Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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La consolidación del nuevo régimen político requiere mejorar la infraestructura educativa, fortalecer la formación docente y redefinir la relación con los sindicatos, como el SNTE y la CNTE. La presidenta ha propuesto ampliar programas sociales, como la Beca Universal de Educación Básica “Rita Cetina”. Con ella se pretende aliviar la presión económica de las familias y asegurar la permanencia de los estudiantes en el sistema educativo, así como convertirla en una política de Estado. Esto implica que dichos programas, al elevarse a un rango constitucional, se conviertan en compromisos duraderos que trascienden a un gobierno en particular, obligando a futuros gobiernos a garantizar su implementación. A diferencia de una política pública, que se diseña y adapta a las prioridades y diagnósticos de cada administración, una política de Estado tiene un carácter permanente y representa un compromiso a largo plazo. No obstante, para que esta política de Estado realmente responda a las necesidades de la educación en el presente y futuro, es crucial partir de un diagnóstico; de este modo se puede evitar que se convierta en una solución rígida y asegurar que continúe evolucionando de acuerdo con las realidades sociales.
Los programas sociales implementados por la 4T, aunque orientados a “reducir la desigualdad”, presentan limitaciones al centrarse exclusivamente en la transferencia de recursos económicos. Si bien estas becas alivian la presión financiera para muchas familias, los datos muestran que sólo tres de cada diez estudiantes que ingresan a la educación básica logran llegar a la educación superior, lo que evidencia problemas de retención escolar en el sistema.
Además, la pandemia de COVID-19 agravó esta situación, incrementando los índices de deserción escolar. Ante este panorama, cabe preguntarse si la expansión de estas becas realmente facilitará que los estudiantes de educación básica no solo permanezcan en el sistema, sino que también puedan reincorporarse aquellos que lo abandonaron. La eficacia de esta medida dependerá, en gran medida, de que se aborden las causas estructurales de la deserción. Estudios del Banco Mundial y la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares (ENIGH), confirman que el gasto de los programas sociales se destina principalmente a necesidades básicas.
El desafío de construir más escuelas y universidades va más allá de la infraestructura. Estas obras no solo deben llegar a zonas conurbadas, sino también a las rurales. Además, es clave abordar las emociones que impactan en el rendimiento académico, afectan la capacidad de concentración y motivación tanto dentro, como fuera del aula y tienen un impacto negativo en las oportunidades a largo plazo de los estudiantes; existen estudios que muestran que el estrés crónico y los altos niveles de cortisol deterioran la capacidad de retener información, afectando el aprendizaje.
La desigualdad socioemocional, por lo tanto, está intrínsecamente vinculada al contexto social, político y económico que rodea a los estudiantes; afecta las oportunidades en el desarrollo educativo, personal, y profesional, así como su percepción del éxito profesional y su ajuste a la realidad laboral, ya que se presenta la sensación de fracaso, más la falta de apoyo emocional. En este sentido, la política social en México debe reconocer y abordar estos factores para generar soluciones más integrales. El desafío no solo consiste en mantener a los estudiantes en el sistema educativo básico, asegurar que quienes ingresan a la educación superior logren finalizar, sino también en abordar la desigualdad socioemocional que se intensifica durante la transición al ámbito laboral.
En el ámbito de la educación superior, como mencionan Viri Ríos y Ray Campos en su libro Así no es. No creas todo lo que te dicen sobre meritocracia, clase media, clasismo, salarios e ingresos, en el caso de Arley, una criminóloga que trabaja en un call center, se ilustra la desconexión entre el sistema educativo y el mercado laboral. Este fenómeno afecta a muchos jóvenes que, a pesar de tener títulos, se encuentran atrapados en empleos precarios, impactando negativamente su bienestar emocional. La canción Rosa Pastel, popularizada en TikTok, encapsula esta frustración, especialmente el verso “Todo acabó, no queda más”, que resuena entre quienes, tras graduarse, luchan por encontrar trabajos acordes a sus habilidades.
La Generación Z no sólo trabaja media hora más por semana en comparación con la generación anterior, sino que también cuenta con un mayor nivel educativo. Sin embargo, a pesar de la preparación académica, muchos jóvenes reciben salarios más bajos. De acuerdo con el estudio de Viri Ríos, los licenciados ganan un 4 por ciento menos en 2023 de lo que ganaban en 2005, reflejando no la falta de educación o esfuerzo, sino un mercado laboral que no proporciona empleos de calidad. Un 58 por ciento de los jóvenes con título universitario trabaja en ocupaciones que no requieren estudios superiores.
Asimismo, aunque se ha disminuido la pobreza laboral y la informalidad, el acceso a la vivienda se ha vuelto más complicado. El aumento de los costos, especialmente en zonas metropolitanas como el Valle de México, Tijuana y Querétaro, dificulta que muchos jóvenes no puedan comprar o alquilar una vivienda. La crítica social que califica a los jóvenes como flojos, no reconoce las barreras estructurales, como la creciente dificultad para acceder a la vivienda y la precarización laboral; en cambio, se les culpa de su situación, lo que obstaculiza la búsqueda de soluciones colectivas.
Además, la capacidad de gestionar el estrés y las emociones se ha convertido en un privilegio. La falta de acceso a terapias, actividades recreativas y tiempo de descanso genera un ciclo de ansiedad y depresión que deteriora el bienestar emocional. Al mismo tiempo, la cultura de competencia en entornos educativos y laborales contribuyen a un estrés constante, afectando a aquellos que ya están en desventaja.
Mejorar la educación no puede centrarse sólo en el acceso a las becas universales, es imperativo que las políticas públicas tomen evidencia, ajustándose a las demandas del mercado laboral y promoviendo el bienestar emocional de los estudiantes. Ignorar esta realidad no solo afecta el acceso y la permanencia escolar, sino que limita el acceso al mercado laboral, mostrando un sistema educativo incompleto, que limita el desarrollo personal y profesional de generación en generación. ¿Te identificas con la desigualdad socioemocional?
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