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Foto de Kirsten Bühne / Pexels
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Xian Rodríguez Zavaleta

Facultad de Filosofía y Letras

Amante de la naturaleza. Cibernauta obsesionado. Activista entusiasta. En busca de un pequeño espacio en la vasta literatura de horror y sus congéneres. Soy un empedernido de lo grotesco. Me la paso en mi madriguera entre libros blasfemos y prohibidos. Amo escribir.

Conspiración gatuna

Número 9 / ABRIL - JUNIO 2023

Luego de que mi gato dejara un ratón en la entrada de mi departamento, me pregunté: ¿Y si fuera un dedo humano?

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Xian Rodríguez Zavaleta

Facultad de Filosofía y Letras

Para el joven Daniel era ya algo acostumbrado el hecho de que su gato siempre le dejara los restos de los animales que cazaba. Casi siempre, en la entrada de su departamento, afuera, en el balcón, Daniel encontraba algún animal muerto. Frecuentemente, su gato le dejaba alguna rata u algún ratón. En otras ocasiones, encontraba algún ave muerta, desplumada, con la cabeza desprendida, mostrando las entrañas mordisqueadas. Y también tiene el recuerdo de haber encontrado una serpiente, con el cuello roto y ensangrentado, y un murciélago mutilado cual escena macabra.

Daniel consideraba aquello demasiado normal. Para él, era una muestra de afecto y consideración por su pequeña y graciosa mascota. Lo que para muchos sería algo molesto y repulsivo para él era algo maravilloso, que demostraba una conectividad con una criatura hermosa que él apreciaba con demasía. Pero, lo que ha encontrado esta mañana, al abrir la puerta que da al balcón, es algo fuera de lo común en su rutina, y en la vida misma, dado lo extraño y lo sombrío de tal descubrimiento. Porque ahí, en el lugar de siempre, había un dedo humano.

El problema no era solo la naturaleza que aquello implicaba, sino el aspecto de dicho dedo amputado; porque se mostraba fresco, con el color aún natural, como designio de un desprendimiento prematuro de tal extremidad. Aparte de su frescura, la coronilla de oscuro escarlata no se mostraba como algo hecho por un objeto cortante, sino que, en lo que cabe es lo visto, en lo aprendido por la experiencia, en los demás obsequios de su gato, es que tal parte del dedo mostraba las marcas de pequeños dientes felinos.

Ahí estaba, sobre el suelo, un dedo, tal cual, reposando como una pieza perdida de algún desafortunado.

Daniel se llevó una fuerte impresión al ver tal cosa en la entrada del balcón de su departamento. Una escena que repasó en una larga serie de especulaciones, de las cuales, cada una de ellas, resultaba demasiado inverosímil dado la conexión que aquello implicaba: Un gato, y un dedo humano amputado; ambos, signo de un percance antinatural, al menos, en vista de lo que uno consideraría natural dentro de su vida diaria.

Claro que él hizo algo al respecto, porque estaba obligado a ello como buen ciudadano que era. Llamó a las autoridades correspondientes para que hicieran lo debido con aquel inquietante objeto postrado en el balcón; y así lo hicieron, seguido de una serie de interrogaciones, y de una investigación con el respectivo dedo en cuestión para confirmar lo que el joven Daniel había dado en aquello que los detectives llaman “coartada”. Y las conclusiones, como si tal suceso no fuera suficiente, dieron, como resultado, que no se sabía la identidad del sujeto de donde el miembro provenía.

Daniel se mostraba intranquilo por cómo estará aquella persona cuyo dedo ha perdido. Durante días seguidos, la imagen del dedo rondaba su mente. Según el informe que le dieron en las instalaciones policiales, pertenece a un hombre de manos curtidas, osease, un hombre acostumbrado al trabajo duro, y que la forma en la que se desprendió, dicho entre impresiones de duda no disimuladas, fue a causa de un desgarramiento hecho por la atroz mordedura de un gato, y, lo peor, lo menos creíble de lo que se sacó de la inspección, fue que la persona estaba viva en el momento en el que perdió su pobre dedo.

Y el hecho de que el hombre estuviera vivo cuando hubo perdido esa parte de su mano (de su mano derecha según la inspección) no quiere decir que este individuo siga vivo, sino todo lo contrario. Porque, entre las probabilidades de que un gato haya tenido la oportunidad de arrancarle el dedo con los dientes, es probable que haya sido atacado por más de uno de estos animales. Así que la muerte, con mayor seguridad, y en caso de que tal hombre estuviera muerto, debió de ser demasiado espantosa.

Los detectives le dijeron que si se volvía a presentar un suceso que creyera él que pudiera dar más muestras para la investigación, que los contactara lo más antes posible. Por él, no había problema. Su único inconveniente, claro, es que tal suceso se presentase. Ya estaba demasiado nervioso a causa de aquello, pues no es muy grato encontrar algo así en el balcón cuando apenas vas despertando. Aun así, para tratar de amortiguar la angustia justificada que se solapaba en su interior, dio paso a buscar algo referente a todo lo que, con mucha probabilidad, hay detrás del dedo encontrado.

Durante mucho tiempo estuvo a la espera de que su gato regresase de donde quiera que estuviera. Esperó durante dos días, hasta que lo vio de nuevo, sobre la terraza del balcón, acicalándose la patas con la lengua, ajeno a los problemas que había provocado su cometido de dejarle tan escabrosa sorpresita a quien lo cuidaba y alimentaba.

No había nada raro en el animal, como erróneamente especulaba Daniel. Tal vez, la impresión de lo sucedido le ha asignado una paranoia, una paranoia que él mismo se ha provocado en el constante flujo de seguir divagando en la imagen del dedo amputado. Pero solo fue un simple percance, nada que tuviera algo que ver con el hecho de que, detrás del dedo en cuestión, hubiera una probable muerte, y, con ello, un cadáver humano.

Mientras tanto, y en medio de una intranquilidad que apenas lo dejaba dormir, se mantuvo vigilando al gato y a la entrada del balcón de su departamento; para así, de alguna forma, intentar encontrar algo que ayude a dar con el rompecabezas humano al que una pieza se le fue arrebatada por un curioso y tierno gatito.

Días sucesivos al incidente hicieron que Daniel se mantuviese intranquilo, observando de soslayo a su mascota cuando ésta se encontraba dentro de su departamento, como si tal animal tramara algo en contra de él, o, dado el caso, en contra de los seres humanos en general. Sin embargo, aquello, solo aquello, era el inicio de una serie de percances que darían forma a la inminente locura de nuestro querido Daniel.

Fue en una tarde, estando él solo, cuando otro descubrimiento peculiar fue hecho por Daniel; un descubrimiento en relación con su querida mascota.

Como lo normal en la rutina de quien es dueño de un gato, Daniel se encontraba limpiando el arenero donde su mascota hacía sus necesidades. Estando él recogiendo las heces postradas ahí, vio algo curioso en ellas, algo que lo hizo dar un grito.

Él gritó, en un alarido de angustia, al distinguir aquello blancuzco que estaba incrustado en uno de los mojones: dos dientes molares.

Dos grandes dientes había ahí, en la popó de su mascota, así como algunos cabellos humanos introducidos en una maraña que para Daniel implicaba nuevas imágenes para su ya atormentada mente. En el momento del nuevo descubrimiento, cogió el teléfono y llamó, de nuevo, a la policía, y ésta acudió puntual para inspeccionar el arenero del gato.

Los detectives recogieron las muestras en unas bolsas de plástico usuales para la evidencia de probables crímenes, pero algo no cuadraba ahí, aún menos con la nueva evidencia presentada en ese lugar poco usual, porque ¿A quién iban a culpar? ¿Culparían al gato? No, no lo hicieron, y en vista de que todo señalaba un cometido acto de asesinato, no hubo de otra más que señalar a Daniel como único sospechoso detrás del especulativo homicidio.

Así que lo arrestaron y se lo llevaron para ser interrogado. Mientras tanto, el gato se mantuvo observando todo, en su reserva que le otorga su naturaleza gatuna; y se tiró al suelo, a tomar una siesta apacible.

Y ahí está Daniel, repasando, una vez más, las imágenes de lo que deberían ser nimios incidentes en lo acostumbrado. Sin embargo, está ahí, acostado en un incómodo y frío camastro, mirando hacia arriba, mientras se halla absorto en pensamientos abrumadores según lo estremecedor de las cosas que lo han arrojado injustamente en esa celda de interrogatorio.

Hasta que, en ese instante de meditación, llegó a sus oídos un sonido que lo exaltó terriblemente por estar fuera de contexto: el maullido de un gato. Se postró repentinamente junto a la reja de su celda, intentando ver entre los barrotes al animal que había emitido tal sonido inquietante. Frente a él, estaba su mascota, con el pelaje empapado de sangre, con una mano humana, cercenada, delante de sus patas delanteras, mirando, tranquilo, con sus ojos oscuros y brillantes, al horrorizado Daniel.

Un infinito maullido, acompañado del eco de múltiples gritos, que iban desde la angustia, la locura, la desesperación y la agonía, amén de muchas emulaciones jamás antes emitidas por el género humano, se extendían dentro de toda la prisión, dentro de toda la ciudad, y por todo el mundo.

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