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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Josh Hild/Pexels
Alejandro Zavala Carbajal

Alejandro Zavala Carbajal

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9 Pedro de Alba

Soy Alejandro, un we al que le gusta el sarcasmo y la ironía (aunque luego no lo entienda). Me gustan bastantes cosas, aunque le tiro a dibujar, pintar, escribir, hacer matemática, física, y leer novelas de terror y libros de historia (osea, un bicho raro).

El mundo de los imanes

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

“una enfermedad los empezó a separar, como cuando pones a un imán con otro imán del lado del que no se pegan”

Alejandro Zavala Carbajal

Alejandro Zavala Carbajal

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9 Pedro de Alba

Era de día, un martes cualquiera, y se escuchaban de nuevo los bloques del niño derrumbándose sobre el piso de la sala. No había ido a la escuela porque se encontraba enfermo de lo de siempre, una gripa común, que como todas las veces que ocurría, le afectaba mucho. Era un niño tan común como tú o yo, con sus ventajas y contras, pero al final, una gota dentro de un mar de niños en todo el mundo, con sus sueños y sus terrores.

Estaba construyendo un pequeño castillo con sus bloques y jugaba con sus peluches como si fuese una familia en su gran mansión: un padre, una madre, un hijo, todos muy amables y queriéndose mucho en ese mundo de fantasía en el que al niño le gustaría vivir.

Un momento después, se escucharon las llaves de la casa y el abrir de la puerta. Llegó su madre a la escena, vistiendo el mismo traje de siempre, acompañado con esos tacones que la hacían ver más alta y aterradora de lo que era, y cargando en mano su bolso café con todos sus maquillajes y accesorios de belleza que la hacían perfecta, como siempre.

Ella hizo las mismas preguntas: ¿cómo estás? ¿cómo te fue? ¿ya hiciste tus deberes? Sin realmente preocuparse del todo. Mientras, el niño contestaba lo mismo: “Bien, bien, sí”, ya sin esforzarse en lo que decía, sin importar en que fuese cierto o no, si eran coherentes sus respuestas o no. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces hacía ese raro rito para ignorarla.

Entre la revisión que siempre hacía la madre a su cuarto, aparte de enterarse de que el niño no había hecho los deberes (como siempre, según ella), encontró una anormalidad: habían varias hojas desperdigadas por el suelo con un escrito.

Era común que él tuviera hojas con escritos de su escuela o de sus dibujos (que la madre pensaba que ella podría hacerlos mejor a esa edad) en el suelo como si hubiese llegado una terrible tormenta y se hubiese llevado todo (que por desgracia nunca se llevaba al hijo). Sin embargo, estas hojas llamaban la atención, porque estaban numeradas y escritas como si fuese un cuento, hasta ilustraciones tenía.

La madre se acercó a ellas y las tomó sin que su hijo se diese cuenta (pues seguía en la sala jugando), y las metió en su bolsa. Poco después llamó a su hijo y le ordenó con ira que hiciese su cuarto, diciéndole de paso que era un flojo bueno para nada, igual que su padre, que los había abandonado hace ya mucho.

Una vez que el niño se metió a su cuarto a recoger (cuando la casa no podía estar más perfecta de lo que ya estaba), la madre se metió a su habitación a “trabajar”, diciendo al niño que no molestara, y encerrándose con seguro para que su hijo no se diera cuenta de que había cometido un “préstamo” sin preguntar.

Tomó la primera hoja del texto que su hijo escribió y lo primero de lo que se percató fue que seguía escribiendo horrible, como siempre lo había hecho. “Este niño parece que necesita más planas de las que tiene acumuladas”, pensó. A pesar de ello, su letra era un poco legible y llena de colores chillones de crayones. Después de criticar por milésima vez a su hijo por la apariencia del cuento y sus faltas de ortografía, empezó a leerlo, sin esperar algo grande o sorprendente:

“El mundo de los imanes

Había una vez un mundo lleno de color y construido por unos seres iguales a los imanes del refri, que se pegaban si se acercaban entre ellos o se despegaban si se alejaban. Construían rascacielos muy altos, y hacían lugares tan espectaculares como unos cohetes que despegaban a la luna y así.

Un día, llegó una enfermedad que los empezó a separar uno por uno, como cuando pones a un imán con otro imán del lado del que no se pegan. Empezaron a caer de sus construcciones al suelo, y ahí, no podían volverse a pegar, sino que salían volando si trataban de acercarse uno al otro. Esta enfermedad era cada vez más intensa, al punto de que no podían acercarse.

Tristes, empezaron a vivir alejados unos de otros, teniendo que usar aparatos para estar al menos un poco más cerca del otro, aunque la sensación no era la misma. Entonces estos seres perdieron la posibilidad de sentir, y poco a poco, empezaron a desaparecer entre lo que antes eran sus aparatos de conexión, metidos todo el día en ellos, riendo de algún desconocido que había dicho algo divertido, o se enojaban si veían al rey imán decir algo, y hasta decían malas palabras; hasta que un día, todos desaparecieron. Ahora, no son más que seres que sostienen papeles en el refri. Esa enfermedad que los enfermó, fue la misma que los ayudó a construir.”

Impresionada, la madre, por primera vez felicitó mentalmente a su hijo, por tan ¿bonita? historia que había hecho, aún a pesar de su mala redacción y su espantosa caligrafía.

Tras pensarlo un momento, le llegó una idea: tomar el cuento y reescribirlo mejor, para dárselo a su hijo después como un verdadero libro y así, enseñarle (por milésima y una vez) cómo escribir un libro de verdad.

Un día tras otro, empezó a escribir una historia similar (por no decir igual), añadiendo complejidad, con mejor redacción, pero el mismo mensaje, pensando que podría ser un buen regalo y pudiese, a través de éste, decirle que él tenía que ser igual de perfecto que ella.

Al acabarlo y leerlo de nuevo, pensó que era mucho mejor que lo que había escrito su hijo, y en su egoísta mente pensó en publicar el cuento para ganar dinero para pagar los estudios que merecía su hijo y así ella pudiese decir que tuvo un hijo igual de profesionista que ella.

Al escribir el autor, pensó en darle parte del crédito del libro a su hijo, pues él inició todo. Sin embargo, se convenció de que no se lo merecía, que ese mérito era solo para ella, pues lo consideraba un irresponsable en la escuela, y que era un bueno para nada.

El libro la volvió relativamente famosa y reconocida en el país, mientras que su hijo ni siquiera estaba enterado de la situación. Cada vez que él preguntaba por la ubicación de la historia de Man-i (era el personaje inventado que había hecho para el protagonista del libro), ella siempre decía que no sabía, y que ordenase su cuarto como debía, lo encontraría.

Pasaron las semanas y el niño se enteró de lo que había ocurrido cuando un amigo le presumió su nuevo libro, El país de los imanes, escrito por su madre. ¡Le había robado el crédito! Como era un niño nunca entendió bien eso de “créditos”, “fama”, etc. Pero lo que lo hizo enojar fue que su madre sí supiese dónde estaba el libro, pero que nunca le hubiese dicho algo.

Las peleas estallaron como siempre y se oían gritos en toda la casa. Poco después, se escucharon los golpes de la madre, y al final, la llamada al padre para que recogiese al niño y se lo llevase a su casa.

Y curiosamente, sin darse cuenta, el libro se estaba repitiendo en la vida real, pues ahora, la familia estaba destruida y separada por miles de metros, repeliéndose entre sí sin la capacidad de poderse juntar de nuevo. Aquello que fue alguna vez un lindo (por no decir perturbador) libro que había creado un niño pequeño, ahora era un repelente de la familia.

El niño estuvo unos cuantos días más con su nefasto padre, borracho y prejuicioso, hasta que, como los personajes de su cuento, acabó siendo un imán más del refrigerador, donde ahora su cuerpo será usado para sostener un lindo ataúd en la tierra, con la nota de que vivimos en un mundo de imanes.

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