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Martín Guadalupe Flores Hernández

Facultad de Ciencias

Estudio matemáticas y en mis tiempos libres, y a veces no tan libres, me gusta escribir para contar aquellas historias que no vemos porque estamos ocupados o no llegan a nosotros.

El elemento faltante

Número 17 / ABRIL - JUNIO 2025

Ningún premio en dólares sustituye al amor

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Martín Guadalupe Flores Hernández

Facultad de Ciencias

Lalo y yo meditamos la pregunta, el abuelo podía tomarlo a mal o sorprendernos y contarnos una más de sus aventuras. La última fue mientras estaba en la universidad preguntándose sobre la posibilidad de un nuevo elemento para la tabla periódica, junto con un amigo igual de loco que decía ver muy vacío el compendio de 118 elementos: “le falta algo más mexicano, ¿no crees?”, fue el diálogo que inició toda una investigación acerca del elemento que vivía sólo en su imaginación. A los treinta y dos años, toda su generación, si no tenía un hijo, por lo menos tenía un matrimonio asegurado, estable o no, eso ya no nos interesa. Sin embargo, ellos seguían enajenados en el laboratorio de la Facultad de Química, con financiamiento que en vez de ir a nupcias o a retoños, los acercaba a una hipotética pieza faltante. Continuaron su investigación en el extranjero, pero la frialdad de la gente en tierras nórdicas motivaba a dejar discusiones a la mitad. 

El abuelo procuraba esquivar esa práctica, y ahora, teniendo a un par de oyentes pendientes de lo que seguía, la culpa lo obligó a develar un secreto oculto en el fondo de su conciencia. Entró a su cuarto y desapareció de nuestra visión; Lalo volteó a verme extasiado por lo que acababa de escuchar y lo que iba a presenciar. Por mi parte, yo no podía creer que dentro de mí hubiera sangre científica, ¡y pensaba desaprovecharla estudiando área cinco! Al volver, el abuelo me entregó una llave, acarició la cabeza de Lalo y se fue a dormir.

Un par de días después, mi mamá nos reunió para cenar y vimos a mi abuelo en su mecedora, mirando a la ventana que tenía atrás cuando nos contó la historia; pelar pistaches parecía más un pasatiempo que otra cosa, con las cáscaras ya había formado una montaña que se desbordaba de la mesita donde tenía el tazón. Lalo sabía que mi timidez sería un obstáculo para las respuestas que buscábamos, así que se acercó bajo la penumbra de la habitación para entrevistarlo, yo me quedé viendo a lo lejos su cometido sin ansias de esperar mucho, el abuelo pocas veces te voltea a ver, esté o no esté haciendo algo, prefiere seguir en lo suyo sin ánimos para unos curiosos como nosotros. A lo lejos leí sus labios haciendo la pregunta: “¿El amor te atrapó?”

Hace dos días habíamos descubierto la utilidad de la llave al intentar con todas las cerraduras de la casa, hasta que recordé el hilito pendiente del techo en medio del pasillo, el ático nos daría las respuestas. Ahí había una caja con papeles amarillos ya carcomidos por el tiempo, encima de todos resaltaban formularios que entendíamos por los dibujos con los que venían ilustrados, lo que pudimos descifrar era que 

 acreditaban el estudio de materia nueva por parte de una universidad en Suecia. Por debajo de ellos, sobres sin abrir: Para: Sandra, Valeria, Nat, Esquivel, y muchos etcéteras; De: Raymundo, nuestro abuelo. 

Lalo y el abuelo estuvieron platicando buen rato, tanto, que mamá tuvo que separarlos para que se unieran a la mesa para cenar. Le pregunté a Lalo qué le había contado: Al final sí dieron en el clavo, encontraron el elemento y todo, hasta iban para ganar un premio híper importante ahí mismo en Suecia, pero el abuelo antes de mandarles toda la investigación se dio cuenta de que algo le faltaba a su dicha, y el premio en dólares no se lo iba a dar”. Ya no me pudo contar más porque mi mamá nos mandó a dormir de tan tarde que era. 

Entre sueños me imaginaba al abuelo en Las Islas de Ciudad Universitaria con toda una investigación en sus manos, pero sin poderla difundir porque algo le latía en el corazón. Tal vez así conoció a la abuela Lourdes.

 

Epílogo

Ambos se conocieron en momentos alternos: él venía de despedirse de su amigo con el que compartía el proyecto que los había mantenido con esperanza de un premio importante a nivel internacional, ella estaba por publicar su primera novela después de que Travesuras en el océano, su última antología de cuentos se declarara best seller en toda Latinoamérica. Cruzaron caminos en la presentación de esa novela que se llamaba Nula estrategia; él exaltó lo arriesgado que fue el final y sus ansias por conocer el próximo libro, le dijo que tal vez tenía alguna idea en mente, ella escuchó su idea, descubriendo a cada paso su amor por la ciencia, y de paso, por el relator.

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