Facultad de Filosofía y Letras
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Perdón. Perdón por no ser el hijo que esperabas. A veces (o nunca) soy el hijo que yo mismo quiero ser. No importa cuántas cualidades físicas y sociales se me atribuyen, yo sé y tú sabes, que no soy lo que ninguno de los dos queremos que sea; y si tú estás decepcionada (espero que no lo estés), créeme que yo lo estoy el doble.
Jamás es mi intención lastimarte aunque parezca que sí o que no me importa cómo te sientas, si yo pudiera te daría todo aquello que desde niña has suplicado a gritos: una vida feliz, una casa grande y espaciosa llena de luz y muebles bonitos, vestidos hermosos de tus tiendas favoritas, anillos, pulseras y collares enormes que sólo a ti te gustan y que sólo a ti se te ven bien. Te serviría el pan que tanto te gusta con el café justo como te gusta: hirviendo. También, los tacos de esa taquería que tanto te gusta. Te regalaría el trabajo de tus sueños, una camioneta preciosa como tú y un marido que sin molestarse y con paciencia te enseñe a manejarla, además él sería amoroso y fiel, comprensivo y que sea buen padre; un hijo que sea como sus padres pero siempre mejor, una familia feliz.
Una vida feliz. Más felicidad y menos lágrimas. No es que esas sean malas, muy por el contrario; es bueno dejarlas salir de vez en cuando. Pero tú, mamá, has llorado demasiado buscando tu sonrisa.
Hoy, al igual que los últimos diez años, me dijiste que te duele algo. A veces es el brazo y otras veces el ojo, tu espalda, el abdomen o tu pecho. Dices que tu vida se escurre como agua entre los dedos, que pronto todo acabará para ti. Y hoy, al igual que los últimos diez años, me quedé callado, en primera porque no sabía qué decir. ¿Cómo esperas que un niño asimile la inminente muerte de su madre mucho antes de cualquier diagnóstico? Y en segunda, por miedo. Miedo a que si lo verbalizo lo hago real, le doy poder a ese falso diagnóstico que tú misma te diste sin antes acudir al doctor.
Sin embargo, lo que hoy te dolía era el alma. Hoy y siempre es el alma. Lo sé porque a mi también me duele. Me duele tu pesar, ese que te acompaña día y noche y que está en el aire que respiras, en las noches de insomnio y en tu ceño fruncido.
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