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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Felix Mittermeier/Pexels
Samantha Aylin Martiñón Arriaga

Samantha Aylin Martiñón Arriaga

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo

Árboles ensimismados

Número 3 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2021

¿Qué nos puede decir de nosotras mismas la experiencia y la palabra de un hombre blanco, rico, heterosexual? ¿Que somos bellas cuando callamos porque parecemos como ausentes?

Samantha Aylin Martiñón Arriaga

Samantha Aylin Martiñón Arriaga

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo

Desperté, miré a mi alrededor, no reconocía nada, solo reconocí un color verde maravilloso, y fue hasta que mi vista se despejó, que entendí que estaba en un bosque, un lugar sereno, misterioso, pero extrañamente familiar; lo sé, suena incongruente, sin embargo, daba esa sensación de que todo estaba completo, que me podía recostar a dormir dejando que el pasto me abrazara y mis sueños volaran.

Hacía ya tiempo que me apetecía estar sola, lo cual no se podía últimamente en mi casa, con los hijos de mis hermanas llorando por todo el lugar, con mi tía gritando cada vez que contestaba el teléfono, mi tío con su guitarra intentando desenterrar su sueño frustrado y mi mamá regañando a quien se le ponía en frente, en fin, mi familia; sin embargo, en el bosque estaba completamente sola, buscando dentro de mí el sentido de existir, el sentido de estar viva.

Al mismo tiempo que mi mente me tragaba entera, el bosque y sus grandes árboles se perturbaban cuando perdía el hilo de mis pensamientos, como sí se dolieran conmigo.

La noche nunca llegaba, era como un día extremadamente largo, solo yo y mis árboles, sí, míos; solo yo, troncos y hojas. Otra vez, el viento empezó a soplar de manera violenta, me hizo temblar regresando a mí todas aquellas sensaciones que no quería experimentar, como aquella vez que dudé de mí, que me culpé; o como aquellos días que me pregunté si estaba yendo por el camino correcto o si era capaz de lograr el estándar que quieren que cumpla, o que quiero cumplir, esas sensaciones que, por más que diga estar bien… Las hojas caían, los árboles se opacaban y decrecían, como si supieran que yo no sabía expresar mis pensamientos y sentimientos. En fin, vientos semejantes a esos días, en los que simplemente no sabía en qué momento sucedió tanto y pareciera que no hice nada.

Nunca había encontrado un lugar donde pudiera hacer lo que fuera sin expectativas de mí, no me malentiendan, a veces las altas expectativas se las adjunta uno mismo. Sin embargo, de cierta manera, aunque lo nieguen, me tienen tan idealizada que siento culpa al cometer un error, me invade el terror en cada decisión que tomo y dudo si ésta me conviene o no, y es por eso mismo que existe dentro de mí el temor de defraudar, como la raíz de esos árboles, profunda, gruesa y larga.

Me recosté y me sentía en el mismo ecuador del bosque, ya que de un lado se encontraban los árboles vigorosos y del otro aquéllos ensimismados. De forma peculiar, conocía todo de aquel paisaje, como un recuerdo borroso que se va aclarando conforme te lo cuentan. Como si del destino se tratase, mi posible futuro interrumpió mi admiración: terminaría la preparatoria con un promedio por el cual me esforzaría, me aceptarían en mi carrera soñada, después conocería a alguien especial que me hiciera sentir en las nubes, me iría a vivir por mi cuenta, conocería gente interesante… y los árboles enormes y verdes se movían cadenciosamente a mi lado.

Pero, inevitablemente, llegaban pensamientos: vas a perder el tiempo en esa carrera, se atravesarán problemas familiares, qué tal si pasas a vivir el sueño frustrado, o no tienes a tu familia contenta con lo que haces, simplemente no puedes. Y los árboles chuecos, tristes se movían.

Ese día infinito aprendí a lidiar con mis árboles grandes y fuertes, y con los que no lo son tanto. Como ese árbol del que hablaba antes: no es feo ni bello, sólo existe.

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