En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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El Confidencial
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Yaretzi Quetzalli Pérez Benítez

Facultad de Filosofías y Letras

¿Qué es de la vida sin amar y cuestionar? Esas dos son mis dos más grandes pasiones y motores de vida.

Inteligencia artificial o el Moderno Prometeo

Número 19 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2025

¿Por qué la IA nos incomoda tanto si es una creación nuestra?

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Yaretzi Quetzalli Pérez Benítez

Facultad de Filosofías y Letras

En los últimos años ha habido un debate que es tendencia mundial de forma ineludible: millones de personas tienen miedo de que la inteligencia artificial se rebele, elimine y reemplace a la humanidad, tal como nos lo han mostrado películas como Terminator o Robocop, pero, ¿puede algo creado por el ser humano dejar de ser humano en esencia? ¿Una inteligencia artificial que replica nuestras decisiones, nuestras búsquedas, incluso nuestras emociones, no es acaso un espejo más que un reemplazo?

Estos cuestionamientos se deben a la acelerada adaptación de la inteligencia artificial a nuestras vidas; actualmente se utiliza para hacer más eficiente el trabajo, para realizar una tarea en la escuela, para sacar una receta de cocina, incluso para tener una charla profunda o una terapia más superficial, una infinidad de acciones se pueden hacer con la IA hoy en día. 

Este impacto es muy notorio en el ámbito educativo, donde, como estudiante universitaria, me he encontrado con un Pepe Grillo que me hace preguntas al utilizar la nteligencia artificial como parte de mi formación profesional: ¿estoy plagiando si me ayuda a corregir un texto?, ¿pierdo habilidades que podría estar desarrollando?, ¿me estoy volviendo dependiente?

Recuerdo una ocasión en la que entregué un trabajo sobre Frankenstein educador (1996), un libro del filósofo y pedagogo francés Phillipe Meirieu; apoyándome en una IA, estructuré y afiné mis ideas, pensamientos y redacción. La profesora elogió mi tarea y obviamente me sentí orgullosa, pero también incómoda: ¿el mérito era mío o de la IA?, ¿es justo y necesario sentirme culpable por algo que, al principio era mi idea, pero no terminé de escribirla completamente sola? 

Saber que no soy la única estudiante que la utiliza me da tranquilidad y dejo pasar las preguntas, supongo que algunos estudiantes se sentirán identificados, pero eso no significa que las dudas desaparezcan, sólo les ponemos mute por un tiempo determinado y caducable. 

Sin embargo, últimamente sí me he detenido a reflexionar sobre la posible respuesta a esas preguntas y he llegado a la conclusión de que es correcto responder ‘sí’ y ‘no’, cualquiera de las dos opciones puede argumentarse muy bien. De manera que si ambas respuestas tienen sentido, la discusión parece que gira en un círculo vicioso, llevándonos de regreso al mismo punto sin avanzar; así que sospecho que el problema no está tanto en cómo usamos la IA, sino en por qué nos está incomodando tanto, si es una creación nuestra.

En este sentido, recordando la obra de la tarea que me hizo cuestionarme éticamente, Frankenstein Educador, Meirieu se preguntaba por qué cuando pensamos en Frankenstein pensamos en el monstruo y no en su creador. Puesto que el monstruo no tenía nombre y quien se llamaba así era el Doctor Victor Frankenstein, Frankenstein no era el monstruo, era más bien un sabio médico; Meirieu, entonces, plantea que las creaciones funcionan como espejo del creador: nuestras creaciones somos nosotros porque hemos puesto en ellas todo nuestro saber, nuestra intención y nuestro trabajo, el hecho de que se le nombre como a él, es una forma de reconocer su trabajo y propiedad. Es la esperanza de encontrar la inmortalidad a través de lo que creamos. Lo mismo ocurre, según Meirieu, con los apellidos: no los elegimos, los heredamos. Así, llevamos el nombre de quienes nos antecedieron como una forma de asegurar su legado. 

Entonces, ¿por qué se llama “inteligencia artificial” si se supone que la inteligencia es una capacidad propia de los humanos? Así como llamamos “Frankenstein” al monstruo cuando ese era el nombre del creador, también llamamos “inteligencia” a una creación artificial, proyectando en ella lo más humano que tenemos. 

Quizá estamos apresados en una dialéctica amo-esclavo con la IA: queremos ser su amo, pero al mismo tiempo está ejerciendo cierta fuerza en nosotros. No hay amo que no sea esclavo de su esclavo. La IA no puede existir sin nosotros, pero nosotros tampoco ya podemos existir sin la IA. 

Al igual que la tensión entre el creador y el monstruo que existe en la obra de Frankenstein o el moderno prometeo (1818) de Mary Shelley, nosotros tenemos esa misma tensión con la inteligencia artificial: queremos usar la IA para nuestro mayor beneficio, pero al ser tan similar a nosotros nos preguntamos si quizá nos está alienando y quitándonos nuestro rol de amo; porque así somos los humanos y nos da escalofríos pensar que podemos crear algo similar a nosotros, con nuestros mismos defectos, dando pie a dilemas éticos. Queremos que la IA actúe como nosotros en muchos sentidos, pero sin ser nosotros ni tomar nuestro lugar. 

Probablemente el miedo no es que la inteligencia artificial piense por nosotros, sino que lo haga muy parecido a nosotros. Si la IA es un espejo, entonces no tememos perder el control, sino enfrentarnos a lo que somos. 

¿Por qué estaría mal que una inteligencia artificial domine el mundo? Si al final, sólo estaría replicando e inmortalizando a su creador: la humanidad. ¿No es ese, después de todo, el mayor motor de nuestra especie? El amor a lo humano, el deseo de perpetuarnos. 

Cuando un niño hace una travesura, no lo señalamos a él, señalamos a sus padres; y en el caso de la IA, nosotros somos sus creadores. 

Algo se vuelve una amenaza, no porque nos vaya a dominar, sino porque nos hace cuestionarnos a nosotros mismos como especie, y esto es lo que está pasando en el siglo XXI con el moderno Prometeo. 

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