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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Credito: Laura Joselyne Cruz Zurita / Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Oriente
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Marcela Chávez Gutiérrez

Facultad de Filosofía y Letras

Marcela Chávez Gutiérrez (Ciudad de México, 2001). Egresada de Letras Hispánicas (FFyL, UNAM). Leo mucho (a veces poco), escribo narrativa, poesía y ensayo; ocasionalmente hago fanzine. Me interesan las manifestaciones artísticas y las fugas creativas de la vida diaria. Me gustan los parques, la brisa y el té chai con leche (deslactosada).

Alina me habló de sus sueños

Número 12 / ENERO - MARZO 2024

Lo que me persigue no me alcanza, sólo me aterroriza y me convierte en algo pequeño, sin valor

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Marcela Chávez Gutiérrez

Facultad de Filosofía y Letras

“Siempre voy descalza: ese es el patrón, la cosa que los une. Y me persiguen en todos. Es muy raro, abro los ojos y no identifico dónde estoy… así por mucho rato. A veces me pregunto por qué mi cuerpo está acostado y no en una posición diferente. Lo único que sé con seguridad cuando me despierto es que el corazón me late como loco. No distingo si es por el miedo o por la confusión, pero late desesperado. Como hace unos días, ¿te acuerdas? Cuando andábamos en el parque y los polis quisieron agarrarnos porque vieron la botella y corrimos como cinco cuadras… se siente así. Es la seguridad de que te va a explotar algo adentro. Así despierto de mis sueños, más bien pesadillas. Sí, más bien pesadillas… ¿De verdad no te acuerdas? Pues claro que no, si ibas todo pedo, no sé cómo le hacías para correr”.

Se rió, yo me sentí como un tonto. Alina olvidó lo que me contaba inicialmente. Se acordó cuando caminábamos hacia el metro, quejándonos del sol que pegaba tan fuerte en nuestras caras y del dolor que nos inflamaba los hombros.

“Parece que las plantas de mis pies son el único punto sensible de mi cuerpo, a través de ellas detecto todo. Y siempre hay algo particular sobre el suelo, como tierra húmeda que se me mete entre los dedos, agua que me dificulta correr y hace que me resbale, piedras que me lastiman. En el último sueño sentí una textura muy bonita, como si fuera piel. Me acuerdo que pensé: ‘estoy deambulando sobre mi propia carne, camino sobre mis hombros, sobre mis piernas, me muevo entre mis senos intentando llegar a mi barbilla, a mi nariz y finalmente a mis ojos. Van a ser mi espejo. Me miraré en ellos y descubriré quién soy’. Nunca sé quién soy en mis sueños, ahí me siento más perdida que ahora. Y es raro, porque en los sueños realmente no importa quién seas, no te lo preguntas. En tus sueños eres y ya está, eres todo y no necesitas preguntarte nada… No me hagas esas caras, tampoco lo digo tan en serio, sólo se me acaba de ocurrir. Pero es bonito, ¿no? En los sueños somos todo”.

Pagué el viaje de Alina y el mío. Pudimos abordar el penúltimo vagón del tren al segundo intento, después de abrirnos paso por medio de empujones. Alina se veía un poco harta, no sé cómo me veía yo.

“Doy paseos largos y tranquilos, pero entonces llega algo que me perturba. Primero lo siento en los pies, que se me ponen helados de la nada. Sé que algo malo va a ocurrir y la piel se me irrita, me pica. Y me tenso, me preparo para correr de eso que desconozco pero que se acerca. En el último sueño era la nada, como la que aparece en la novela que me estabas leyendo el otro día, la del escritor alemán… Michael algo… Ende, eso. Era una nada que avanzaba rápido y estaba allí para tragarme. Yo lo sabía y corría hasta que la baba se me escurría de la boca y los huesos de mis piernas se desprendían de su lugar. Pensé que me iba a morir, estaba muy débil. Pero no morí, nunca muero. Lo que me persigue no me alcanza, sólo me aterroriza y me convierte en algo pequeño, sin valor. Cuando desperté el corazón me latía como loco”.

Las dos estaciones siguientes Alina mantuvo la cara pegada a mi hombro. No lloraba, así que no la consolé, sólo le pasé la mano por el pelo, muy suavecito, como a Alina le gusta. El sudor se me escurría de la frente y los ventiladores no funcionaban: el vagón era un asadero colectivo.

“Ahora tú cuéntame un sueño raro”.

En medio de la multitud caliente y hastiada, intenté recordar una narración que pudiera interesarle a Alina, pero terminé diciéndole la verdad: sueño puras cosas aburridas.

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