Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Oriente
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La mesa estaba vacía nuevamente, los platos habían sido plantados donde debían ir, pero nadie, salvo Alberto, estaba ocupando alguna silla. La mesa del comedor era tan larga que tenía veinte sillas, nueve en sus costados y una en cada cabecera. El mediodía y su calor sofocante asfixiaban la tarde, Alberto se dispuso a comer, la casa a pesar de la gran cantidad de ventanas que permitían el paso de la luz se encontraba muy oscura, como de costumbre, encendió todas las luces de la casa, para un poco de compañía que le diera luz, decía él.
La tarde pasó. Sus padres estarían trabajando o en alguna comida ‘importante’, haciendo negocios para que nada le faltase a Alberto. Él fue a su habitación, dejando todas las luces de la morada encendidas. Su madre llegó antes que su padre, ya daban las doce, se fue a dormir sin mirar a Alberto en todo el día, él la vio cuando llegó, la vio desde su ventana que daba al jardín. Su madre vio la luz encendida, pero la ignoró, Alberto estaría bien, tenía todo.
Su rutina era la misma diaria: esperar el contacto con sus padres, encender las luces, encerrarse en su mundo y no tener contacto con nadie.
El día de su cumpleaños, Alberto comió solo, como de costumbre. Miró a lo lejos un reloj, en el tic-tac de las manecillas, encontró la soledad que reinaba en su casa, en su vida, en su día a día y lo que siempre le había hecho falta, aun cuando sus padres pregonaban que nada le faltaba a él, afecto y palabras de aliento. Las luces de esa casa siempre estuvieron encendidas, así como las suyas, él no estaba bien.
Su madre llegó, vio que la luz de su habitación estaba encendida y se fue a dormir sin verlo. Esa noche, un abrazo pudo haberle detenido; al día siguiente ya era tarde, su madre halló la luz de la habitación de su hijo apagada, halló entre el grito desesperado que escapó de ella que él ya no la estaría esperando más al filo de la ventana. Su abrazo llegó tarde. Solo abrazaba, con profundo remordimiento, el cuerpo apagado de su hijo.
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2 Responses
Los padres cometemos muchos errores y uno de los mas importantes es no saber conectar con los hijos, siendo uno de los fundamentos mas importantes en la vida de todo ser humano.
Un saludo afectuoso Luis Eduardo: Alberto tenía “todo” pero no amor, pero somos tan contradictorios que cuando tenemos amor, queremos “todo”. Me gustó tu cuento pero no tengo las herramientas para analizarlo, éxito en todo lo que emprendas. Una señora “adulto mayor” como ahora nos dicen, en lugar de la hermosa palabra viejo, vieja, desde Chihuahua, Chih. Norma Reyes.