Facultad de Economía
Facultad de Economía
Sí, lo supongo.
Supongo que siempre vivimos en tiempos distintos,
como el sol y la luna,
como las nubes espesas y las estrellas brillantes.
Supongo también que hicimos el esfuerzo para acoplarnos,
como las orquestas llenas de violines y contrabajos,
de trompetas y flautas.
Así llegamos a sonar:
una sinfonía perfectamente acoplada, atrapante,
llena de notas afinadas,
a tiempo,
a nuestro tiempo.
Sonamos como los grandes maestros de las academias,
llegamos a ser uno.
De repente, dejamos de marcar el compás.
De repente, empezamos a errar las notas.
De repente, fuimos tres,
y de tres no pudo ser nuestra orquesta, corazón.
Y ahora, que no existe compromiso alguno,
que no hay un mar de notas,
ni acordes, ni eco, ni partituras,
que ya no sabemos solfear ni tocar ni cantar,
el amor, como nuestra sinfonía,
se ha callado porque estaba a destiempo,
y dejó un eco muerto de lo que fue.
Y por eso ya no te encuentro, cariño mío.
No te veo en el asiento que guardo para ti,
ni en la calle tomando mi mano,
esa que buscabas sin más motivo que el amor.
No te veo en el cine opinando de las películas,
ni en mi casa ayudándome a cocinar.
No te encuentro en el zócalo,
ni en la ciudad,
ni en el andén.
Vivo en una ciudad fantasma,
porque me di cuenta de que tú la llenabas.
No me importa si el vagón va lleno, amor;
yo voy vacío.
Porque siempre estuvimos destinados a ser una sinfonía fugaz.
Porque nuestro compás dejó de ser constante.
Porque nunca pertenecimos al tiempo del otro.
Tú eres la luna,
y yo no soy el sol.
Soy la breve excusa,
miserable y oscura,
de un ave que vuela anhelando alcanzarte,
pero que se golpea contra los postes de alumbrado,
contra los árboles.
Porque quedo ciego, corazón,
quedo sordo, corazón.
Sordo, así vuelo,
porque nuestra sinfonía nos aturdió.
Porque ya no pertenezco.
Porque tú ahora perteneces.
Porque dejamos de sabernos.
Vuelo sordo,
ciego,
muerto, desgarrado, solo y frustrado.
Porque sordos nos dejamos.
Porque me arranqué los ojos para no verte.
Porque morí cuando perteneciste a otro ensamble.
Porque me desgarro todas las noches.
Porque la soledad es un rincón oscuro.
Porque me llena de ira estar atado de manos.
Pero, entre la penumbra, siento el viento.
Siento que alzo el vuelo.
Y aunque ciego,
y aunque sordo,
avanzo, corazón.
Porque elijo seguir volando.
Elijo seguir cantando.
Elijo sanar mi alma rota.
Elijo encontrar un nido,
una melodía que hallo a mi ritmo.
A mi tiempo.
A mi tiempo,
como un compás que encuentra su ritmo solitario,
como un reloj al que se le da cuerda de nuevo.
Por: Edgar Serrano Oyorzabal
Buscar para encontrar, el libro que me acompaña
Por: Citlali Núñez Téllez
Oda a las cartas en un mundo efímero y digital