sentí mucho frío. Me había despertado de golpe. Abrí los ojos asustado, temía que aquel ser de nombre desconocido se encontrase frente a mí. Pero lo único que pude ver fue un rayo de luz a través de las cortinas. Mi espalda estaba fría pues había sudado toda la noche.

Me alegré por un momento. Todo se había tratado de una mala pesadilla. ¡Pero claro que fue una pesadilla! Mis pies descalzos tocaron el piso. Y me puse de pie. Avancé poco a poco hacía mi ventana para abrir las cortinas y así empezar un nuevo día, más feliz que nunca de estar vivo. Recorrí el mismo camino que el monstruo, que ahora solo vivía en mis memorias.

Me coloqué frente a la ventana. Y abrí las cortinas de golpe, esperando ver la resplandeciente luz del Sol y tropecé con un pequeño trozo de madera que  yacía en el suelo. Cuando recorrí las cortinas mi cuerpo se paralizó. Lagrimas brotaron por mis ojos y resbalaron por mis mejillas. El miedo me invadió de nuevo. No lo podía creer ¡Era imposible! ¡Solo fue una pesadilla, una estúpida pesadilla!

Me petrifique al ver la ventana abierta, pues la única evidencia de mi cordura era que la había cerrado antes de ir a dormir.

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