Lo que está pasando, tendencias y recomendaciones para ti.
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CRÉDITO: 24 Yucatán
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Andrés Arispe Oliver

Facultad de Filosofía y Letras

Mi nombre es Andrés, soy estudiante de literatura hispánica. Toda mi vida en general, me han gustado las historias, por eso escribir se ha vuelto algo inherente en mí que me ha ayudado a ponerle nombre a mis pensamientos. Además, también disfruto los videojuegos, cómics, mangas y aunque tengo mis favoritos, siempre me gusta descubrir nuevas cosas.

Debates sobre la paternidad en la FILUNI

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Resignificar la paternidad desde la literatura

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Andrés Arispe Oliver

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Dos hombres, un abuelo y un padre primerizo, miran absortos hacia el mismo lugar: frente a ellos está un bebé, nieto e hijo respectivamente, en una situación comprometedora. Por fin ha llegado aquel extraño, íntimo, sencillo y complejo momento de cambiar un pañal. Intercambian miradas de confusión cuando el abuelo pregunta: “¿Me enseñas a cambiarlo?”. El padre lo mira extrañado y contesta: “Tú tuviste dos hijos, enséñame tú”. Esta anécdota del escritor Andrés Neuman es una de las que abren el conversatorio en la FILUNI sobre el lenguaje literario desde la paternidad, donde también intervinieron Antonio Ramos Revillas y Vicente Alfonso. En tan solo cincuenta minutos esta tríada de autores lanzó profundas reflexiones sobre la paternidad y lo que significa ser o no ser padre, ya sea para la individualidad del hombre o su identidad ante el mundo.

En el caso de Andrés Neuman, empieza criticando esta dicotomía entre separarnos en las categorías “gente con hijos y gente sin hijos”. En su lugar, él propone que la distinción se trate de gente que cuida y gente que no. Esto sugiere que la paternidad y la maternidad van más allá del bastión de la biología y los roles socioculturales. Se trata de algo más íntimo, de un papel que una persona con cierta experiencia del mundo en el que vive toma para cuidar, enseñar y proteger a alguien nuevo, alguien con un incipiente pasado y un futuro incierto y, en cierta perspectiva, abismal. Esto se resume en un vínculo que, idealmente, pertenece al hijo que nace y al padre que lo engendra, pero que no es precisamente necesario. En México, donde la paternidad puede ser total o parcialmente ausente, aquello es obvio. Sobre esto pienso que para un hijo que busca siempre encuentra un padre, quizá en el hermano mayor que tomó como suyas aquellas responsabilidades, tal vez el abuelo que ya tiene cierta experiencia con el trabajo e incluso puede ser un extraño en el camino que el hijo encuentra ya crecido y, después de pensar que no necesita un padre, descubre que nunca es tarde para que alguien lo cuide. 

Por su parte, Vicente Alfonso, a propósito de su novela La sangre conocida, habla de la paternidad como un taller constante para un rol al que llegas sin saber nada. Por supuesto hay cursos para padres primerizos, pero no es sino hasta en el mismo instante de convertirse en padre, que se descubre que no existe una noción de cómo ser papá y, según el autor, da pena no saberlo. Como sucede en la anécdota, una tarea tan poco trascendental, por lo menos en apariencia, como cambiar un pañal, obliga a volver a los referentes más cercanos, a los propios, a rememorar cómo es que cada uno de nosotros fuimos criados en un intento de distinguir un patrón, un camino que nos guíe hacía aquella paternidad correcta. Sin embargo, esto es imposible. No existe una forma de ser padres, por eso puede ser tan demandante y al mismo tiempo emocionante. Al final, esto me recuerda a cómo se conjuga la literatura: un escritor se enfrenta al hecho, el poeta al sentimiento, que en este punto no es más que un trozo de mineral en bruto de realidad pura, y es su trabajo refinarlo para que la realidad y el sentimiento se conviertan en una pieza de arte que, después del punto final, deja de ser suya. Pienso que la paternidad debe ser algo similar, un hijo es una hoja en blanco con el punto final en el principio. No es trabajo del padre llenarla con sus historias. A lo más que puede aspirar es a guiar la prosa, corregir la ortografía y dejarse maravillar por la historia que está por comenzar. 

Antonio Ramos explora el tema desde una tangente contraria: ¿qué pasa con aquellos hombres sin hijos? El protagonista de su novela Playa Bagdad es un ejemplo de esto, se trata de un hombre que al no tener este núcleo familiar va a la deriva, siendo presa de la ausencia y su soledad. Por otro lado, Los últimos hijos habla de una pareja a la que el destino les niega a su esperado hijo y en un intento de cambiar su sentencia consiguen otro. Ambos títulos, donde la paternidad de una u otra forma es negada, ponen en evidencia un aspecto social del tema que se suma al debate generacional sobre nuestro papel en el mundo. La biología nos ha enseñado que, como especie, nosotros nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Desde esta perspectiva, no tener hijos puede parecer algo antinatural, un estigma que la sociedad carga al individuo, haciéndole sentir que se ha saltado un paso, quizá el más importante, pues es el único de los cuatro sobre el que tiene control. Antonio lo llama como una reconfiguración del futuro del hombre y su mundo. La ausencia de una familia provoca una soledad y un miedo por el futuro donde la pregunta ¿quién va a ver por mí? es central. Me parece que esta es una pregunta inútil provocada por una desesperación cultural, pues los hijos no son garantía de compañía en el futuro. Son seres nacidos para ser libres y, por lo tanto, impredecibles. Uno puede ser padre y al envejecer vivir la misma ausencia y soledad que sufre quien nunca los tuvo. 

Estas reflexiones para mí suenan extrañas, es una perspectiva que no puedo entender más que con empatía, sin embargo, me parece comprenderla desde mi propia masculinidad y mi naturaleza como hijo. Los estigmas que Vicente Alfonso mencionó me han acosado desde que me integré a la sociedad: la idea de un hombre que por inercia debe ser padre de familia y proveedor es un peso extraño, uno que ya no siento, pues lo llevo cargando tanto que parece como una parte de mí. Solo ahora comienzo a cuestionarme la pregunta: ¿por qué quiero ser padre? O más precisa: ¿quiero ser padre? Concluyo que como con la mayoría de temas que concierne a la humanidad, este es paradójico e incongruente, pues qué tiene de malo si no lo soy. Nada y, aun así, siento que debería, como si fuera una obligación mía con un cosmos al que no le intereso, adquirida solo por existir. Por otro lado, desde mi papel como hijo, siempre entendí la paternidad desde una perspectiva de padre antagonista, siempre pensando en que quiero hacer diferente. En la plática, Andrés Neuman comentó algo sobre esta relación freudiana de un padre con su hijo, destinada al conflicto, a la lucha por una supremacía incomprensible. Creo que, haciendo lo inconsciente algo consciente, esta sentencia puede romperse, y de esta forma descubrir en la figura de un padre antagonista a un héroe incomprendido, cuya profundidad, con seguridad, no entenderé hasta que me vea en sus zapatos.

Al final, tener o no tener, ser o no ser, no es lo importante, pero el debate sobre la significación del hombre como padre es fundamental para el contexto actual. El tema de la paternidad apenas lo estamos explorando a raíz de la necesidad de la deconstrucción masculina. Pero no es nuevo, siempre ha estado allí, escondido entre las líneas de la historia. Es inevitable hablar de ello, pues incluso si la figura paterna fue ausente representa nuestro pasado y quizá incluso nuestro futuro. Hacer de la paternidad algo consiente es necesario para matizar la vida, para comprender que este ciclo es un tapiz de distintos colores, sabores, orgullos, dolores y un sinfín de posibilidades

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