Facultad de Estudios Superiores Iztacala (Modalidad SUAyED)
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Desde el color de mi piel…
Todos los días, mientras me veo al espejo, observo mi tez morena. Una piel bronceada por los días asoleados debido a las caminadas que realizo desde un rancho hacia el pueblo de mi comunidad, ubicado entre la Sierra Sur y Costa del Estado de Oaxaca. Mientras me observo, me doy cuenta de la coloración morena de mi rostro reflejado en el espejo y, además, noto una mirada en desacuerdo por este color.
Mientras esto ocurre, el torrente de pensamientos se hace presente, ¿cómo sería tener la tez blanca?, ¿qué puedo hacer para hacer notar menos mi color de piel? y, después, vienen otros pensamientos que responden a esas primeras interrogantes: rechazo mi color porque he sido minimizada en algunos lugares privilegiados por los de piel blanca, ¡cómo puede ser esto así, si vivimos en el siglo XXI!, ¡si pertenecer a un pueblo originario en estos tiempos, es un honor! Pero, ¿por qué aun conociendo las riquezas de pertenecer a una cultura original, sigo lacerando y rechazando mi cuerpo debido al color de mi piel?
Me detengo y pienso en que, el racismo en México no sólo va de las personas de raza blanca hacia las personas que somos de raza morena. El racismo también lo he venido o hemos venido alimentado al rechazar mis propias características físicas y al oponerme a mi propio cuerpo. Luego, entonces, el rechazo surge al compararnos con otras culturas.
¿La no aceptación ha sido por mera voluntad?, no lo creo. El desprecio del color de nuestra piel se ha gestado a partir de lo que hemos experimentado durante años. A partir de la conquista y durante la colonia, por ejemplo, los pueblos originarios estaban a la disposición de los españoles, desde ahí y hasta la fecha, las culturas dominadas siguen estando al servicio de otras más dominantes. Sin embargo, la discusión no es esa, el problema es que nosotros como pueblos originarios hemos incorporado algunas ideas que devalúan nuestras características propias, específicamente relacionado al color de nuestra piel. Estas distorsiones cognitivas se han reforzado con los medios de comunicación, pues estos, nos han enseñado a minimizar un cuerpo de tez oscura o morena y, más bien, sobrevalorar el color blanco como símbolo de grandeza y de domino.
Después de este cuestionamiento propio, frente al espejo y mirando esa piel ultrajada, lavo mi rostro con el agua que proviene de un manantial, tomo mi mochila para caminar con rumbo al pueblo y en el camino observo que ha llegado una persona blanca, diferente y las atenciones se inclinan hacia ella. Todos lo observamos con detenimiento, sorpresa y delicadeza. Mientras tanto, va cruzando, en medio de esa escena, un habitante del pueblo, ignorado por ser como el resto de nosotros.
Después de esto, calmo mis pensamientos con la idea de que nuestros pueblos originarios son serviciales y que reciben con mucho gusto a los que llegan a conocer el lugar, pero, el cuestionamiento no es ese, la situación que me aqueja es que aún seguimos sobrevalorando una cultura de tez blanca por encima de nuestra cultura de tez morena, sin visualizar la igualdad. Sigue existiendo entre nosotros cierto rechazo hacia el Otro por ser igual a mí, por tener el mismo color de mi piel. Entonces, efectivamente, los mexicanos somos racistas, pero lo somos no por voluntad propia, sino por la experiencia del desprecio y la discriminación.
Esta reflexión no me gustaría que quedará en esa mirada detonante, sino en un actuar a partir de una propuesta como psicóloga en formación. Entonces, pienso que partiríamos de un trabajo cualitativo en la comunidad que nos lleve a un empoderamiento, principalmente con mujeres, para apropiarnos más de nuestra cultura, para aceptarnos como una cultura diferente y con características propias, para reconocer nuestro valor frente a otros. ¿Cómo sería esto?, mediante el diálogo, el acompañamiento psicoterapéutico desde un enfoque multicultural, la reestructuración cognitiva, la sensibilización y el trabajo grupal. Al final, no se trata de estar por encima de otras razas, sino de recuperar nuestro valor que ha sido quebrantado por la subestimación de culturas dominantes.
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