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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Darwis Alwan/Pexels
Malejandro

Malejandro

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo

Nací el 13 de marzo de 2004 en Ecatepec de Morelos. Curso el bachillerato en el Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Vallejo. Desde que tuve la posibilidad dedico mi fuerza a escribir. He participado en concursos literarios, consiguiendo un primer lugar y la próxima publicación en una antología para Malinalco y una antología para Villa del Carbón. Así mismo, formo parte de Chúumuk T’aan Escritores. Escribo, con algo de seguridad, para recordar.

El castillo

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

Quiero creer que esa es la naturaleza de vivir: buscar todo y encontrar poco, hasta que llegue el momento de salir del castillo

Malejandro

Malejandro

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo

Mira que no hay salida. Ya lo he pensado. Sólo eso, porque ni siquiera el buscarla resultaría útil. No gastaré mi voz ni mi nombre en retarla, ¿cuál sería el propósito? ¡Pues qué más da!, eso también carece de sentido. Sólo recorrer pasillos, salas y bibliotecas he hecho, sin embargo no todo rincón del castillo conozco, pues me es imposible. ¿Qué he visto? El resurgir del Sol y la Luna desde las ventanas. También ellos están en un castillo. Y adentro he admirado las pinturas y grabados de soles y lunas; ¡muchas veces es lo mismo! No, estoy exagerando. No puedo negar que encuentro cosas nuevas con regularidad. Algunas las comprendo, otras apenas puedo mirarlas. Mas fue hoy que encontré, después de tanto, un libro vacío. La pluma y la tinta ya las había encontrado en otras habitaciones, sólo faltaba esto. Escribí sobre su primera página lo que he observado en la mayoría de los libros llenos: un nombre. Herón fue como puse. Soy Herón. Hay algunos que ponen SibilaDavid, ÁngelaCosmo. Pero el mío dice Herón. Las siguientes páginas son justo donde escribo esto. Me emocionó la idea de forrar todo espacio con palabras y después guardarlo entre los demás libros de la biblioteca, como lo han hecho otros. Escuchen: creo conocer que ha habido más seres aquí. Pero no lo sé. En este instante estoy solo, aunque tampoco puedo afirmar eso. Nunca conseguiré andar por cada pasillo para averiguarlo. De todas formas, he de admitir que no temo. ¡Qué digo, de nuevo miento! En las noches, cuando me recuesto en alguna esquina fría, siento pavor. Me doy miedo porque no consigo abrazarme, pues me resulta difícil sacar de mi corazón una luz. Hoy lo intentaré de nuevo. Mientras, me he guiado con lo único que tengo al alcance: la letra, pero no siempre funciona. Lo digo porque entre las líneas trazadas por los demás encuentro lo mismo que vivo a diario. De hecho, estoy pecando ahora mismo en el sentido de que estoy haciendo justo lo que me deprime. Cuando alguien encuentre mi pequeño tesoro y lo lea, saldrá decepcionado, aunque después él dirá lo mismo, pero con otras palabras. Bueno, voy a hacer el intento: hace varios días encontré una sala con figuras de cobre. Lo cuento, pues quien sea que esté leyendo jamás entrará al mismo lugar. Lo que quiero es que no se pierda ese recuerdo, ni por más soso que sea. Continúo. Había varias formas. No pude contarlas en su totalidad, me perdí como en el número setecientos ochenta y tres. Unas figuras eran de hombres, igual que yo, otras de bestias y unas cuantas de entes que no puedo describir. Ciertamente me han venido gran cantidad de recuerdos. Entre ellos está el inquietante caso del libro de quien ya he mencionado: Cosmo. Verán que su escrito estaba tirado en el suelo. Era el único que así estaba, por eso lo leí, no lo hubiese podido hacer de otra forma. Al momento de abrirlo, en la primera hoja, encontré una suerte de rayones. El papel estaba maltratado, habían puesto mucha fuerza en el histérico borrón. Pero abajo ponía el nombre Cosmo. Y más abajo, en letras pequeñas, ponía Alexander. ¡Quién habrá tenido la desfachatez de profanar el silencio decidido del garabateador! Al final lo devolví al lugar de donde había caído. Hay muchas otras memorias, pero si continúo, me gastaré el papel con cosas que el lector mismo puede, aunque con poca probabilidad, descubrir. De esta forma vuelvo a pecar, ya que he absuelto mi culpa. Tal cual como he empezado, sigo. Perdónenme por permitir que la búsqueda del sentido de esta fortaleza vuelva a la pluma. No quiero sonar desesperado, mucho menos perdido. Trato de evitar una frase. No quiero decir que carece de explicación mi estadía, nuestra estadía, aquí, ya que seguramente existe una respuesta, pero ¿cómo encontrarla? Tan siquiera, ¿cómo empezar su búsqueda? No puedo, me sobrepasa el imaginarme en un estado detectivesco o filosófico. Mi deber no es ese. Con probabilidad ya otros se habrán encargado de dicha misión, muy honorable, por cierto. Pero, de cualquier manera, no he encontrado atisbo alguno de esperanza para la inquietud. Así la llamaría: La Inquietud. Me asombra la grandeza del problema y que no sea capaz de afrontarlo. Tal vez es lo único que importa aquí y yo estoy escapando cada que se presenta la oportunidad. O tal vez no tenga la menor importancia. No puedo saberlo. Mas quiero creer que esa es la naturaleza de vivir: buscar todo y encontrar poco, hasta que llegue el momento de salir del castillo. Eso quiero suponer: que uno al final sale de aquí, que su cuerpo es arrastrado al exterior y sepultado. De lo contrario, la fortaleza se llenaría de cadáveres, y no hay ninguno. Ciertas veces, he de admitir, pienso con felicidad la llegada del olvido, que el tiempo hará estragos mi cuerpo y lo hundirá en las profundas oscuridades, ¡y que el alma seguirá limpia! y lo mejor, libre. Pienso que las contradicciones por unos sentidos enteramente materiales se esfumarán. Sólo así, la única y real naturaleza quedará: la de morir y luego nacer en la sabiduría santificada. Mientras, toca no saber… ¡Ah, qué sorpresa! Me tengo que ir, se acerca una silueta.

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