Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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La amiga de mi abuela Eugenia murió. Ahora se le ve triste en el desayuno, enojada en la comida y nostálgica en la cena. Hoy sábado, apenas se cumplen dos meses de su ausencia, le decía a mi mamá; aún está cercano el recuerdo de pensarlas juntas, sentadas tomando café con leche deslactosada en una taza color verde, a veces comiendo fruta picada, especialmente sandía, sólo con limón y sal para cuidarse, como decían.
No juzgaba a mi abuela por cómo se veía, no sentía que exageraba, pues por muchos años su compañera más cercana fue Matilde, y aunque casi pasó el mismo tiempo con mi abuelo Vicente, parecía que Matilde la entendía mejor. Esas carcajadas que escuchaba en mi cuarto desde la sala me hacían sentir calidez. Me hacían pensar en mis amigas, en Cami y Ale.
Desde que pasó lo de Matilde quise platicar con mi abuela, pensar y hablar juntas. Pensé en decirle que cocináramos algo, unas enchiladas rojas o pollo en guajillo. Aunque, sinceramente, no me gustaba cocinar, por aquello de que esperan que las mujeres estemos en la cocina. También está mi hermano Andy, pensaba. A veces sí me inventaba excusas para no cocinar, otras veces tenía cosas que hacer, pero, ¿y mi abuela? Ella no podía poner excusas, mi postura revolucionaria no hacía que ella estuviera menos en la cocina.
Supongo que este es uno de esos cuestionamientos incómodos de la lucha feminista, de esas cosas que a veces hablo con Ale y Cami. A lo mejor mi abuela disfruta tatemar chiles o sazonar el arroz, tal vez ya era su costumbre, no lo sé, la verdad no se lo he preguntado, creo que ni yo sabía escucharla. Así que decidí cambiar eso. Decidí proponerle que hiciéramos el desayuno juntas: chilaquiles verdes con café de olla. La ayudé a juntar lo que íbamos a ocupar, bajar la olla del estante y cortar las tortillas en triángulo, también puse música de fondo, unos boleros porque nos gustan a las dos. Los Panchos era una buena unión entre ambas, me dijo que pusiera Sin ti y no pude estar más de acuerdo, “Sin ti, ¿qué más puede ya importar?, si lo que me hace llorar, está lejos de aquí”, cantábamos.
–Mi Sofi, acuérdate ocupar del tomate que esté verde, verde bonito o se te va a amargar la salsa, mira cómo los estoy moviendo en el aceite para que no se quemen; igual la cebollita vela moviendo –dijo mi abuela.
Mientras escuchaba sus consejos culinarios, a la par doraba los triángulos irregulares de tortilla y memorizaba la receta de mi abuela: de 8 a 9 tomates, ¼ de cebolla, 2 dientes de ajo medianos y 1 chile jalapeño. Pero seguía pensando cómo hablar de Matilde, pensaba que hablar conmigo le haría bien, hasta practicaba lo que le diría. También pensaba que sin queso saben mejor los chilaquiles, pero así le gustaban a mi abuela.
–¿Verdad que Mati está en paz? Oro por ella en las noches, porque sé que ella oraba por mí. Extraño verla en las tardes y tomar café, me hizo compañía muchos años mi Mati y sin ofender la voluntad de Dios, aún no debía irse –me dijo.
A pesar de estar pidiendo la oportunidad de que mi abuela me dejara hablar de Matilde, cuando me preguntó por la paz de su amiga no supe qué decir. Aunque no creo en Dios como lo piensa mi abuela, le mencioné que sus oraciones le hacían bien a su amada amiga, porque no conozco oraciones más fuertes y bendiciones más amorosas que las de mi abuela. Sentía que no le estaba dando el mejor consejo, pero eran las mejores palabras que salían de mí, ni la práctica me pudo ayudar.
–La Cami, Ale y tú me recuerdan a Matilde y yo de chamacas –sonrió mientras ponía en la licuadora los tomates, cebolla, ajo y chile–. Nos conocimos casi a la misma edad que ustedes, cuídalas mucho, Sofi, cuídense mucho entre todas, donde anden, anden juntas siempre.
A mí también la pérdida de Matilde me hacía pensar en Ale y Cami, me hacía pensar en sus abrazos cálidos constantes, en los chistes simples pero muy graciosos de Cami o en los bailes inventados de Ale cuando comemos, pensaba en cómo lo que me construye viene de esas morritas. Me hizo recordar todas las comidas compartidas con ellas, el desamor abrazado y entendido, hasta en las marchas y toquines donde me siento segura porque van ellas, andando siempre juntas como dice mi abuela.
–Esa Matilde canija, luego nos enojábamos, ni se diga en nuestra juventud, era bien orgullosa y sabes qué, yo más –me dijo riéndose–, pero al final aquí estuvimos las dos. Habla siempre con Ale y más con la Cami que se ve bien mecha corta.
También me reí porque mi abuela es bien orgullosa y recordé que ya había hablado con esas morritas que las pláticas incómodas eran necesarias, en eso coincidíamos todas. La verdad es que igualmente habíamos tenido peleas, nos enojábamos, pero escuchándonos nos salía muy cómoda la convivencia de nuevo; eso les agradecía mucho, sentirme escuchada y validada. La incomodidad para escucharnos no se sentía tan negativa a su lado.
–Sé que tu mamá piensa que ando muy triste por Mati, pero ya no está mi amiga, déjenme un rato estar así –hizo una pausa y me señaló la olla–. Sofi, mira cómo tienes que echar rápido la salsa junto a la tortilla para que no brinque, échale sal sin miedo, que sazone 15 minutos y apagas.
Mi abuela diciéndome “Déjenme un rato estar así” era la señal para dejar de forzar la plática de Matilde, una plática con consejos memorizados, y de pensar que con una plática mía, como si fuera mágica, se fueran su dolor y tristeza. Ella sabía cuándo hablar conmigo y cuándo no, y creo que de eso se trata el duelo: acompañar y escuchar, entender y abrazar.
Cuando volteé a la estufa me di cuenta que hice lo mínimo de esos chilaquiles verdes, de verdad debía cambiar eso. Serví los chilaquiles en 5 platos y a los míos les puse un montón de crema y nada de queso. Se nos había olvidado poner el café, lo puse rápido en la estufa y lo dejé hervir. Pensaba en cómo mi abuela me hizo traer a la mente a Cami y Ale, casi hasta hacer un recorrido de nuestra amistad, y reflexionar en todo el esfuerzo, pláticas incómodas y peleas que nos esperan para seguir creciendo juntas. Sólo una plática y ya, una buena plática pensé, había sido una conversación recíproca entre mi abuela y yo.
Esperaba poder hablar después de Matilde con mi abuela sólo si ella quería, pero la verdad es que resultó una gran convivencia cocinar con ella y compartir espacios. Serví el café para las dos, en lo que los demás venían a desayunar. Mi abuela vio la taza de café color verde y empezó a llorar, lloró con tristeza.
–Matilde me recuerda a la taza de café, Sofi, mira qué rico huele, sólo falta la leche deslactosada y es como si estuviera aquí, mi Mati está en paz, mi querida Mati está con Dios –dijo abrazándome con cariño.
Abracé a mi abuelita, y le dije que Mati también estaba en la sandía con limón y sal que comían, en sus oraciones y bendiciones, hasta en la maceta con flores blancas que le regaló, y como ella me dijo antes, siempre van a andar juntas, donde ande siempre van a estar las dos. La calidez de Matilde siempre la iba a encontrar en una taza de café, en esa verde que compartían.
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Una respuesta
Me conmovió mucho la parte de las amigas porque a veces nosotras como mujeres buscamos sentirnos apoyadas y tener un círculo de confianza que a veces solo con nuestras amigas existe y de lo valioso que es cuidar las amistades que es una de las cosas más importantes en nuestra vida, son lo que nos da color y nos enseña, nos transforma en personas diferentes.