Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala
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Al mirar alrededor de nosotrxs, siempre estamos influenciadxs por lo que vemos a través de las pantallas. Estamos en un mundo de revolución tecnológica, en el cual las redes sociales ocupan un lugar a veces más importante de lo que debería de ser. El apagón de Meta en febrero del 2021, significó un momento de desconexión, pero solo duró unas horas para volver con chistes y ningún aprendizaje.
Como parte de la generación Z, he crecido alrededor de dispositivos inteligentes. Al cabo de unos años he notado una tragedia que nos persigue; le damos un valor a algo que no lo posee. Es cierto que me encuentro fascinada con el uso de las redes sociales, sobre todo la facilidad con la que podemos comunicarnos, explorar y expresar en todo momento. Definitivamente alzar la voz no sería lo mismo sin estas.
Sin embargo, las redes deben ser solo eso: un medio de comunicación y expresión para conectar con alguien más. Hace un tiempo me desconecté después de darme cuenta que le estaba dando demasiado peso de mi vida a una pantalla negra que cabe en mi mano. Nos conectamos tanto que cuando perdemos el celular lo hacemos junto con la cabeza, nuestra inspiración se transforma en querer imitar lo que vemos en alguien más y dejamos de observar nuestro día a día como algo hermoso, algo para agradecer.
Al desconectar abrimos los ojos, somos capaces de disfrutar más el tiempo junto a alguien; de conocernos y aprender de nosotrxs, de expresarnos a nuestra manera sin compararnos con los demás y logramos apreciar de manera más auténtica. Cada quién puede vivir de la manera que se sienta más feliz, pero considero que es importante dejar de darle tanto valor a una plataforma, y hay que empezar a darle más valor a la vida y a lo que realmente amamos.
El mensaje que quiero transmitir con mi texto es que debemos reflexionar más para descartar de nuestra vida lo que no nos aporta, lo que no nos hace felices. Cuando lo hacemos, le damos valor a lo que amamos y lo cuidamos.
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