Facultad de Filosofía y Letras
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“¿Acaso no tenían razón? ¿No es el espejo tanto un reflejo de la realidad como un proyecto de la imaginación?” – Carlos Fuentes, El espejo enterrado
Dentro del marco de la toma de protesta de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ocurrió un evento que provocó un gran debate en las redes sociales. Sucedió que la presidenta invitó a España al evento, mas no al rey Felipe VI. La discusión, como cabría esperarse, es polarizada, sin puntos medios, obedeciendo a los extremos y sin salir de sus respectivas cámaras de eco. Hay quienes tachan a la presidenta de ignorante, incluso piden disculpas a los españoles, mientras otros la defienden y apoyan. Si bien la discusión ocurre de una forma deplorable, el tema es necesario, pues involucra nuestro origen como mexicanos, extendiéndose hacia todos los países de Latinoamérica.
Claudia Sheinbaum publicó una carta en sus redes sociales donde explicaba que su motivo para invitar solo al presidente de España fue aquella petición del expresidente Andrés Manuel López Obrador que no solo no fue respondida por la corona española, sino que filtraron la carta a los medios. Este debate, que en realidad nunca ha sido zanjado, inició cuando, en marzo de 2019, se pidió al rey de España, Felipe VI, y al papa Francisco una disculpa y reconocimiento público de la violencia infligida a los pueblos indígenas durante la invasión europea. Mientras que el Papa reconoció los abusos de la fe, el rey español permaneció en silencio; fue el Ministerio de Asuntos Exteriores el que emitió un comunicado en el que rechazaba la petición, alegando que aquellos eventos tenían 500 años de antigüedad y no se podían juzgar con los valores actuales.
Tenían razón: juzgar el ayer con la sabiduría de hoy es injusto, por no hablar de que supone una superioridad moral altamente cuestionable sobre nuestros antepasados. Sin embargo, esto fue sumamente exagerado, quizá por la mención de la palabra “disculpa”. La carta del expresidente de México es clara. El texto no acusa a España ni a su actual rey, tan solo explica la importancia de reconocer los sucesos históricos que forman parte tanto de nuestra historia como mexicanos como de la suya como españoles. Hacerlo no implica culpabilidad, tan solo es un ejercicio de reflexión sobre el pasado, y uno muy importante, pues solo a través de él podemos tomar medidas para que estos abusos no se repitan en el presente, pues aquellos abusos jamás han desaparecido, ni siquiera en esta supuesta elevada actualidad en la que vivimos. No es un tema nuevo y aun así es muy vigente, hoy ya no son los pueblos mesoamericanos los que sufren de ello; hoy son otros los que siguen padeciendo la colonización y el genocidio. Todo esto sustentado por una filosofía religiosa y el narcisismo colectivo de un grupo.
Carlos Fuentes, en su libro El espejo enterrado, habla sobre la dicotomía en la génesis del latinoamericano. Dos pueblos entraron en contacto desde la llegada del genovés Cristóbal Colón. Sin embargo, su unión no se concretó hasta que Hernán Cortés, un centenar de conquistadores, un millar de tlaxcaltecas y otros pueblos enfurecidos tomaron Tenochtitlan, la capital del entonces decadente imperio mexica. Desde ese momento se comenzó a fraguar la realidad mestiza, un adjetivo que significa que somos hijos de padre español y madre indígena. Esto simboliza la razón de nuestros problemas para definirnos, pues no somos de allá ni de acá, sino de ambos. Ser mestizo es algo que, con seguridad, une la realidad de la mayoría de los mexicanos. La “pureza” es un mito, ni siquiera los mayas que, a pesar de su increíble esfuerzo por mantener vivas sus costumbres y lengua, han estado exentos de la influencia del mestizaje y la colonización.
Los eventos actuales muestran esta nueva conciencia de que no somos un país conquistado que se somete a un rey europeo, pero esto no significa que los españoles sean nuestros insensibles enemigos. De hecho, varios representantes de su gobierno se han pronunciado a favor de nuestra soberanía. Lo que sí significa es que la reflexión siempre es necesaria, más en estos casos, donde el pasado une a dos sociedades en una historia común. Quizá violenta, muchas veces incorrecta, pero hay que preguntarnos: ¿qué historia no está tallada con sangre? Es nuestro trabajo, entonces, como miembros de la sociedad, no olvidar y tener en cuenta lo que tuvo que pasar para que estuviéramos aquí. Al mismo tiempo, también debemos aprovechar estos lazos para construir sobre ese conocimiento un futuro más brillante, lleno de diálogo, amor, perdón y respeto que nos lleve a la mutua cooperación.
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