Facultad de Filosofía y Letras
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Tras las elecciones pasadas, México se enfrenta a un momento de cambio, algo similar a lo que ocurre con nuestros vecinos del norte, que aún se encuentran en campaña electoral. A lo largo de los años, los cambios de gobierno, incluso si el régimen permanece intacto, han sido motivo de incertidumbre para la sociedad que depende de ellos. Esto lo estamos vivimos actualmente, desde las elecciones del pasado junio y con la reciente toma de protesta de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum. Para estos momentos tenemos una línea de defensa que se supone debería protegernos contra este tipo de incertidumbre y sus estragos: la información. El miedo y la ira, muchas veces, se forman por la ignorancia y la incapacidad de inferir más allá de lo que ocurre delante de nuestros ojos. Por eso, conocer y saber es una cura para estos males. Es aquí donde el periodismo desempeña un papel importantísimo en la sociedad moderna.
El internet y los medios de comunicación masivos han optimizado la capacidad de la gente para informarse. Así, desde cualquier país, en cualquier momento y con tan solo un movimiento del dedo, podemos acceder a información de un sinfín de temas. Esto, para el ser humano y su cualidad inherente de siempre querer más, es algo vital. Es aquí donde entra la gran importancia del periodismo en las sociedades modernas. Idealmente, quienes desempeñan esta actividad deberían escribir y hablar, ateniéndose solo a los hechos, sin buscar la polarización, huyendo del sensacionalismo, siendo imparciales y neutrales. Esto es un trabajo muy difícil, pues deben dejar sus prejuicios, sus concepciones e incluso su moral y ética de lado para narrar lo que sucedió tal y como pasó, dejando que la gente que los lea o que los escuche tome sus decisiones, sopesando los datos y formando su propio criterio, libres de comentarios manipulativos. Como hemos visto en la actualidad, ya sea en la pandemia, cuando se decía que en los hospitales extraían los líquidos de las rodillas, o en las elecciones, donde se lanzaban acusaciones sensacionalistas de dictaduras; en ambos casos podemos ver indicios de esta manipulación mediática a la que estamos sometidos.
El filósofo del lenguaje Herbert Paul Grice, en su teoría sobre la implicatura conversacional, habla sobre la importancia de que un mensaje sea óptimo y claro pues, de lo contrario, los hablantes caen en confusiones y malentendidos debido a las múltiples interpretaciones que un mensaje puede llevar. Esto crea ambigüedad, y si algo podemos aprender de los problemas más grandes en el mundo es que la ambigüedad es peligrosa, sobre todo cuando se tocan temas sensibles. Grice propone cuatro principios bautizados como máximas para evitar esto. La primera habla de la importancia de dar la cantidad de información necesaria, ni más ni menos. La segunda explica que la calidad de la información debe ser veraz. La tercera dice que el mensaje debe ser relevante con el contexto. Y la cuarta menciona la importancia de que la información sea clara y explícita.
Si aplicamos las máximas de Grice al periodismo actual, podemos empezar a vislumbrar las fallas que dan lugar a esta breve crítica. Por ejemplo, uno de los casos más sonados durante el temblor de 2017 fue el de Frida Sofia, una niña atrapada entre los escombros del desastre. Medios de renombre e importancia como Televisa, TV Azteca, Imagen TV, El Universal y Excélsior, se apresuraron a dar la nota, relatando la cobertura del suceso, análisis, detalles sobre la operación de rescate y sobre el estado de la niña. Al final, aquello resultó ser falso. ¿La razón? Los medios estaban más preocupados por ganar ratings y vistas en las redes sociales que por informar la verdad. Claro, esto es producto de la inmediatez a la que los fenómenos del internet nos han acostumbrado. Los medios, respondiendo a esto, intentan siempre ser los primeros, olvidando su responsabilidad, dando más cantidad y menos calidad. Esta noticia es un buen ejemplo, pues rompe con todas las máximas que Grice propone, desencadenando lo que un mensaje poco óptimo y claro hace: difundir ambigüedad, desinformación y prejuicios que, como una avalancha, se vuelven imposibles de detener. Esto no solo representa un problema de confianza entre los medios y el público, también significó que, por dar preferencia a una historia que no se molestaron en corroborar, le quitaron el foco a noticias reales y de mayor trascendencia en ese momento crítico que la ciudad estaba viviendo.
La mala praxis es un problema que no solo aqueja a nuestro país. En el Reino Unido, en el año 2011, el mundo del periodismo quedó sacudido ante la noticia de que el News of the World, un periódico británico, llevó a cabo la práctica ilegal de intervenir líneas telefónicas para obtener información exclusiva. Las investigaciones revelaron que estas prácticas de espionaje, donde tanto políticos, celebridades y personas comunes quedaron como víctimas, fueron aprobadas por ejecutivos del grupo Murdoch, dueños del medio y de muchos otros. Este evento es una muestra de lo antes dicho sobre que el periodismo actual se desvirtúa, dejando atrás su deber de informar por la necesidad de apropiarse y contar primero la noticia. Sin embargo, esto escala a un nuevo nivel, donde prácticas ilegales que vulneran a la sociedad –con la que tienen responsabilidad– son permitidas y buscadas.
Esta mala praxis tiene otra razón además de la enferma necesidad de los medios de apropiarse de una noticia antes que los demás: la agenda a la que responde; es así que manipulan la mente de quien los escucha e inciden de forma directa en las consecuencias de los hechos. Esta polarización no nace de la nada, sino de los intereses que los medios tienen con determinados regímenes, posturas y marcas. Esto significa, y debemos aceptarlo con preocupación, que las noticias están a la venta. El imperio de Rupert Murdoch es el ejemplo perfecto para probar a qué me refiero. Murdoch es un empresario dedicado a la compra de medios de comunicación. Desde sus inicios, con la adquisición del periódico The News en Australia, se ha dedicado a ampliar su imperio. Controla medios de comunicación de gran importancia en Reino Unido y EE. UU., uno de ellos es Fox News. Desde este medio, ha usado su poder para influir en la articulación del discurso político de EE. UU., apoyando candidatos y causas que se alinean a su propia agenda. No es un problema que existan opiniones diversas, ya sean liberales o conservadoras. De hecho, en un escenario y contexto justo, la pluralidad de ideas, incluso cuando son contrarias, es algo ideal. La tesis choca contra la antítesis y se crea un nuevo conocimiento. Sin embargo, el problema es que este escenario no es justo cuando una sola persona o grupo por su poder económico puede presentar sus ideologías como verdades absolutas en medios de comunicación que tienen como deber informar lo que pasa, mas no dar juicios. Formar un criterio es algo que le pertenece a los espectadores.
Por ejemplo, en Estados Unidos, tras la derrota de Trump en las elecciones de 2020, hubo una cantidad inmensa de desinformación. Fox News lanzaba gasolina a la idea de que el proceso fue un fraude, esto sin tener datos precisos a la mano, solo basándose en conjeturas y posibilidades. Por su parte, CNN caracterizaba al candidato como un peligro para su democracia, una acusación que buscaba de forma evidente el impacto y el sensacionalismo. Es verdad lo que suele decirse: “Para pelear se necesitan dos”. Esta polarización tuvo consecuencias reales más allá de los insultos y descalificaciones acostumbrados en las redes sociales. En enero de 2021, simpatizantes del candidato, enfurecidos por este fuego que los medios ayudaron a ampliar, tomaron el Capitolio en un acto reprobable de violencia. No hace mucha diferencia que hayan sido los partidarios del candidato los que hayan comenzado, al final sus opositores son igual de responsables en el conflicto. Resulta casi cómico pensar que esto fue provocado por la colisión entre dos grupos que buscaban lo mismo: defender su democracia. La misma historia se ha repetido en México donde, ante la discusión y votación de la Reforma Judicial, sectores inconformes de la ciudadanía, incendiados por las noticias y las peleas en las redes sociales, tomaron por la fuerza la Cámara de Senadores en un intento de parar la votación. Al igual que con nuestros vecinos en el norte, ambos bandos son igual de responsables de esta muestra de inaceptable violencia en el panorama de la democracia.
Esta breve crítica es tan solo la punta del iceberg. Los problemas que el periodismo presenta son vastos y merecen ser estudiados y discutidos con gran atención. Sin embargo, a modo de conclusión, pienso que es preocupante que este sea el panorama de la información en el mundo. Como dije al principio, los humanos nos regimos por lo que sabemos; eso determina nuestras acciones y nuestra visión del mundo en el que vivimos. Entonces, si los medios que se supone deberían informarnos y hacerlo bien están contaminados por la falta de rigor en las fuentes, el monopolio de los medios de comunicación, la polarización intencionada o involuntaria, el sensacionalismo y esta necesidad de siempre ser los primeros, ¿qué nos queda? Si nos mienten, si nos engañan, si nos dan la información a medias, nos están robando la capacidad de decidir, de ser libres. Así, los medios se transforman en cámaras de eco donde uno va a escuchar lo que quiere oír. Esto es lo peor, pues no hacer el importante ejercicio empático de ponerse en los zapatos del contrario y de atreverse a intentar comprender a quien piensa diferente a nosotros impulsa los prejuicios y fomenta el narcisismo colectivo, ambas, enfermedades terminales de la humanidad.
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