Colegio de Ciencias y Humanidades Oriente
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Todos en algún momento hemos escuchado la frase: “como te ven, te tratan”. Pensábamos que era un simple dicho popular o una exageración, pero va más allá de eso, refleja una verdad en la sociedad. El efecto halo fue propuesto por el psicólogo Edward Thorndike quien en 1920 publicó un artículo titulado A constant error in psychological ratings.
Aquí nos describe que es “la tendencia de las personas a generalizar sus impresiones sobre una persona basándose en una característica específica, como la apariencia física o el comportamiento, y aplicar esas impresiones a otras áreas de la vida de esa persona incluso aquellas que no están relacionadas con la impresión inicial”.
Entonces, ¿Qué ocurre cuando nos miran a través de las redes sociales?
Sabemos que el Internet ha facilitado la difusión de opiniones y perspectivas, aunque no nos conozcan eso no evitará que las personas hagan juicios de valor sobre nosotros y esto puede influir significativamente en cómo nos tratan las personas en la vida real.
Un ejemplo es cuando conoces a alguien y te agrega a sus redes sociales, revisas su perfil y ves que publica fotos constantemente de lujosos viajes y momentos felices, lo que podría llevarte a percibir a esa persona como exitosa, trabajadora, estable y todas estas ideas empiezan a generar expectativas poco realistas a pesar de sólo tener la mínima información.
Así como podemos generar una buena imagen puede suceder lo contrario, ¿qué pasa cuando no alcanzamos ciertos estándares de popularidad o belleza?
Hoy en día tenemos una cultura donde los seguidores, me gusta, comentarios o el hacernos viral se convierte en una forma de validación social, vemos cuerpos que se ajustan a estándares estéticos, vemos texturas de piel perfectas, contenido que romantizan la vida lo que distorsiona la percepción y crea interacciones superficiales y poco auténticas.
Inconscientemente tratamos de aplicar este efecto halo, lo que nos ha llevado a construir una imagen idealizada de nosotros mismos, a tal grado que elegimos cuidadosamente qué aspecto publicar de nuestra vida. Porque sabemos que una buena primera impresión puede ayudarnos en cómo somos percibidos en otros contextos.
Y aunque la popularidad en redes sociales y el reconocimiento público pueden dar una impresión de una vida perfecta llena de éxito, a menudo la realidad es muy diferente. Un ejemplo de esto es Selena Gómez, la mujer más seguida en Instagram con 427 millones de seguidores.
Lo que empezó como una forma de interactuar con su público terminó afectando su salud mental, ya que por mucho tiempo vivió tratando de cumplir con ciertos estándares de belleza. Asimismo, tuvo que soportar la presión de estar siempre visible y en constate comparación.
Sin importar su éxito, Selena ha sido víctima de críticas, comentarios hirientes sobre su apariencia, peso y sobre las decisiones que toma. Lo que la obligó a tomarse un descanso de sus redes sociales para proteger su bienestar.
En diversas entrevistas declaró: “me tomé cuatro años fuera de Instagram y dejé que mi equipo publicara por mí. Sentí que era el regalo más gratificante que me di a mí misma. Estaba más presente. Era más feliz.”
Este mensaje nos enseña la importancia de aceptarnos y valorarnos, en un mundo cada vez más centrado en el consumo de contenido, donde nos bombardean con mensajes de tener más, de ser más puede llevarnos a un estado de insatisfacción y comparación constante.
Debemos reflexionar y ser conscientes que muchas veces lo que se muestra en las redes sociales solo se centra en mostrar lo mejor de la vida de las personas, lo atractivo y positivo.
No hay nada mejor que ser auténtico, vivir sin miedo a ser juzgado y sobre todo expresarte de manera libre pero siempre con empatía hacia la otra persona recordando que más allá de una identidad virtual, hay emociones, experiencias, reales. Hay que ser humanx.
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