Edit Content
Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creativdad.
CREDITO: Foto de Tayla Walsh de Pexels
Picture of Humberto Quintero

Humberto Quintero

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Soy Humberto, un tesista. Amo la lectura y el diálogo.

El Chico sucio

Número 12 / ENERO - MARZO 2024

La representación de la pobreza en un cuento de Mariana Enríquez

Picture of Humberto Quintero

Humberto Quintero

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Comúnmente, el género de terror se ha asociado a situaciones y países concretos. Europa, por ejemplo, tiene la mansión embrujada como locación y a figuras emblemáticas como los vampiros, fantasmas, demonios, no muertos, etcétera. De igual forma, tenemos a Estados Unidos con los asesinos seriales, el cementerio indio que maldice lugares enteros, leyendas de colonos que desaparecen súbitamente y las atrocidades de los juicios de Salem. 

No obstante, en América Latina el terror marcha por un camino ciertamente distinto. Se podría argumentar que este fenómeno es por la ausencia de mitos, leyendas, historias y sucesos criminales a lo largo de la región, pero estos acontecimientos abundan en el continente y se combinan con factores europeos como el cristianismo. Pese a ello, muchas veces no son reconocidos como algo digno de tener en cuenta y son valorados, como sugiere la escritora Mariana Enriquez en su clase magistral Como me hice escritora: elementos supersticiosos, por ser problemas locales y  de personas “iletradas”

Sin embargo en la actualidad las cosas están cambiando. Una serie de escritoras y escritores experimentan, reflexionan y reinventan la literatura de terror desde América Latina, con la peculiaridad de relatar y narrar situaciones que sólo se pueden presentar en una dimensión tan particular como ésta. Desde pioneras como la difunta Amparo Dávila, hasta escritoras como Samanta Sweblin, Monica Ojeda, Maria Fernanda Ampuero, Fernanda Melchor, Mariana Enriquez, entre otras, se reivindica la capacidad del terror como género para expresar la complejidad del espíritu humano y los problemas de la vida cotidiana. Por esta razón, en sus narrativas se entrecruzan personajes que sufren de violencia en diversas formas, desde aquella que es perpetrada por el crimen organizado y el Estado, hasta aquella que se da a nivel social por una cuestión racial, económica, de género y de orientación sexual.

Entonces, en el caso de la región latinoamericana, no nos encontramos sólo con la repetición del modelo europeo angloparlante o con la mezcla de elementos del relato popular, sino que se añaden elementos políticos y sociales de manera más acentuada, los cuales dan cuenta del sufrimiento por el que pasa el ser humano debido a la violencia.

 Sin embargo, una de las primeras problemáticas con la que se enfrenta el escritor latinoamericano, es cómo evitar el prejuicio hacia el género de terror, el cual, comúnmente es clasificado como una forma de entretenimiento banal, literatura menor, juvenil o de masas, en contraposición de una literatura seria que juega con el lenguaje y la estructura de la composición. Pensar de esta manera, invisibiliza la capacidad de juicio de los lectores. El lector no es un ente pasivo, es un ser que construye y se construye constantemente a partir de su juicio.

De igual forma, se reduce la imaginación a algo meramente instrumental cuando, en el caso de la literatura de terror como experiencia estética, puede llevarnos desde una base emocional propia de la creencia hasta una reflexión racionalizada de lo real.

Como lo menciona Mariana Enríquez, “en mí opinión la ficción de horror y la de género también tienen resonancia social. Me parece una antigüedad pensar que ya no la tiene y que es una especie de género un poco evadido de la cuestión del día a día”. Es esta resonancia social la que el lector capta a partir de la emoción primitiva del miedo, y con la cual se puede identificar y apoyar para comprender el mundo y a sí mismo.

De esta manera, una de las narraciones entre las muchas que existen, que expresan esta función de la literatura de terror es “El chico sucio” de Mariana Enríquez.  En este, se presenta la función de captar las violencias cotidianas en el género del terror, debido a que, está inspirado en el caso de Ramoncito, un niño que el 6 de octubre de 2006 desapareció y fue encontrado asesinado, similar a como se narra en el relato. Aquí se nos presenta la historia de una joven argentina que decide irse a vivir a una antigua casa que pertenecía a su familia en el barrio de Constitución. 

Con esa pequeña premisa, Enríquez procede a relatar la forma de vida del “barrio” y cómo la protagonista vive en él, pese a no compartir el origen humilde de los habitantes del mismo. Fenómenos como  los asaltos en las avenidas, a qué horas salir y no salir a la calle, cómo está involucrado el crimen con las autoridades y la diversidad de acciones a tomar en caso de emergencia (como denunciar o no a un criminal o hablar o no de un crimen) son el contexto de socialización en el que se desarrolla la trama

Hay un elemento, no obstante, que mueve la trama: la pobreza. Es esta, la causante del conflicto central, pues, frente a la casa de la protagonista, encontramos a personas en condición de calle, concretamente a una mamá embarazada y a su hijo. Muy pronto en la trama, Enríquez nos presenta al chico sucio, un niño al cual no se le tiene compasión, que constantemente es ignorado por sus congéneres humanos y se ve obligado a sobrevivir sirviéndose de toda estrategia posible, como el explotar la lástima de los pasajeros del subte. Este personaje vive en la calle, en un colchón sucio, obligado a trabajar y mendigar con una madre consumidora de estupefacientes. En pocas palabras, se encuentra en un estado de vulnerabilidad. 

En este contexto la autora introduce la problemática central, una mujer de clase media enajenada de la realidad, movida por buenas intenciones, busca ayudar al niño, pero también se ve incapacitada en hacer algo por él. Esta incapacidad es un fenómeno constante, ya que aquellos que “ayudan” al chico, cuando este pide dinero, lo hacen desde la pena o el desdén y no de la solidaridad. Como se relata en el cuento de Mariana Enriquez: “Los pasajeros contienen la pena y el asco: el chico está sucio y apesta, pero nunca vi a nadie lo suficientemente compasivo como para sacarlo del subte, llevárselo a su casa, darle un baño, llamar a asistentes sociales.”

Esta es una de las formas por la cual la piedad se manifiesta en el contexto de individualización del capitalismo. Dar una moneda y dejar de lado a aquel que fue abandonado por una sociedad que lo culpa de no ser apto para estar dignamente en ella, es la actitud típica hacia el chico sucio. No obstante, como parece sugerir Zigmund Bauman en su libro Modernidad líquida, no es fácil para los individuos insertos en el moderno capitalismo ayudarse entre sí y a sí mismos. Al pensarse como seres solos y marginados, centrados en sobrevivir a las inclemencias que genera el sistema y reproducen los sujetos, cada persona en el subterráneo sólo cumplía con su papel: seguir sus vidas. Salir de ese mutismo puede traer problemas y requiere de herramientas y valentía que pocas personas se pueden permitir. 

En este sentido, al momento en que a la protagonista se le presenta la posibilidad de actuar y ayudar al chico por la ausencia de  su madre, se muestra su incapacidad. Esta situación se representa en la narración cuando, al regresar de comprar un helado para el niño, la madre la insulta y la acusa de querer hacer daño al niño. Así, cuando la protagonista intenta ayudar o mitigar en algo las necesidades del niño, se enfrenta a varias contrariedades que terminan en un enfrentamiento con la madre, lo cual la frustra porque ella consideraba lo que hizo como una buena acción. Todo ocurre, sin que el niño detenga a su madre y le cuente lo que pasó. Por ello, el personaje se retira, asustada y resentida con el chico, de quien “no recibió nada a pesar de sentir que lo había ayudado

Aun con esto, todo decae cuando, unos días después es encontrado un niño decapitado y torturado en un fraccionamiento del barrio. Esto sacude el lugar pero nadie va a hablar de ello, es regla del barrio. Pese a ello, la protagonista se siente culpable, la inunda la incertidumbre de saber si ese niño muerto era el chico sucio. 

Envuelto con elementos propios del terror como los ritos satánicos y el culto a santos como San la muerte y Gauchito Gill, Mariana Enriquez expone la violencia que sufren los niños en el abandono y la pobreza. Aquí, la protagonista teme que el chico fuera víctima de un culto, un narco satánico que buscara protección con base en rituales. Ahora, si bien la víctima no es “ese” chico, el miedo ya es latente en ella, su psique está hecha un caos y pondera sus limitaciones. A la par, el chico aun no aparece, no lo ha vuelto a ver. 

Tiempo después, la protagonista ve a la madre, pero sin el chico y tras un enfrentamiento, esta logra escapar, no sin antes decir: “¡Ya se los di!”. El cuento acaba con la protagonista esperando que el chico vuelva a tocar su puerta, pero ya es tarde. Esta narración representa el ambiente del barrio, la pobreza y sus implicaciones y la forma en la que el terror puede captar problemáticas y temas de esa magnitud para conmover al público y generarle preguntas. En palabras de Mariana Enriquez “La tarea del escritor es provocar preguntas”, por tanto, hacer que la gente se interese por los temas y salga, al menos por un momento, del mutismo cotidiano.

 

Más sobre Ventana Interior

México a blanco y negro

Por Natalia López Hernández
Matices sobre la desigualdad, el dolor y la rabia

Leer
Amor universitario (y latinoamericanista)

Amor universitario (y latinoamericanista)

Por Christian Osvaldo Rivas Velázquez
El romance y la teoría social se cruzan en C.U.

Leer
Obligación

Obligación

Por Aarón Giuseppe Jiménez Lanza
¿Cuál es nuestro deber en tiempos sombríos?

Leer
Los tolerantes

Los tolerantes

Por Andrés Arispe Oliver
Qué terrible paradoja fue haber tolerado al intolerante

Leer
Agua de sangre

Agua de sangre

Por Antonio Bernal Quintero
¿Hasta qué límites salvajes nos podrían llevar las disputas por el agua?

Leer
El DeSeQuIlIbRiO

El DeSeQuIlIbRiO

Por Carlos Damián Valenzuela López
Un caligrama describe mejor que mil palabras

Leer

Deja tus comentarios sobre el artículo

El Chico sucio

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

2 × 5 =