Escuela Nacional Preparatoria Plantel 8, Miguel E. Schulz
Escuela Nacional Preparatoria Plantel 8, Miguel E. Schulz
Había una vez un cielo. Este pertenecía a una ciudad grisácea en donde todos los días eran nublados pero nunca llovía, por lo tanto había muy pocas plantas y árboles. Las noches casi no mostraban estrellas. Se veían luces asimétricas y no se podían formar constelaciones debido a lo esporádicas que eran. La gente prefería estar en sus casas u oficinas antes que estar a la intemperie. Nadie se tomaba la molestia de ver a este cielo, este se ponía triste porque pasaba desapercibido. Nadie lo quería, estaba solo, su única compañía eran las pasajeras nubes.
Un día de muchos, nublado y triste, el cielo se encontraba. Por la ciudad pasaba el viento del oeste, había recorrido miles y miles de kilómetros. Cruzó sobre edificios, alborotaba el pelo de las personas y movía todo a su paso. Este se percató de la tristeza del cielo, vio sus acompañantes y monocromáticas nubes, y le preguntó: —¿Por qué tan triste, amigo?—, a lo que el cielo contestó:
—Soy muy feo porque siempre estoy grisáceo. La gente ni siquiera se toma la molestia de verme y los parques siempre están vacíos porque mis nubes nunca dejan ver el sol. Prefieren estar en sus casas antes que afuera. Soy horrible.
El viento al oír esto frenó su marcha y se movió alrededor, suavemente, entonces le susurró: —No todas las estrellas son perfectas. Así como las nubes no son del todo perfectas, todo tiene su parte extraordinaria y bella, solo que no siempre está a simple vista. Aquel que es hermoso es porque se ha apaciguado y sabe que es imperfectamente extraordinario.
Al terminar de decir estas palabras siguió su camino. Dejó atrás al cielo, sin embargo, no arrastró sus palabras consigo.
Estas palabras no dejaron de resonar en el cielo, preguntándose así mismo que significaban. Mientras lo pensaba, vio a un niño que estaba jugando fútbol con más pequeños en la calle. No parecía ser muy bueno, se resbalaba y caía siempre. Detuvieron el juego y los otros ya no querían jugar con él porque era demasiado torpe, era horrible. Se fue llorando rumbo a casa. Durante el camino encontró una cometa abandonada, estaba rota y seguro por eso alguien la desechó.Pese a esto, el niño se la llevó a casa. Días después volvió a ver al niño con la misma cometa, la había reparado. Estaba en la calle para volarla, mismo lugar donde los demás niños jugaban de nuevo con el balón. Esto no le importé. Entonces la cometa comenzó a volar, poco a poco se elevaba más y más, coleaba cual perro alegre y se movía de un lado hacia otro yendo cada vez más alto. Parecía ave en un vuelo hermoso. Pronto los demás se percataron de esto y pararon a ver el cometa, veían como el niño volaba este cometa como todo un profesional. Al terminar su vuelo, le aplaudieron y ovacionaron, entonces lo entendió.
No todas las cosas son bellas de la misma forma. Entonces este se perdonó, sabía que nunca sería bello ante las espectativas de los demás. Era hermoso a su manera, aún con sus imperfecciones. Sus lágrimas fueron lavadas por la lluvia. Llovía por primera vez, no ceso durante varias horas. Esta lluvia no era de tristeza, era de felicidad. Lentamente, las nubes cesaron y los rayos de sol cayeron sobre la tierra y se formó un arcoíris.
Aquellos niños se dieron cuenta de esto. El cielo creyó que se meterían a sus hogares tristes por no poder seguir jugando. Pasó todo lo contrario, empezaron a brincar en pequeños charcos de agua; reían, jugaban y cantaban. Se detenían para observar al fenómeno multicolor.
Tal vez no era perfecto ni hermoso como todos querían, sin embargo, este cielo era hermoso a su manera, ahora era imperfectamente extraordinario.
Todos los días el viento del oeste venía a visitar a su nuevo amigo, era feliz al ver lo imperfectamente extraordinario que ahora era.
Ahora el cielo y el viento del oeste siempre están juntos, el cielo ama al viento como este ama al cielo, mientras ven el nuevo atardecer semi-nublado del cielo, con lluvia que cae sobre el suelo, donde ahora árboles y plantas relucientes abundaban a más no poder, la gente viendo al cielo, los niños saltando sobre charcos, felices, en esta ciudad arcoíris.
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