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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Mariana Méndez Martínez

Facultad de Derecho

Semblanza

Lucía

Número 2 / JULIO - SEPTIEMBRE 2021

Eran esos momentos los que me gustarían encapsular para después alimentar el alma y la esperanza, cuando éstas parecieran ceder su lugar a la tristeza

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Permanecí inmóvil, pálida, el frío helaba cada rincón de mi mente, la lluvia caía lento y se mezclaba con la sal que salía de mis ojos. En la mañana había salido a cuidar a los borregos al campo y en el mezquite de al lado un cuicui cantaba como si el agua le pasara por la garganta; eso auguraba cosas malas.

Al llegar al campo, todo iba como de costumbre hasta que la tragedia llegó. Había visto a varias borregas dar a luz, pero nunca intervenía, era como si ellas se hubieran preparado para el alumbramiento con anticipación y yo sólo las miraba, sin más. Esta borrega estaba en la tierra y su cría tenía todavía la mitad del cuerpo adentro, más por curiosidad que por conocimiento, de un tirón saqué al borreguito. Después ya sólo el sonido de la brisa acariciando la milpa, la borrega había perecido, dejando huérfano a su crío. Lo abracé y su calor invadió mi cuerpo, reconfortándome, haciéndome sentir viva.

Ya sabía que llegando a casa lo primero que mamá Joaquina haría sería confirmar cuántos borregos regresaban y, al darse cuenta de que faltaba uno, me insultaría hasta que la saliva de su boca se acabara y después comenzaría de nuevo. La lluvia ya había parado y como testigo de lo que fue una tormenta sólo quedaba el olor a tierra húmeda, el agua corriendo por las calles y la barranca.

Cuando llegué a casa, estaba sola, el único ruido era el de las ráfagas de viento azotando las láminas del techo y el del borreguito que esperaba a ser amamantado. Decidí que era mejor llorar en mi soledad antes de llorar frente a mamá Joaquina. En eso estaba hasta que recordé que tenía que cambiar a los totoles de corral. Salí disparada al patio, pero ya era tarde, el guajolote había picoteado a los totoles hasta matarlos. ¿Cómo les diría que se me murió una borrega y cinco totoles? Ya me imaginaba el ardor y el calor que sentirían mis piernas, mi espalda, mis brazos y cualquier otra parte de mi cuerpo que recibiera los cables de la mano dura del señor Artemio que, aunque no era mi papá, se sentía con la obligación de castigarme, ya que, según él, se encargó de mantenerme cuando mi papá nos había dejado. La verdad es que él resultaba más una carga que un apoyo, cada día sin falta se iba a tomar y sólo regresaba por más dinero para continuar.

La calle enlodada ya nada más estaba iluminada por una lámpara desgastada y los focos de la tiendita de doña Nacha; sin pensarlo dos veces, corrí a casa de mamá Chana, tal vez ella me defendería. Aunque por la edad ya casi no veía y tampoco recordaba mi nombre, siempre me confundía con mi difunta hermana Fele a pesar de que le dijera una y otra vez que me llamo Lucia.

Al llegar fui recibida por el Mezcal, la Canela y la Chata, que eran los perros que hacían compañía a mamá Chana. No me reconocían, furiosos me mostraban sus colmillos y se lanzaban contra mí. Yo intenté agarrar piedras para ahuyentarlos pero a causa del lodo resbale. El Mezcal aprovecho para adueñarse de mi pie derecho, sentí que la sangre caliente recorría cada uno de mis fríos dedos, la Pinta sin quedarse atrás atoró sus colmillos entre mi desgastado chaleco que terminó haciendo jirones y la Canela mordió mi brazo izquierdo. Creí que me estaban clavando cientos de agujas a la vez. Grité, grité y grité hasta que la garganta me dolió, era en vano, nadie llegaba a mi auxilio. Los perros se aburrieron de morder mis raquíticas piernas y se fueron, la lluvia volvió a su curso y sirvió para lavar la sangre que manchaba mi pantalón. A mi paso dejaba un hilo de agua en color rojo. Tardé en ponerme de pie, la mordida de mi brazo no parecía profunda así que no me preocupe tanto; en cambio la de mi pierna mostraba un río de sangre, me quite el chaleco deshecho y lo amarre alrededor de la herida para intentar frenar la sangre desbordante.

Con pasos lentos logré llegar a la cocina, donde mamá Chana se encontraba haciendo las tortillas, ella movía hábilmente sus arrugadas manos y ponía una tortilla en el comal, después volteaba otra y así sucesivamente. El calor del fogón y el olor de la canela y el piloncillo me reanimaron. Ella me ofreció una tortilla y un pocillo de café, yo acepté y me di cuenta de que era lo primero que comía en todo el día. Estar con mi abuelita me hacía sentir que alguien me quería, me sentía protegida y mis males desaparecían, eran esos momentos los que me gustarían encapsular para después alimentar el alma y la esperanza, cuando estas parecieran ceder su lugar a la tristeza. Mamá Chana acabó de hacer las tortillas y nos fuimos a su cuarto, antes de acostarse cerró la puerta con un candado enorme.

Mamá Chana se sentó en la cama y yo recosté mi cabeza sobre sus piernas, ella me arropó y suavemente quitó los mechones de cabello que caían sobre mi cara. Empecé a llorar al contarle todo lo que me pasó ese día, ella me limpiaba las lágrimas y me consolaba diciéndome: Mientras yo este nada malo te ocurrirá Fele. Ya no me importaba que Chana me confundiera con mi hermana, al fin y al cabo, ella me quería.

Terminé durmiendo, ya sólo mis sollozos y el canto de los grillos nos acompañaban hasta que fueron interrumpidos por el ladrido de los perros, una voz familiar me despertó: ¿Dónde estás hija de la chingada? ¿Creíste que acá la vieja te va defender o qué? Eso me ganó por hacerme cargo de engendros malagradecidos como tú, esto también es culpa de la inútil de tu mamá que siempre está de tu alcahueta, pero a ella ya la alineé.  Ahorita que entre te voy a sacar de tus cabellos y te voy a enseñar a obedecer. Ahora sí era mi fin.

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Lucía

6 respuestas

  1. A veces hacemos cosas de las cuales nos arrepentimos, cuánto te das cuenta de que tienes responsabilidad sobre lo sucedido y ahí es donde viene la culpa, sin embargo el tema principal creo yo, es el de la violencia; Es común saber que un conocido fué educado con violencia, o simplemente le trataban como vulgarmente dicen “tratado peor que un perro”, “a punta de madrazos”, que porque según así se enderezan a los chamacos; Gracias a dios, yo no fui educada con violencia, si eso hubiera sido así supongo que con la cotidianidad eso se me haría algo normal. Se me hace triste saber que es tan real, se me hace triste pensar es como son las vidas de las personas que sufren este tipo de violencia, que más quisiera uno tener una de familia perfecta en donde pueda uno vivir en paz, libre, felíz, como uno merece ser tratado: con respecto y cariño!
    El hecho de que tuviera a alguien con quién desahogarse me hace sentir un poco tranquila, aunque esa persona no la pudiera defender.
    La autora hizo un gran trabajo, sigue así autora! y disculpen si mi comentario está mal redactado y sus errores ortográficos, gracias!?

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