Escuela Nacional Preparatoria Plantel 2
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A causa del confinamiento por COVID-19 ha salido a relucir una desigualdad de la que poco se habla, especialmente en un país como México donde es un tema que pasa desapercibido, quizá por la ignorancia y la mala costumbre de encasillar dentro del adjetivo de débil a quien hace públicos sus sentimientos: la salud psicológica.
Es común escuchar comentarios de menosprecio ante una situación que debería ser alarmante, pero no lo es gracias a la infravaloración de la estabilidad mental. ¿De dónde proviene la poca relevancia que se le da a los trastornos mentales? ¿Por qué no se aborda como otros temas?
Contrario a lo que se piensa, la salud mental dentro de cualquier grupo social va más allá de la ausencia de trastornos o enfermedades cognitivas en el ser humano, contempla en su totalidad al bienestar y equilibrio psicosocial que debe existir en una persona a la hora de desempeñar funciones específicas en la sociedad o consigo misma.
La excesiva falta de atención a dichos desequilibrios trae consigo la normalización de situaciones que ponen en peligro nuestra integridad, pues al formarnos una idea errónea debido a comentarios prepotentes que minimizan las emociones de las personas, poco a poco se va generando un estigma que acrecienta y culmina en una represión de sentires, derivada del mandato social, que es tan solo la introducción a problemas intrínsecamente más graves; desde un distanciamiento de aquello que solíamos disfrutar hasta la decisión del suicidio como alternativa.
En una sociedad tan modernizada como en la que vivimos actualmente y plagada por lo que se hace llamar generaciones de cristal, donde el tema de la salud mental toma una importancia particular entre los grupos adolescentes por ser una etapa susceptible a problemas como ansiedad y depresión, es indispensable contar con la información y asesoría suficientes para abordar este concepto; es por ello por lo que surge la pregunta que de verdad nos interesa: Salud mental ¿derecho, moda o privilegio?
La estigmatización de las personas que experimentan enfermedades mentales diagnosticadas ha sido motivo de señalamiento a lo largo de la historia y ha generado la minimización de algunos otros trastornos no tan reconocidos, pero sin duda más comunes como los Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), la ansiedad y la depresión. Esta limitación de aceptación por los nuevos problemas es uno de los muchos impedimentos que existen para tratar los mismos, por ello, automáticamente pueden ser percibidos por la sociedad como una manera de llamar la atención, particularmente durante el periodo de COVID-19 donde sin duda los casos de personas afectadas se dispararon y con ellos una nueva “moda”. Sin embargo, la realidad es que el impacto de las medidas de distanciamiento social, la caída en picada de la economía del país, la convivencia social conflictiva durante el encierro, el miedo a la enfermedad y demás, son solo algunas de las causas que han incrementado los padecimientos psicológicos durante los últimos dos años.
Salud selectiva: desabasto profesional, dicotomía sexo genérica y privatización
Podemos caracterizar a la salud mental como un estado de bienestar selectivo, pues es importante señalar que habrá personas más propensas a sufrir un padecimiento psicológico en comparación con otras, esto debido a la influencia de factores sociales, económicos, ambientales, hereditarios y biológicos que no son todos iguales para ningún individuo por tratarse de un proceso evolutivo y cambiante. Estos factores determinan la atención especializada a la que pueden tener acceso las personas que se encuentran bajo una condición de salud mental decadente, donde sobre todo una parte de la sociedad se ve afectada mayoritariamente dentro de los estratos socioeconómicos más bajos, para los cuales, los servicios son muy limitados. Dicho con otras palabras, sólo una minoría poblacional que requiere tratamiento psiquiátrico lo recibe. Podemos sustentar esta afirmación gracias a las estadísticas y cifras preocupantes en nuestro país, donde se estima que para 2021 cada psicólogx debería atender a una cantidad imposible de pacientes al mismo tiempo, ya que, para 2019 de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía existían 12 psicólogxs por cada 10 mil habitantes, tomando en cuenta que el último censo de población arroja que ya somos alrededor de 126 millones 14 mil 24 habitantes en México. (INEGI, 2020). Sobra mencionar que existe una distribución desigual de profesionales en las ciudades, es decir, un desabasto.
A esta situación debe añadirse el hecho de que los trastornos mentales generan un impacto emocional y económico dentro de las comunidades, afectando familias y colectividades. Claramente todo en conjunto representa una problemática difícil de superar y que lamentablemente no concluye ahí, porque, al igual que en la mayoría de los espacios, las mujeres nos vemos más desfavorecidas en cuanto al acceso y las etiquetas negativas al buscar ayuda profesional. Comenzando por la carga mental y física que supone el hecho de dedicarle más tiempo a las tareas y cuidados domésticos, factor que produce desgaste y agotamiento inminentes. Basta con investigar brevemente y comparar los porcentajes respecto a las tareas del hogar realizadas por hombres y mujeres durante la pandemia donde la diferencia es más que notoria. Por si no fuera poco los estudios prueban que el machismo, las violencias generadas por el mismo y la brecha laboral como económica que padecemos las mujeres de manera sistémica son la fuente de aparición de diversos trastornos, esto sin tomar en cuenta los señalamientos que se nos atañen a sobremanera al querer ampararnos a nosotras mismas.
Otra de las situaciones más inconsistentes al encontrarnos en un país con el 38.5 % de la población en condición de pobreza laboral es el difícil acceso a ayuda profesional. Evidentemente, lxs ciudadanxs no enfocan su atención ni prioridades en atender algo que “podría esperar” cuando tienen mayores preocupaciones, como la del pan y el pasaje. Aun cuando nos pueda interesar mucho el atender nuestros conflictos internos debido a la intensidad de estos, el vacío de las carteras lo impide. El sueldo que reciben lxs asalariadxs no es equivalente al esfuerzo que le dedican a su empleo, la explotación de las amas de casa es casi cercana a lo invisible que es ante el sistema machista y patriarcal, la falta de oportunidades de trabajo por requisitos absurdos, entre otras cosas, se suman a un escenario de desigualdad donde a causa de la injusticia laboral que no brinda lo que debería, nuestra salud mental individual se deteriora y la solución al no alcance nuestro para enmendarlo depende de los poderosos / beneficiados indispuestos a compartir lo que les sobra con el grupo al que le falta. Incluso cuando en el párrafo cuarto del artículo 4º de la Constitución Política se menciona garantizar para todas las personas el derecho a la protección de la salud, es de conocimiento totalmente público que contar con el poder adquisitivo para acceder a servicios donde podamos atendernos en este ámbito, es, innegablemente un privilegio.
Al hablar de la importancia cultural que se le da a nuestra salud mental es necesario mencionar algunos puntos. Debido a lo poco fundamental que se considera el atendernos al tratarse de una situación así, la población está poco interesada en dedicarse a una carrera como la psicología, además de que el 80% de las universidades que la imparten son privadas, lo que reduce la posibilidad de que las y los estudiantes mexicanxs puedan dedicarse a ella, pues para el 2020, según datos del INEGI, sólo el 21.6% de la población mexicana contaba con una educación superior. No se cuenta con los recursos apropiados para la formación de profesionales en esta área y las raíces provienen desde la costumbre como sociedad mexicana de despreciar todo lo relacionado a abrirnos sin etiquetas.
Más allá de nuestras manos
Los recursos limitados para la familia mexicana promedio trasladan a la consulta a los últimos puestos en cuanto a lo importante, pues el alimento en casa importa más. La nula perspectiva de género en el ámbito de la salud es perjudicial a escalas grandes porque no se considera una problemática ni se pone sobre la mesa lo grave que es, por lo tanto, como ya se demostró anteriormente, las necesidades psicosociales toman un papel relevante principalmente en los grupos con mayor vulnerabilidad, grupos en condiciones precarias concentrados en otras primacías; otro claro ejemplo involucra a las comunidades indígenas en el caso de México, donde la atención a la salud mental se convierte instintivamente en un privilegio.
Prestarle atención a la salud mental ni siquiera es un pensamiento que se cruce por la mente de quienes son más marginadxs socialmente, aunado a todo esto, no todos los servicios especializados están suficientemente preparados para brindar la atención requerida a este tipo de problemas en grupos vulnerables y lxs profesionales dedicados a este servicio son escasos para la población que reside en el país.
La salud mental como una corresponsabilidad colectiva
Gracias a la pandemia fue que pudimos visualizar con la claridad previamente carente las deficiencias en el sistema, mismas que desencadenan una larga lista de problemas para cada individuo. Los obstáculos para poder obtener una consulta van desde la desinformación que existe acerca de este tema y el desinterés tradicional por la supuesta irrelevancia de atendernos, hasta la imposibilidad de costear un servicio de nuestro propio bolsillo que puede abarcar más de 9 salarios mínimos. Viéndolo de esta manera, la responsabilidad ya no es en su totalidad del gobierno mexicano con la obligación de proveer, sino que esta recae, una vez más, en la ciudadanía.
Ahora bien, es indiscutible que los conflictos de salud mental no son un asunto que involucre únicamente al individuo afectado, sino que los vínculos que tiene este con la sociedad también se ven implicados, por este motivo, debe verse como un problema de relaciones sociales e interpersonales que tiene impacto en una sociedad entera. La perspectiva presentada en este texto planteó evidenciar la necesidad urgente que existe por el desarrollo de estrategias integrales para combatir los problemas de salud mental en el país, que trabajen no solo de forma individual, sino que incluyan a todas las fronteras colectivas.
La promoción de la salud mental, la prevención de los problemas y trastornos mentales, la identificación de factores de riesgo, la implementación de estrategias de resiliencia y la disponibilidad de servicios de salud mental para grupos específicos son el principal abordaje para combatir los inconvenientes que a ella respectan, para ello, es importante comprender mejor la problemática en los diferentes contextos culturales pero, aún más importante que eso, nuestros dirigentes se ven obligados a implementar políticas públicas a nivel nacional para canalizar y destinar un porcentaje de los recursos económicos a las necesidades de salud mental en todos los sectores de la población.
Juntando las piezas del rompecabezas podemos concluir que la salud mental es un derecho constitucional que, a causa del indebido acondicionamiento por parte del gobierno y el poder en cuanto a la remuneración y repartición equitativa de recursos, se ha convertido en un privilegio. El futuro es hoy y como tal, es necesario fortalecer acciones reales que nos permitan responder ante los elevados casos de problemas en la salud mental, pues esta es una semilla que necesita ser regada para que así las raíces sean lo suficientemente sólidas y puedan sostener a todo el árbol, incluyendo las ramas, hasta las más secas.
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Una respuesta
Increíble texto, muchas gracias por hablar y difundir un tema que, a pesar de su importancia, siempre lo han infravalorado y nos han hecho creer que es irrelevante.