Facultad de Filosofía y Letras
Facultad de Filosofía y Letras
La conocí cuando llegué a la ciudad. En aquellos días yo estaba lleno de vida, expectante ante las maravillas que el mundo guardaba para mí, todo era vigorizante. He olvidado muchas cosas desde ese entonces, no por la edad, pues aún soy joven para recordar, sino más bien por el mal que nubla mi mente y acosa mi alma. Forzarme a hacerlo, hace que mi cabeza arda, hace que duela, pero haré un esfuerzo, el último de ellos.
Como si fuera un murmullo en el bosque o un chispazo de luz en la oscuridad, creo poder recordar la sensación del helado viento de madrugada sobre mi cara, cuando abandoné mi pueblo, se sentía como aventura, como un comienzo nuevo, una oportunidad de reinventarse. Más allá de eso, hacia mi pasado, todo está sometido en una impenetrable penumbra. Quien era antes del camino e incluso el rostro de mis padres, si es que alguna vez los tuve, elude cualquier intento de manifestarse ante mí. A veces fantaseo, creando memorias que, aunque sean falsas, me reconfortan. Un día imagino que era un niño en una casa de varias hermanas y al otro soy hijo único por la inesperada muerte de un hermano mayor que nunca conocí. Me reconfortan, pues me hacen sentir que existía antes de ella, me hacen sentir que era protagonista de mi propia historia y no un capítulo en su extensa y cruel novela.
Recuerdo que vine aquí a estudiar la universidad. Sí, ¿era Derecho?, ¿Economía?, ¿Medicina?, o ¿Quizás Filosofía?. Ya no lo sé y no creo que importe, pues no ejerzo ninguna de ellas. Aquí lo verdaderamente relevante es que la conocí a ella. Yo era inocente, un insecto sin amigos o familia acostumbrado al campo, perdido en una gran ciudad. Por lo tanto, no fue raro que mi universidad se convirtiera rápidamente en mi hogar. Era idílico, no puedo visualizarlo a la perfección, son recuerdos nublados como si pertenecieran a otro nombre. Aun así, agradezco poder rememorar las largas zonas verdes, el olor a libro viejo en sus inmensas bibliotecas, las interesantes pláticas en los estrechos pasillos y las estimulantes cátedras en sus aulas. Tengo la sensación de haber aprendido mucho allí, de empezar a vislumbrar un mundo inmenso que superaba cualquier fantasía mía, pero cuando intento repasar las lecciones y el rostro de mis compañeros y tutores, todo se desvanece y en su lugar aparece ella. A ella la recuerdo a la perfección.
Era mi profesora, sus rasgos finos le daban juventud y sus ojos de profunda oscuridad una sabiduría que solo venía con la edad. Tenía un cuerpo esbelto y atractivo, se vestía con la confianza y elegancia de alguien que se sabe bella. Monstruosa y mortalmente bella en una forma que no es natural. Todo en su persona parecía estar hecho para atraer, como las feromonas de la planta carnívora Nepenthes que embriagan a su presa para luego disolverla y devorarla.
Recuerdo su cabello negro desprendiendo aromas florales mientras se paseaba por los salones y su voz resonando dentro de mi cabeza, como el murmullo del viento entre los árboles, como cantos de sirenas. Su clase siempre estaba llena y en silencio, ella absorbía la atención como si se alimentará de ello. Yo fui a cada una de esas clases, en cada semestre y en cada horario, nunca me perdía una sola. Cuando mis compañeros entraban en huelga y la universidad cerraba, yo me quedaba en mi diminuto departamento, encerrado entre cuatro paredes, apenas durmiendo, apenas comiendo, a veces flagelándome, pero siempre pensando en ella, en su cabello, en sus ojos, en su voz, su cautivadora voz. Repasaba su nombre, lo gritaba por la ventana y lo susurraba entre las almohadas… Irene.
Llegó el día cuando ella me seleccionó entre todos sus alumnos para ser su profesor adjunto. Yo estaba extasiado por haber sido el elegido, casi excitado con la mera posibilidad de pasar más tiempo a su lado. Quizá fue filosofía lo que estudié, pues recuerdo que a su lado me parecía convertirme en el Übermensch de Nietzsche. Libre de la metafísica y el nihilismo, guiándome por mi voluntad de vivir la vida. Aun así, no recuerdo haber dado clase alguna o haber revisado un solo examen. Tan fácil, ella se volvió mi mundo y mi razón de vivir. Puede que mi memoria esté nublada, pero si recuerdo cuando comencé a olvidar. Fue allí con ella, entre sus brazos, embriagado por su aroma y su voz que susurraba incomprensibles maravillas al oído. Con cada uno de mis suspiros, ella más crecía, más aterradora, hermosa y seductora se volvía. Poco a poco mi mente se disolvió entre la bruma espesa. Olvidé el nombre de las calles, el rostro de mis amigos, las líneas de mis libros, el sabor de la comida, el descanso del sueño y mi pasado. Al final solo quedó mi propio nombre, pero hasta eso he perdido. En su momento yo pensaba estar enamorado y que el morbo de ser amado por mi profesora era lo que lo hacía emocionante, pero me equivoqué. Estaba obsesionado, enfermamente enajenado como polilla atraído a luz asesina. Ojalá me hubiera dado cuenta antes de que me estaba despedazando. Desde adentro me devoraba con cada vibración de su garganta y cada dulce palabra, se alimentaba de mis pasiones y mis dolores, degustaba mis memorias y mis experiencias, se nutría de mi libre albedrío y de todo aquello que me constituye como yo.
Estoy casi vacío, lo noto en las ojeras púrpuras, los ojos moribundos, los dientes amarillos y la piel pálida, frágil, como el papel viejo en el extraño que me mira desde el espejo. Ahora lo sé, es un monstruo sacado de la más oscura de las imaginaciones, uno que no teme a la luz del sol, uno que caza con piel de oveja, uno que devora el interior para escupir un vacío cascarón. Ella volverá muy pronto y terminará lo que empezó. Por eso escribo estas líneas, probablemente las últimas de mi vida, con la esperanza de que alguien las encuentre y sepa del peligro que representa escucharla a ella. Escuchar a Irene. Irene, muy pronto solo eso seré capaz de recordar, solo eso seré capaz de decir.
Por: Ruth Elizabeth Chargoy Ramírez
No sería justo reducir esto a una fotografía: yo te vi, te escuché, te sentí, te viví
Por: Sebastián Ortiz Pulido
El siguiente texto contiene spoilers de Cortar por la línea de puntos
Por: César Flores Muñoz
Un chico que buscaba algo más, y ahora era una leyenda viviente.
Por: Adrián Mayorga Rojas
¿Qué pasaría si le confiamos la humanidad a la tecnología?
Una respuesta
Excelente historia corta, con ritmo, mantiene el interés y la expectación durante todo el relato, uso preciso de adjetivos. Felicidades!!!!