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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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CREDITO: Elizabeth Glaessner
Picture of Zhara Hernández Acevedo

Zhara Hernández Acevedo

Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala

Soy Zhara, estudio psicología. Me gusta leer, y en mis ratos libres pinto, he estado haciendo figuras en arcilla fría, también escribo lo que se me venga a la mente, pueden ser mis sueños o alguna idea que se acomodo en mi cerebro, me gustan mucho las películas y vivo en un espacio liminal.

Comunión

Número 12 / ENERO - MARZO 2024

Parecía un altar, una comunión; tu cuerpo el pan, tu saliva el vino

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Zhara Hernández Acevedo

Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala

Creo que me lanzó un hechizo cuando nuestros ojos se encontraron. Sus labios escarlatas se estiraron en una sonrisa amplia y misteriosa, había un magnetismo difícil de resistir, una necesidad ilógica de acercarme, de poseerla, de beber su aliento y consumirla: mi piel quería fundirse con la suya, extenderse y cubrirla como una crisálida. La música sonaba alta resonando en mi pecho. 

El mundo se volvió ruidoso cuando la encontré, intenso, el silencio se vació y solo quedamos las dos bañadas por la luz roja, me sentía desnuda y vulnerable, extremadamente sensible, me sentía extrañamente vista, la batería y los sintetizadores me bañaban de pies a cabeza, creaban una bóveda donde el mundo dejaba de existir, solo éramos tú y yo, sintiendo…

Podía sentirte junto a mí aun cuando la distancia nos separaba, tus ojos me seguían sin apartarse en ningún momento. Comenzaba a creer que no podía ser el azar, la noche era azabache, la luna derramaba una fantasmal luz bronce y de ella escapaban hilos de plata, se robaba el protagonismo del cielo, una reina en un mar de oscuridad que descansaba inalcanzable en el vasto cielo oscuro; así la noche vibraba de forma mágica, casi sagrada, así que no, no podía ser el azar la causa de que la encontrara, tan exquisita… 

Tu perfil simulaba inocencia, tus cejas arqueadas con un ligero pico que caía al final de su constitución te daban un aire astuto, tu boca seducía y tus ojos que cargaban una mirada cansada eran acompañados de una profundidad que servía como ventanas al universo, eran tan negros, tus ojos, que se fundía tu pupila.

Caminabas hacia mí al ritmo de mis latidos, constante y firme, no podía… no quería dejar de verte, “Úsame” pensé, “…puedo ser tu voz, tus ojos, tu piel, puedo ser tuya, puedo ser lo que quieras o si quieres que no sea nada no lo seré”. “Déjame volar contigo” pensé.

El trato fue silencioso, me recibiste gentilmente en tus brazos acercándome a tu pecho como algo preciado, sentía tu corazón latir bombeo tras bombeo, me tenías encantada, tu cuerpo me calentaba y lo supe, supe que estaba pérdida, te seguiría a donde fueras.

El trayecto un borrón de luces y colores, veía la ciudad desdibujarse en un verde neón que se mimetizaba con la noche, con líneas rojas y blancas que trazaban patrones irregulares, en medio de ese caos tu rostro era lo único nítido, tu cabello, tu mano sobre la mía, la calidez que me transmitía, el rojo burdeos de tu vestido, mi alma sometida se exponía totalmente a tu disposición en bandeja de plata.

Tu hogar era acogedor, los tonos naturales y los textiles de la sala creaban una atmósfera suave, la luz amarilla con sus tonalidades naranjas te favorecían dándote un encanto etéreo, me llevaste así por un pasillo largo, un pequeño arco lo dividía de la sala y al fondo las escaleras, a cada paso dado el aire se sentía más denso, un olor a óleo inundo mis fosas nasales, las velas a los costados eran lo único que iluminaba el camino, quería preguntarte ¿Por qué el techo era tan bajo?, ¿por qué las paredes eran tan estrechas?, ¿por qué te quería tanto?, ¿por qué cada que te veía sentía este revuelo en mi corazón?, ¿qué era ese ligero escalofrío que me recorría por la nuca?, ¿por qué mi respiración estaba entrecortada?, ¿por qué no podía apartar mi vista de ti? Tu aura era poderosa, los bucles de tus cabellos parecían flotar, desde atrás podía ver la curva de tu espalda seguida de tu cintura que se unía delicadamente a tus caderas y estas se unían a tus piernas, piernas fuertes que te desplazaban con firmeza y ligereza. 

El ambiente era casi divino cuando llegamos a tu habitación, en la entrada había un escalón corto que precedía al marco cubierto por una organza en lugar de una puerta; soltaste mi mano y pasaste primero, tu figura desapareciendo tras la tela, estaba tan abrumada que me tomó un momento seguirte dentro de la habitación, una vez cruzado el velo lo primero que vi fue tu figura frente al ventanal ovalado. La luz exterior te iluminaba de tal modo que pareciera que una aureola cubría tu cuerpo, verte era religioso, un fuego en mi pecho se encendió mientras observaba cómo te quitabas el vestido, tus ojos se clavaron en los míos por primera vez desde que entré, me retaban a hacer algo, aun así te veías tan tranquila mientras observabas con detenimiento mis reacciones, la tela por fin terminó de caer y sólo tu ropa interior te cubría, caminaste con parsimonia a la cama la cual se encontraba de tu lado derecho justo en medio de la pared. Te recostaste sobre un edredón vino rojizo con unas flores de cerezo que lo adornaban, alrededor de la cama había cinco velas esparcidas, su luz amarillenta jugaba con las sombras de tu cuerpo haciéndolo parecer vivo, respiraba, parecía vivo de una forma que un cuerpo normal no parecería, en los costados de la cama había unos arreglos con hierbas y flores, me recordaron a los ramos con los que recibieron a Jesús a su vuelta del desierto, un incienso se quemaba lentamente y situado a su alrededor unos papeles se arremolinaban sin ningún orden aparente, había figuras que no entendía, runas o letras en algún idioma antiguo, y tú, tú estabas en el centro de todo eso, tendida sobre la cama con los brazos estirados y con las piernas juntas ligeramente torcidas, sumisa, totalmente rendida a mí. Parecía un altar, una comunión; tu cuerpo el pan, tu saliva el vino; y yo la cierva por la que te sacrificarías, me sonreíste y un escalofrío en mi columna vertebral se manifestó con fuerza, me acerque y te toque, a ti tan inalcanzable como una diosa.

Hundí mis dedos en tu cabello dejando caer mi peso sobre ti, nuestros pechos se juntaron, tu respiración salió pesada, acaricié tu rostro, acerque mi nariz hasta rozar con la tuya, nuestros labios apenas a centímetros de tocarse, el anhelo era palpable, tus ojos no se apartaban de los míos, los seguías embelesada y tu voz se escondía, quería oírla de nuevo, quería que me indicaras que debía hacer, quería que ese dulce sonido se colara nuevamente por mi sistema, quería guardarlo para mí, pero, no decías nada y yo solo podía pensar en besarte, al final acorte la distancia y te bese, inició lento, tus labios exploraban lentamente la forma de mis propios labios, los burlaban y los recompensaban, quería más de ti, así que te estrujé contra mí, el beso se hacía cada vez más necesitado, tu lengua se sentía cálida entre la mía, tu sabor era dulce como ambrosía, nuestros dientes chocaban como si nuestras bocas pelearan, sentí como si flotara, como si una parte de mi alma se descoordinara de mi cuerpo. 

Tus manos se despegaron de los costados de la cama, una de ellas acunó mi nuca, tus dedos se enredaban suavemente en mi cuero cabelludo tirando lentamente, tu otra mano fue a dar a mi cintura colándose descaradamente debajo de mi blusa en un vaivén constante que subía y bajaba, hasta entonces sólo te había besado, pero una parte de mí se sentía fuertemente entrelazada a ti, parecía que nuestras almas se habían compenetrado, aferrándose una a la otra, me pregunté si así se sentía la salvación y la misericordia: antes de ti mi alma y todo mi ser parecían estar condenadas al dolor y la vergüenza, pero me tocabas tan gentilmente permitiéndome unirme a ti, una pobre perdida y sin esperanza.

Mientras me aceptabas con cada caricia y cada suspiro, inadvertidamente se me escapaba el pensamiento: “Quiero que me lleve más adentro, más profundo, hasta el centro de su ser”.

Mi mano comenzó a recorrer tu cuerpo lentamente deslizándose cada vez más abajo, necesitaba registrar cada centímetro de tu piel, cada marca, cada cicatriz, cada curva, cada aspereza, quería conocerlo todo, cuando mi mano llegó a tu vientre te estremeciste, rompí el beso, quería ver tu expresión y conservarla, vi tus ojos cerrarse levemente mientras comenzaba a besarte, primero la mejilla, luego el cuello y el hueco entre tus pechos, respiré tu aroma, una capa de sudor comenzaba a cubrirte, colé mi mano por tu espalda desabrochando tu brasier, tus pechos se liberaron expuestos como flores, volví a besarlos, el gusto de tu piel morena era dulce, seguí besándote cada vez más abajo hasta llegar a tu vientre, lamía y mordía, me acerque a la delgada tela de tu bikini, jadeaste, el aire se tornó húmedo, no me moví hasta que la humedad de mi saliva era visible en el blanco de tu ropa, tome el trozo de tela y lo baje lentamente, tu piel se erizó, un río se deslizó de mi interior, tus propias aguas brotaban con parsimonia, abrí tus piernas y tú te ponías a mi disposición… ¿o yo me ponía a la tuya? Te miré, tus ojos hablaron y  de tus labios brotaron las palabras, murmurabas algo, pero no lo entendía, no hacía falta, echaste la cabeza hacia atrás dejando tu cuello expuesto, desde donde estaba podía verte respirar, veía tus pechos subir y bajar, tragabas de forma entrecortada, tu vientre emanaba calor, podía sentir algo colándose en mi corazón, un fuego ardiente que me mantenía en movimiento y me consumía de a poco extendiéndose sin prisa: recosté mi rostro sobre Venus, enrede un brazo en tu pierna, me abrí paso entre tus labios, use mi mano libre como apoyo, fui abriéndote poco a poco lamiendo a lo largo, quería que supieras mis intenciones, mi deliberada paciencia, así me adentré en ti subiendo y bajando, ambrosía y paraíso, una sinfonía de suspiros dejaba tu boca mientras mi respiración los acompañaba, todo se reducía a besos, caricias, la humedad sobre nuestras pieles, sudor o saliva, no importaba, me pregunté si adentrándome más en ti podría estar más cerca de tu alma; tal vez si de esta forma, cordialmente, preguntaba si podría entrelazarme con ella hasta que se disolviera la mía en la tuya, hasta que sea una sola alma, una que compartamos, porque quizá unir nuestros cuerpos era sólo el inicio.

Las estrellas te adornaron, el cielo te bendijo, nos bendijo a las dos: galaxias corrieron desde tu interior, yo bebí todo de ti, no era el azar, el cielo espero con ansias este encuentro, vio con tranquilidad cómo pasaba el atardecer aguardando su momento, la noche transcurría, nuestros cuerpos se encontraban, compartíamos un momento de existencia. 

Entonces colaste tu mano debajo de mi falda, tú también querías meterte debajo de mi piel, te dejé ir para abrazarme a tu pecho, nuestros besos eran profundos y al igual que la primera vez, no era suficiente, nos queríamos más cerca, más juntas. Yo quería meterme dentro de tu pecho y creo que tú también lo querías, ambas nos apretábamos a la otra, una desesperación desconocida me invadió, te necesitaba, ansiaba resguardarme al lado de tu corazón, la habitación se llenó de electricidad, nos recorría de la cabeza a la punta de los pies, sentía como todo mi ser vibraba, se ajustaba a tu ritmo, me sentía cada vez más desconectada de mi cuerpo, como si me alejara de él. Yo era una masa para que moldearas a tu gusto, al saberlo me sentí extrañamente cercana a ti.

¿Acaso tu alma habría aceptado mi propuesta? ¿Acaso nos convertíamos en una? Un calor se extendió en mi pecho acompañado de un ardor cada vez más profundo, se metía dentro hurgando en mi interior, era como una daga arrancando todo lo mío para dártelo a ti voluntariamente, no me importaba si quedaba hueca.

Consúmeme, quiero que tu espíritu deje de sentirse solo, tu aura se vuelve peligrosa, quizá siempre lo fue solo que no me había dado cuenta, pues esto era grande y nos envolvía de forma seductora.  Tú… tú eras un depredador y yo la presa, qué dulce desengaño, una amargura transitoria se instaló al darme cuenta que nunca fuiste la ofrenda, que yo era tu ofrenda, un alimento más, uno que estaba listo para ser consumido, listo para ser separado de su cuerpo físico, estaba lista para que quemaras mi carne y mis huesos hasta calcinarlos, lista para que absorbieras mi esencia, lista para ser parte de tu ser. Por un segundo pensé “¿Cuántas almas me encontraré allí?”, pero, aun así estaba lista para ser parte de tu existencia, aunque fuera una pequeña parte de ti no eso importaba, si eras tú, estaba dispuesta a hacerlo, creo que en voz baja te lo pedía: “Déjame quedarme contigo, déjame acompañarte, déjame volar contigo”. En ese momento mi carne se iluminaba seguida de un ardor incómodo, creo que estaba desapareciendo, me volvía polvo, un polvo con tonos naranjas e iridiscente, ¿ardimos juntas o solo era yo? Tu pecho se abrió y yo floté hasta el, me enredé en ti recorriéndote completa, me esparcí en tu interior como hierba, me nutrí de ti y tú de mí, iluminé tus lugares oscuros y lo vi todo, entonces lo supe, sí, me respondí, ardimos juntas. Ya no quedaba yo, solo tú y sólo tú, me destruí, pero, a pesar del dolor ese fue el más dulce placer de mi vida.

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