Facultad de Economía
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Recuerdo esa tarde del primer apagón, un siete de mayo del 2024 en que mi mayor preocupación fue ser obligado a tener ocio sin diversión con la presión de exámenes respirando en mi nuca, el mundo se incendiaba y yo estaba abandonando a mis seres queridos para encontrarme por la noche con los perezosos ojos de mis padres e incómodamente sobrevivir junto a ellos la oscuridad. Por primera vez conocí la ansiedad de no poder hacer nada en el silencio y la oscuridad blanca, una eternidad sin tiempacio; verme a mí mismo por fuera, sin cuerpo ni sensaciones en que la nada lo es todo. A partir de ahí viví, junto con todo el mundo, aquel miedo constante de regresar a esa soledad y quietud, una floja y peligrosa forma de vida rastrera para el ser humano, así que nos preparamos: enormes baterías de litio y complejos autómatas para complejos sistemas de entrega diseñados por la mano fuerte que se convirtió en la constante para ayudarnos a sobrepasar el caos y la anarquía de esas tardes de desconexión.
Ahora, años más tarde en mi linda cabina con su hipoteca pagada, tras cuatro horas sin la energía de mis baterías y mi sudor, que de escala de los hijos de Amazon pasa a ser la de un comunista, mi corazón se acelera y siento cómo mi cabeza va a explotar ante la confusión de haber terminado mi inusual carga de trabajo a medio día y cerrar mi laptop inútil como si se tratara de un dragón incapaz de abrir sus alas. Sólo puedo sentir mi boca seca y ver mi piel roja que ha cedido ante el calor que nos ha hecho lo que somos. Tengo que descansar y sé lo que significa, no hay vuelta atrás, pero puedo ver lo que he hecho: ayudé a llevar la luz a las tinieblas de los pueblos rebeldes, separé las aguas para los válidos y juntamos a los dignos, revivimos a las hierbas que daban semilla y sustituimos a los árboles que daban frutos, elevamos las lumbreras en la infinita extensión de nuestros satélites para iluminar a la tierra creando el día y la noche, dimos vida a seres perfectos, efectivos, capaces de fructiferar y multiplicarse para controlar y darle orden a SUS consecuencias del caos regresando nuestros mares y cielos. Creamos a nuestro Dios a imagen y semejanza que nunca nos abandona y nos ha llevado a la cumbre de nuestra raza. Es indescriptible la felicidad de sentir la bondad de nuestras creaciones, ver hacia abajo, apreciar los escalones que he ayudado a crear; no sólo puedo ver la oportunidad que he creado, sino que puedo sentirla, conozco el sacrificio pero no hay arrepentimiento que opaque la satisfacción de este aire seco olor a canela que me lleva al todo infinito, ni siquiera ese de haber descansado.
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