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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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JP Fariax /Pexels
Úrsula Páez

Úrsula Páez

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Naucalpan

Crónica de un criminal imparable

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

Del Alzhéimer se dice poco, aun cuando también es pandemia

Úrsula Páez

Úrsula Páez

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Naucalpan

Para muchas familias, el peor padecimiento no es aquel que amenaza con una muerte abrupta, ni el que te deja para siempre en cama, la peor enfermedad que uno puede tener es la de perderse a sí mismo: el Alzhéimer es un ladrón silencioso, experto coleccionista de recuerdos y experiencias, y falso compañero de la vejez.

Tiene de aliados al tiempo y a la soledad, y es tan bueno en su trabajo, que uno no lo nota hasta que ya es imposible detener su crimen. Se lleva consigo la esencia de los gestos y las marcas de su víctima, abusando de las rutinas y la costumbre. Y en todo ese revuelo de vivencias, llega la demencia.

¿En qué momento ataca? Su sigilo es tal que, quizá, está ahí desde un principio. Primero, confunde. Tita comenzó de esa forma incluso una década antes. En su vida siempre faltaba algo: dinero, ropa, llaves y culpables. ¿Quién había tomado su dinero o sus llaves? ¿Quién movía las cosas de como las había dejado? ¿Y si ese ladrón la engañaba fingiendo que el hurto era material? Porque la única culpable siempre fue su memoria y la desconfianza.

Poco a poco, perdió sus habilidades para leer o poner atención. Su rutina era la misma desde su matrimonio: madrugar, preparar el desayuno y vestirse, quehacer y lavar ropa, comprar la comida, prepararla y servirla. La comida marcaba el fin de sus quehaceres. A veces cuidaba su jardín o veía novelas en la TV, mientras utilizaba su máquina de coser antigua, bordaba o tejía, o memorizaba recetas.

Pero siempre con un niño presente.

En su infancia, había estado a cargo de sus hermanos menores; en su matrimonio, de sus cinco hijos; más tarde se encargó de su nieta —por parte de su hija mayor— y, al final, de su bisnieta. Tantos años con la misma rutina y con la compañía de su marido y un niño, eso es lo que el Alzhéimer aún no le arrebata.

Después olvidó o no siguió con sus hábitos: no más vestidos, no más servilletas bordadas y no más jardín. Pareciera que las plantas morían junto a su vigor. Aún se despertaba a la misma hora, preparaba la comida con ese extraño sazón de abuelita y, sobre todo, aún cuidaba a «su niña» —en ese entonces, se trataba de mí—.

Esto es muy poco comparado a todo lo que abarca la enfermedad de Alzhéimer Leve  —o etapa temprana—, de acuerdo con asociaciones de Alzhéimer.

El verdadero ataque llegó con la soledad. Sus hijos trabajaban, no tuvo más niños que cuidar y su esposo apenas convivía con ella. Sus únicos compañeros eran aquellos fantasmas de toda una vida, las tardes de TV o lo poco que quedaba de las macetas.

Los síntomas más notorios llegaron cuando ya era imposible detenerlos: Tita no recordaba su edad, ni su dirección, o la fecha del día. Esta es la etapa en la que sigue actualmente.

Cuando Tita me volvió a ver, ya no me reconoció. Actualmente, no se reconoce ni a ella misma. Está atrapada en un momento inexplicable del tiempo: tiene una mente sin edad, un cuerpo con tantas experiencias y un fantasma que le merma el alma.

Ya solo reconoce a sus hijos mayores —a pesar de ser consciente de que tiene hijos—, generalmente, a su esposo, y las visiones de aquellos que cuidó. En algún momento, olvidó cómo cocinar… y el Alzhéimer solo le dejó la idea de que debe hacerlo, aun sin saber cómo. Hizo lo mismo con la habilidad de vestirse, bañarse o peinarse.

Tita debe vivir bajo llave en su propia casa. Su mente le ha convencido de que nunca se encuentra en su vivienda, al grado de hacer maletas con cualquier trapo que encuentra, comida y zapatos. Varias veces, esa idea la llevó a intentar escapar de su hogar, de su marido y de su rutina eterna.

Tita también debe tomar medicamentos psiquiátricos que le controlan la demencia y la agresividad. Sus convicciones, el robo de su noción del lugar y tiempo y la forma en que la enfermedad le abandonó en algún licuado de memorias y vivencias, le han ocasionado desconfianza —después de todo, ¿quién confiaría en extraños?— y, por ende, violencia.

Su esposo debe vivir a diario con el peligro de que la mujer de su vida, lo ataque. Los objetos, regados, escondidos u olvidados, son víctimas y victimarios del Alzhéimer. El perro de la casa de los abuelos —desgraciado aquel que nunca haya conocido ni de oído ese término–, no solo teme del peligro de su ama, sino del peligro de él hacia ella.

Porque, por supuesto, con la pérdida del sentido, viene el descuido a uno mismo. Tita adelgazó de una forma extrema al momento de enfermar. Su piel se debilitó de una manera aún peor a otros ancianos y no es nada raro encontrarle con moretones o rasguños horrendos. Pareciera que mi abuelita se vuelve igual de pequeña y débil que una niña confundida.

No me hace sentir bien usar esa comparación con mi abuelita, mucho menos en este intento de crónica. Porque es irónico que una de las formas con las que la demencia perturba más es con el recuerdo de aquellos a los que cuidó.

No es raro verla correr desesperadamente de un lado a otro en busca de «Casimiro», «Virginia» —que, aunque le reconoce en su forma adulta, le busca como adolescente—, «Úrsula», «Esmeralda» o, simplemente «el niño». Tantos nombres, que incluso es cruel que los pronuncie cuando te tiene enfrente.

Porque sí, el Alzhéimer nos roba a todos. Y, a veces, quienes disfrutamos tanto de nuestra Tita, nos sentimos también como víctimas. Ciertamente, es injusto ver que quien te amó, vistió, educó o, a secas, «cuidó» —porque ese verbo queda minúsculo ante todo lo que una «Tita» te puede dar—, llanamente ya no te reconoce. Porque también es injusto saber que una vez que comienza, ya no se detiene. Y, sobre todo, porque es injusto saber que ella ni siquiera es consciente de lo que la merma.

Sí, quienes lo contemplamos nos sentimos perjudicados. Pero algo que me quita el sueño es que quien más está sufriendo, quien se está perdiendo a sí misma, ni siquiera es consciente de ello. Tita pierde lentamente su alma a causa de un ladrón cruel que se alió con el tiempo. Tita está sufriendo el mayor robo de su vida… sin saber qué sucede frente a ella.

Algo que hay que entender es que el Alzhéimer NO es normal en los ancianos.

Esta crónica fue escrita para concientizar sobre un tema que nunca he oído mencionar respecto a la salud mental, incluso cuando también es pandemia: Alzhéimer y vejez. Me he hartado de escuchar sobre depresión —tema que, tal vez, debí tocar aquí, pues está comprobado que tener un familiar con Alzhéimer incrementa los grados de estrés y depresión—, ansiedad, TLP, bipolaridad, psicosis… y no sé cuántas cosas más. Todo esto en adolescentes y adultos.

Pero, ¿alguien, alguna vez, les ha hablado de lo triste que es presenciar un crimen y no poder detenerlo?

 

Y pensar que algunos años atrás decías con convicción

 

 

que el olvido era una forma de venganza y de perdón;

 

 

que el olvido es libertad y afirmando esta contradicción,

 

 

te fuiste tan de a poco que nunca dijiste «adiós».

 

 

Y aunque sé que mi nombre ya no pronunciarás

 

Y en medio de esta guerra de rabia y desconcierto

 

 

te vas perdiendo, te vas perdiendo…

 

 

Musso, R.; El cuarteto de Nos

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