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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Samuel Theo Manat Silitonga/Pexels
Diana Laura Leal Ortiz

Diana Laura Leal Ortiz

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Soy Diana Laura Leal Ortiz. Me gusta leer un poco de todo, la música rock, las películas de suspenso, los cómics, las series y películas de crímenes y misterio.

Destino o coincidencia

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

¿Y si la soledad no es tan mala como pensamos?

Diana Laura Leal Ortiz

Diana Laura Leal Ortiz

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Rebeca era una chica muy hermosa, de aquellas que incluso las revistas consideran bella. Se rumoraba también que era una chica alegre pero lo que puedo decir de testimonio, que ella era la mujer más mentirosa que alguna vez había visto, pues cuando le preguntaban si estaba bien, ella siempre esbozaba una gran sonrisa que aunque muchos solían confundir con felicidad en realidad ocultaba un triste sentimiento.

Cuando el río de sus ojos quería desbordarse siempre ponía una presa y hacía parecer que todo siempre marchaba bien. La verdad es que ya no le quedaba nada por qué vivir.

Su trabajo la abandonó por razones personales, en su familia ya no había quien la apoyara pues el tiempo se los había llevado a todos. Solía creer que no tenía razones para continuar mintiéndose a sí misma, por lo que decidió gastar su último dinero y dejar que su, ahora amiga, Soledad, se encargase de llevarla al mismo final al que llegó su familia.

Jonathan era un chico listo y podríamos decir que llamaba la atención de muchas mujeres aunque solo de aquellas que no conocían su pasado, ya que sus ojos negros  cargaban el peso de las noches que no descansó. Sus manos sucias por el trabajo que había hecho siempre con la intención de satisfacer a todos a su alrededor  y al final, para que solo lo dejarán a la deriva después de cada engaño que se negó a creer. Su mente y cuerpo cansados de llevar tanto peso querían descansar en paz, Jonathan lo había ya meditado y no encontraba una razón para no cumplir la insistente petición de su interior.

En una cafetería local Rebeca desayunaba junto a Soledad, que harta de estar esperando tanto tiempo a Rebeca no pudo evitar preguntarle:

–¿Por qué haces esto? –Pregunta que Rebeca  ignoró. –¿Por qué no simplemente terminas conmigo?– dijo Soledad furiosa y  al notar que Rebeca seguiría mintiendo decidió llamar a un par de amigos con experiencia, antes de retirarse del lugar.

Los ojos de Rebeca se mojaron con una insípida lluvia de dolor al pagar la cuenta, pues ese era su último dinero: lo había cumplido, pero en lugar de dejar a la lluvia fluir, decidió levantar la cara como si nada pasará e irse de una vez.

Unas calles no muy lejos de ella, Jonathan caminaba sin saber muy bien a donde ir, mientras pensaba: “Este día dejaré de sufrir, mi vida dará un giro de ciento ochenta,  miraré el cielo estrellado y debajo de él una soga rodeará mi cuello y mi sufrimiento terminará.” Sí, esa era su idea, hasta que un voraz apetito lo abordó de repente. Curiosamente había una cafetería a unos cuantos pasos y al ser su último día decidió consentirse un poco para despedirse de su patético y sombrío mundo.

Rebeca había terminado su misión y dispuesta a dejar al tiempo seguir su curso, se encaminó a la puerta, no sin que antes sus pensamientos le pesaran tanto que su cabeza se dirigió hacia abajo y sin darse cuenta chocó con un hombre de ojos negros que apenas abría la puerta para ingresar.

–¿Te encuentras bien?– Fue el inicio de risas y conversación entre dos almas perdidas que alguien había juntado. El alma cansada se presentó como Jonathan mientras que el alma triste dijo ser Rebeca.

Jonathan y Rebeca reían en la puerta y una invitación por un café fue el giro que Jonathan no esperaba y el comienzo de una nueva vida para ambos.

¿Por qué no solamente continuó cada uno su camino? ¿Por qué se encontraron y charlaron? ¿Acaso estaba ya planeado? En una mesa del rincón un hombre y una mujer observaban satisfechos el encuentro de dos personas desviadas a las que regresaron al camino.

La escena terminó cuando Jonathan y Rebecca salieron de aquel lugar tomados de la mano, el hombre y la mujer se levantaron, emularon la acción de la pareja y entrelazaron sus manos,  la mujer no puedo evitar susurrar al oído de su acompañante con voz seductora:

–Nada mal, Destino– el cual contestó con una pícara sonrisa:

–Eres única, Coincidencia. Ahora vámonos que tenemos otros pendientes.– Dijo antes de marcar un número a una tal “Soledad” para concluir con un “Está hecho”.

¿Y si la soledad no es tan mala como pensamos? ¿Y si a veces hasta ella tiene sentimientos y compasión? ¿O es tan solo lo que algunos llaman “Destino” y otras personas prefieren,  nombrarle “Coincidencia”?

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