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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Lucas Pezeta /Pexels
Diana Cuenca Esquivel

Diana Cuenca Esquivel

Colegio de Ciencias y Humanidades Vallejo

Fue un 25 de enero el día en el que tuve la dicha de venir a este mundo, más tarde mis padres decidirían el nombre con el que me presentarían ante la sociedad, Diana Cuenca Esquivel. A mis cortos 17 años no he podido ir más allá de mi natal Ciudad de México. Aquí he creado recuerdos que no suelo presumir por su belleza, sino más bien por la enseñanza que me han dejado y que gracias a ellos he podido desencadenar una serie de textos que suelo combinar con la tragedia de mi vida y el embellecimiento que mi mente puede adornar. Desde que tengo memoria nunca fui una persona que se caracterice por tener una personalidad extrovertida, este hecho me ayudó a sumergirme poco a poco en el mundo de la literatura, la ficción, perderme entre la pasión de escribir hasta sentir que estoy viviendo dentro de mis historias. Y ahora que estoy en mi último año del Colegio de Ciencias y Humanidades (Vallejo) puedo llevar mis escritos un poco más allá de mi experiencia personal, con la fiel esperanza de poder iluminar el mapa de alguien que necesite ayuda para encontrar su camino.

El Valle de las Sombras

Número 2 / JULIO - SEPTIEMBRE 2021

Por eso es que están tan inquietos: ellos desean la libertad

Diana Cuenca Esquivel

Diana Cuenca Esquivel

Colegio de Ciencias y Humanidades Vallejo

La Tercera Guerra Mundial, en la que se disputaban las últimas gotas de agua en el planeta, tenía ya varios meses en marcha. Las principales potencias llevaban semanas ocupando a los pueblos más pobres como campos de batalla. Los habitantes de cada región eran raptados por el enemigo para convertirlos en esclavos o, en el peor de los casos, eran asesinados por diversión.

Por otra parte, las mujeres eran llevadas hasta El Valle de las Sombras, una pequeña zona alejada de la guerra y formada por torres enormes, en donde eran secuestradas y encerradas junto a niños que eran separados de sus familias, y cuando éstos tenían la edad suficiente para valerse por sí mismos, dejaban las torres y eran entrenados para incorporarse al ejército. Mientras tanto, las mujeres debían esperar a su siguiente cría o eran trasladadas a los campamentos para satisfacer a los soldados.

Kali, una de las prisioneras, no era la excepción. Su día recién iniciaba, el sol salpicaba de luz la oscuridad, el olor de la lluvia nocturna empezaba a desaparecer. El viento golpeaba los barrotes de la ventana, este mismo se integraba al espacio apenas iluminado que funcionaba como un hogar; recorría cada tabique y hacía resonar las campanas de viento al mismo tiempo que la neblina se dispersaba por el inalcanzable exterior.

En cuanto el día se iluminó por completo, las aves empezaron a mirar por todos lados, revoloteando por cada parte de su jaula con los cantos más sonoros que nunca.

—Si lo toco, Kali, ¿volará o se romperá? —cuestionó Dante, un pequeño niño castaño que le había sido asignado a Kali hace casi un año.

—Se romperá si no le damos lo que ha anhelado desde que quebró ese huevo.

—¿Por qué no se puede quedar? Puede dormir con nosotros, tú puedes darle de comer y yo puedo enseñarle lo que tú me enseñas para que hable y nos diga que quiere — insistió el niño sin entender por completo por qué Kali no veía las cosas como él.

—Cada ave nace para extender sus alas, volar hacia el sendero infinito y encontrar la libertad. Por eso es que están tan inquietos: ellos desean la libertad.

Aquella mujer sostuvo al diminuto pajarito por última vez. Observó cada parte suya, memorizó cada rasgo, tocó el apenas crecido plumaje azul y, con la mirada perdida en la esperanza, estiró sus brazos atravesando la reja que los privaba de lo que estaba a punto de concederle a aquella ave cantora: la libertad.

El pequeño castaño de ojos oscuros apreció la escena como si acabara de ver lo inimaginable, tomó la falda de Kali y la jaló para llamar su atención.

— ¿Yo soy libre, Kali?

¿Cómo podía Kali contestar eso? Porque si algo tenía seguro es que físicamente no lo eran. Mentalmente el niño podía estar lleno de pensamientos y creencias que él decidiera adoptar, pero cuando Kali mentía, ¿realmente le cedía a su pequeño esa libertad de decidir?

Kali apartó la vista del canario perdido entre la lejanía y se situó a lado de Dante, lo miró a los ojos y lo tomó de ambas manos.

—Cada día estamos más cerca de serlo.

—¿Falta mucho?

—Quizá tarde toda una vida en llegar, seguro que ya no será en este mundo, pero el paraíso siempre estará esperándonos con las puertas abiertas.

Antes de que Kali pudiera escuchar la respuesta de Dante, un grupo de hombres irrumpió en la habitación en busca del niño. Su tiempo como servidor de la guerra había empezado y para Kali ya no quedaba más que esperar su sentencia. Al haber cubierto todas sus tutelas, el único destino que le quedaba era aceptar ser llevada a los campamentos o cometer un acto de sacrificio propio en donde podría encontrar su tan anhelada liberación.

Días después de que Dante fue llevado, Kali ya no lo dudó más y subió a lo alto de la torre, desde donde podía apreciar el soleado amanecer. Las nubes hacían su recorrido habitual iluminando con su presencia a las sombras de aquel valle. Suspiró, cerró los ojos y, como sus aves solían hacerlo justo antes de partir, observó el panorama una última vez antes de saltar hacia el vacío. El viento golpeaba su caída y la hacía más ligera, los rayos del sol iluminaban su camino volviéndolo más cálido. En cuestión de segundos, su cuerpo quedó tendido sobre el pavimento de El Valle de las Sombras, pero su alma ya no sentía dolor. Estaba sanando por fin. Después de todo este tiempo encontraría su camino hacia el paraíso.

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El Valle de las Sombras

3 respuestas

  1. Dianaaaa!!, Me encantó la forma de narrar la historia, uno imagina escenarios que tú, le has permitido imaginar por la forma en la que nos describes la historia, es realmente excelente.

    ¡MUCHAS FELICIDADES!

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