Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Mira el mundo frente a ti. Mira cómo se desmorona, cómo cambia, cómo se reconstruye a cada momento. Tal vez los cambios más pequeños son los más fáciles de notar. Los grandes cambios, por su parte, son lentos en su mayoría, y cuando no lo son, difícilmente puede uno comprender lo que ocurre mientras se desenvuelven los hechos.
Pero, ¿de dónde viene ese cambio? Podría decirte que son las fuerzas sociales que mueven los hilos del destino como la marea sobre la playa, y cuyas olas a veces estallan contra el puerto de manera violenta e inesperada. Aunque, para el propósito de este texto, pienso que no es tan importante saber de dónde vienen los cambios en sí mismos, sino que, más importante aún, es comprender cuál es nuestro lugar en los constantes procesos de cambio.
Podría hablarte de las juventudes, del estudiantado, de mexicanos y mexicanas, de quienes prefieren el helado de fresa o el jugo de naranja en la mañana. Existe una infinidad de categorías bajo las cuales uno puede abanderarse, y aún así, quedar en medio de la nada en el quehacer político. “Si quieres llegar rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado”: es este un proverbio que parece cada día más difícil de usar como referencia en el escenario social contemporáneo.
Las tendencias económicas y tecnológicas atomizan a la sociedad y a las comunidades, y las trasladan a los medios digitales. El algoritmo nos pone en una caverna de Platón, como argumenta Byung Chul Han, en la que la realidad es aquella que queremos y esperamos que sea; todo lo positivo es privilegiado, y todo lo negativo es desechado. Si me encuentro cómodo, ¿entonces cuál es la necesidad de voltear a ver a los demás?; ¿por qué arriesgaría mi comodidad por alguien a quien no conozco? Divide y vencerás: si no hacemos presencia organizada en el espacio público, para el ejercicio de la autoridad no somos más que un pasto seco sobre el campo.
Somos una sociedad atomizada, sí; la filosofía moderna se ha encargado de pensarnos individuos egoístas cuyo fin último es la autopreservación a costa de las demás personas. Pero esto no siempre ha sido así; tenemos tanto interés individual como interés sincero por el Otro. No dejemos que los límites de la ideología nos impidan concretar mediante el acto uno de los aspectos más característicos del ser humano: el buscar el bien para otros seres y el sentir amor por otros seres. Y esto es algo tan necesario hoy en día como lo ha sido a lo largo de la historia. Pero no podemos llegar lejos si no vamos juntos.
El mundo se desmorona, cambia, se transforma. Es una constante del acontecer cotidiano. ¿Puedes verlo más allá de tu pantalla? Allí donde los espacios se comparten, y las miradas se cruzan, y las manos se tocan, y las voces resuenan y se expanden por el aire, ¿puedes verlo? Ahí donde hay sonrisas y peleas, y llantos, y juegos y abrazos y carcajadas, ¿puedes verlo? Y nosotros, ¿en dónde quedamos en ese mundo que se asoma todo el tiempo como el sol tímido en el horizonte? Somos sólo gotas de agua individuales sobre la arena ardiente, pero suficientes gotas conforman la ola que estalla sobre el puerto.
Liberar al Otro es liberarse a sí mismo, y ayudando al Otro, nos ayudamos a nosotros mismos. No perdamos de vista, sin embargo, la importancia de la perspectiva, que la unidad nacional no es lo mismo que la unidad popular: una nación puede estar unida, pero teniendo un pueblo fragmentado. La Nación se contrapone a otras naciones; el Pueblo, a sus opresores. En contra del individualismo y la poca organización social que es su síntoma, y en pro de la acción organizada, el interés genuino por el Otro y el acto de amor por el Otro, son semillas y son revolucionarios.
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