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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Leslie Marissa Mendoza Beltrán/Escuela Nacional Preparatoria 9
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Alberto Carbó Fernández

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Escribo obras literarias

¡Fuimos felices!

Número 7 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2022

Un inesperado desenlace le espera a un jefe que abusa de sus empleados

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Alberto Carbó Fernández

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

¡Fuimos felices! De veras, inspector… Mi tragedia ocurrió por la mañana. Verá, soy de una institución pública. Mis colegas y yo nos saludábamos. Nadie se metió con la labor de alguien. Se respetó a cada quien. No se criticó o corrigió error ajeno. Era pura armonía… ¿Dudó usted de mí?… Se lo relataré…

Desde mi primer día laboral amisté con cada uno. Mi jefe, Anaya, me recomendó y me presentó al director Orozco, dos supervisoras y empleados. Sería una unión indudable. Algunos años nos apoyamos. Siempre saludé desde al director hasta la fámula. Esforcé mi deber administrativo. Cumplí cada orden. No me aquejó ni una presión. Mi desempeño fue admirado, valorado y respetado…

Días antes llegaron las desgracias. Una noche por orden del mando superior, sin previo aviso, hubo cambio interno al personal. Fuimos removidos. No faltó director envidioso y neurótico. Su nombre era Lucio.

Se encargaría de hacer mi vida imposible… Siempre quiso tener razón absoluta. No aceptaba crítica. Tenía un objetivo: fastidiar, para obligar a renunciar a nuestra vacante. Me mortificaría y eliminaría de la plantilla.

Diario sufrí insoportable maltrato. Mi adusto jefe siempre llegó malhumorado. Sin prudencia, ni consideración, a cada rato me gritó: “¡Hernández, a mi oficina!”… Sus ojos enfurecidos me señalaron los supuestos errores de mis informes. Aunque le justifiqué mi explicación, con prepotencia y altanería me evidenció frente a la gente. Me miraron compañeros, funcionarios, visitantes y mis amistades. Me intimidó por cualquier pequeñez.

Cuando no era el acento, era la coma, si no, algún sinónimo o antónimo. Primero me pediría una cuartilla sobre cierto tema, después me exigiría doce. Lucio explotó furioso. Describí en apuntes equivocaciones, corruptelas e incorrectos manejos en recursos públicos de funcionarios. Sobre todo si los analizados eran sus amigos o superiores. Fueron favorecidos por la mafia política… El mismo Lucio era miembro de esa camarilla.

Me cuestionó. Cómo me atreví a insinuar posible soborno del político supremo, sólo porque el individuo criticado enajenó a cada incauto bajo falsa promesa de dar dinero, despensa y casa. Justificó la ilegalidad. Yo era “malagradecido”.

Lucio caviló desprestigiar mi distinguida imagen. Como escarmiento me presionó con bastante labor. Me prohibió salir de mi horario normal. Me quitaron días de mis vacaciones. Trabajé tiempo extra sin retribución. Incluyeron días festivos y fines de semana. No permitió moverme del escritorio… Me negó liquidar cada impuesto. Al salir a saldar cada deuda, los bancos y oficinas públicas ya no daban servicio. Me endeudé más. Incluso si acudía al doctor, pedía receta médica o me descontaría mi sueldo.

Lucio pareció conseguir propósito. Me fastidió en todo. Máxime porque no podía quejarme ante la inseguridad laboral. Sólo conté con respaldo moral. Mis colegas dedujeron intenciones. Lucio quiso mi renuncia. Nunca se la firmé. Obtuvo mi odio. Su constante dominación me originó enorme rencor a él, más al descubrir algo. Una acción reprochable para un director gubernamental.

En una ocasión le llevé informe a revisar. Oí a Lucio tras la puerta de su oficina. Presumió investigación elaborada por mí, como si fuera escrita por él. Conocidos lo admiraron. Quedó como el jefe inteligente, capaz de resolver cualquier conflicto. Se quiso acreditar como persona sobresaliente.

El estrés se apoderó de mí… Cada día la rutina desesperante… Como el gato al fastidiar al ratón. Lo medité cuando vi al felino esperar al roedor tras el agujero del muro. No toleré la risa burlona de Lucio… Sin momento libre de regaño u ofensa… Nadie debía despreciar al semejante por no pensar del mismo modo… No aguanté más.

Hoy el cielo amaneció nublado. Lo vi gris como mi desgracia. Salí de la oficina a la calle… Debía sintetizar noticia importante. Fui al puesto de revistas a comprar el periódico. Desde el estanquillo vi al jefe a punto de atravesar. Se detuvo porque el semáforo cambiaría de luz… No resistí… Me acerqué por detrás… Casi no había nadie. Los vehículos arrancarían… El deseo malévolo me dominó. Sería mi única oportunidad de vengarme.

No dudé. Cuando la luz cambió a “siga”, lo empujé con toda mi fuerza. Lucio ya no reaccionó. Un veloz ómnibus lo aventó al camión refresquero, el cual se echó una reversa y le aplastó la cabeza.

La gente vio el atropellamiento. Lo auxilió sin remedio. De la otra esquina llegó el policía de tránsito, apartó a la multitud, oyó opinión. Yo fingí. “Quise detenerlo pero el jefe no me hizo caso”. Me creí liberado del incidente. Antes de entrar al edificio, el policía me detuvo… Una patrulla arribó a la entrada. Quedé arrestado.

A mi ingreso en el juzgado discutí mi inocencia de salvar a mi jefe. Aunque usted, inspector policiaco, demostró lo contrario tras su investigación… Me enteró cómo cometí el crimen: la anciana del puesto de revistas atestiguó el infortunado suceso; detalló todo a la autoridad. Además mis huellas del saco del zoquete evidenciaron un empujón para asesinarlo, no un jalón para salvarlo… Pronto se me trasladará a prisión… Noté su mirada molesta… Pero no pude evitar mi sonrisa satisfactoria y vengativa.

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