Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Isabel García Ruíz / Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia
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Anael Noemí Prieto Zúñiga

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Soy Ana y me gusta escribir. Amo con mi alma los libros y deseo poder publicar formalmente algún día, cuando sea posible expresarme con libertad y soltura.

Delusión húmeda

Número 13 / ABRIL - JUNIO 2024

Espejos, ilusiones y pérdidas

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Anael Noemí Prieto Zúñiga

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

A pesar de su paso acelerado y su visible agitación, pocos transeúntes le prestan atención. Queriendo desaparecer de este mundo ajeno, camina huyendo de algo. Se mira sospechoso porque voltea a cada segundo, intentando evitar su inminente captura.

Cada vez que abro los ojos el sol rompe el aire, lo atraviesa. Miro alrededor y solo hay sábanas de agua fundiéndose unas con otras. Cubren lo que alguna vez fueron monumentos, plazas, callejones y avenidas decoradas con pieles siempre en movimiento. Toda la ciudad está a merced de las corrientes suaves que la someten con cálidas y amorosas caricias.
El vaivén de la apacible corriente mece mi cuerpo. Las ramas de los árboles sirven de atrapasueños y campanas de viento. El sonido del aire con el agua va más allá del tiempo y me hace ondular.

Toda la ciudad parece un acuario. Y entre tanta agua, los gritos de los comerciantes se distorsionan, se ahogan, se vuelven lentos, reverberan en las paredes. Los edificios tienen vestiduras de alfombras florales, decoraciones naturales posan en resquicios de puertas, ventanas, paredes agrietadas y columnas derrumbadas.

Apenas me he despertado de ese sueño tan irremediablemente grotesco y ya algunos peces diminutos se asoman para saludarme. Me dan la bienvenida con pequeños “glup, glup”, me mandan besos y yo los recibo sonriendoles. Se pasean frente a mi rostro, brillan sus cuerpos lisos solo para mí.

Como si toda la gente fuera ajena a esta pecera gigantesca, sus rostros desfigurados por la corriente me miran confundidos, curiosos de saber qué veo con tanto asombro, cuchichean y murmuran; el chiflido eterno en estas calles no cesa y lo percibo con lejanía. En su lugar, el agua me abraza completa; el sol que viaja hasta mí y me contagia su energía logra estrujarme el corazón y colmarlo de nostalgia pura de aquel tiempo donde esta tierra existió sin sufrimiento.

El sol podría ser sin mí, pero yo no podría ser sin él.

Para esconderme de esas miradas que me persiguen e intentan saquear la felicidad de mi ser liviano, camino. No, nado. Yo nado hacia una pared marmolizada poseída de levedad. No me es difícil moverme, puedo acariciar el terciopelo verde que recubre fachadas y fondos; mientras camino, arena pálida y suave me roza.
Un camino de piedrecillas blanquecinas, grises y tersas me guían a un rincón donde una esfera me estaba esperando para darme el alivio de las sombras que persiguen mi trazo escurridizo.

Solo por un momento, ya nada me sometió. 

La piedra negra con forma parecida a un espejo, una obsidiana que reflectaba perfectamente mi rostro mientras lo alzaba de entre escombros y polvo. Oscura, casi humeante, la piedra me llamaba. No me negué, pero tuve miedo.

Aquí es una ciudad sumergida en verdes y celestes. ¿Siempre fue así?, ¿he estado en la superficie equivocada viviendo entre grises y cafés?

Sigo mi camino. Levanto una mano y puedo sentir la corriente subacuática y su peso apretando todo mi cuerpo, entrando en mis oídos, formando un campo de movimiento en el que solo yo participo. Abro los labios y trato de llamar a mi novia, pero el agua me inunda la boca. Trago agua y me sorprende que sepa tan bien. Es rica, ligera; salada y un poco dulce. Trato de adivinar su forma, me guío por su color, pero no consigo ninguna pista. Es muy clara, muy… traslúcida. Es hermosa y tan tímida que escurre deprisa de mi tacto, sosteniendo este cuerpo terrestre para que me quede aquí, en la ciudad de los palacios sumergidos. 

Me impulso con los brazos, los agito un poco y me introduzco en el camino hacia los márgenes de lo que hasta hace unos momentos era República de Argentina.
En el interior de esta ciudad que me rodea, hay algas y plantas de distintos tamaños, unas largas, otras pequeñas, algunas con colores que solo pueden verse con pupilas dilatadas y otras tan discretas que parecen susurros, bailan, se mueven con el mismo compás que yo. No, soy yo quien me muevo con este ritmo marino.

Nunca puedo ver la fuente de este paraíso, tal vez sea una alfaguara subterránea. A lo lejos un banco de peces me vigila: forman eslabones divertidos y curiosos. Creo que ya se han dado cuenta de que puedo verlos. Todos ellos se congregan para observarme; sospechan que pueda ser un pez monstruoso: contrahecho bípedo y escamoso. 

Al mismo tiempo, Azul, mi novia grita que me apure, pero apenas oigo su canto. No es una mujer, sino una sirena ahora desconocida la que me llama. La ignoro porque solo me retrasa.

Alzo la mirada hacia el cielo. El agua y la luz convergen en un paisaje maravilloso; el sol me alumbra la cara y es como si oro estuviera espolvoreado por toda la superficie. Y por alguna razón, no me ahogo. Es tranquilo, mejor que cualquier lugar en el que haya estado. Es mejor que cualquier sueño que haya tenido.

Es extraño, un impulso me invade para ir a buscar a esos peces amables y que me guíen hacia donde el arrecife citadino está. Sospecho dónde puede estar la entrada a este mundo y cómo puedo infiltrarme siempre que quiera.
Antes de que pudiera localizarla, dejé de sentir la presión en mis oídos; la corriente y el vórtice marinos ya no ejercían en mí su fuerza. Una voluntad ajena me separó de este lago citadino. De a poco, este jardín delicioso se difuminaba.

Sabía que aquello que recogí no era común. Liso y ovalado, pensé que sería una piedra. Tal vez una piedra peculiar. Recuerdo que impulsé mi cuerpo empujándolo contra la fuerza del agua, pataleando de arriba hacia abajo en desespero cuando volví a escuchar a los marchantes chiflando. 

¿En dónde eché la piedra?, palpé rápidamente mi bolsillo derecho para asegurarme de que seguía ahí. Sí, así es. Aquí está. Está conmigo. Liso, ovalado y negro, muy negro. Brilla con el sol y me ciega cuando contemplo su forma tan mágica. Cuando la sostengo a la altura de mi barbilla, las estrellas y el mar dentro del espejo me observan mientras lo sostengo frente  a mí. Yo los observo de vuelta. Refleja lo que hay detrás de mí y lo que pasará si no la tengo conmigo: muerte.
Como salida del espejo, una flecha helada me golpeó y atravesó bruscamente el corazón. El sol ya no me bendecía. De repente sentí mucho frío. Un escalofrío agresivo movió mis huesos, empujando mis dientes a que se mordieran entre ellos desesperadamente.

Por suerte el espejo de obsidiana seguía aquí, lo abracé con fuerza. Esto no se puede terminar si la obsidiana se queda conmigo. Caí por fin en cuenta que he estado ahogándome, nadando en el aire equivocado. 

¡Ah, qué comezón!, toqué la parte posterior de mis orejas, las sentí duras; como si dejaran de estar hechas de cartílago. Bajé mis dedos instintivamente y capas de piel seca (escamas, sospecho) apiladas unas sobre otras, expandiéndose mientras intentaba inhalar y exhalar.
Me cuesta un poco de trabajo respirar con normalidad ahora que el aire de la ciudad no es líquido, ahora que la piedra no vacía en mí su magia. Pero… tal vez viva de nuevo hoy. Vivir de nuevo hoy en el agua. Vivir aquí. De nuevo, más. Mejor, más cerca. Siempre aquí. Por siempre sentirme bien, mejor que bien, más que bien. Aquí, siempre con los peces. Siempre nadando entre las calles. Aquí es donde las penas se diluyen. Este cuerpo enfermo y casi muerto puede ser de nuevo uno vivo mientras me quede aquí, con los peces, con el agua, con el espejo negro. 
¿Cómo me pude perder tanta belleza? Aquí, donde todos me aman.

Este paraíso que todos deben experimentar. Esto es lo que siempre he estado buscando. Estas aguas ya no son distintas de mi cuerpo. Somos el agua y vienes a mí, Tezcatlipoca. No importa si tengo que robar más pastillas porque desnudo aquí, ante esta piedra de la noche que me abraza y me sumerge, nunca terminará este éxtasis marino.

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