Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Sur
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En tu aislada mirada veo aquellos distantes montes que por un destello de luz escapan de mi
efímero imperio, y sé muy bien que no estarás, no estarás porque solo existes en mi ausencia,
en la desidealización de un anhelo que rasguña y deja marca.
Esta carta es una botella al mar con un hueco en la base, un corto mensaje para las
profundidades del abismo, para aquellos peces ciegos que nunca han llorado o llorarán, para
quienes de sus cuerpos inertes nacerá vida, para las ramas de un árbol en primavera y para la
muerte prematura que espera el momento perfecto para atacar.
Porque aun fallido eres mejor que la inexistencia, porque no hay nostalgia peor que añorar lo
que nunca jamás sucedió, por verte más allá de lo etéreo, por poder tocarte hasta en
canciones.
Es así, que incluso en noches de poca ropa y anacrónica compañía, cargaré en los bolsillos una
pesada anhedonia y una subconsciente saudade. Porque te prefiero en los lamentos que en la
falta de recuerdos, porque las violetas ya no son azules y las rimas ya no encajan, por escapar
entre prosa y prosa, y por vivir sin tener que rezar.
Y arriba, entre las nubes, sujetando el globo que deje ir el día que no te conocí, ya no sé si
hablo de algún Dios o de ti. El ateísmo me ha invadido y la puerta se cerró, caeré al infierno
de tus susurros y no te buscaré, porque tu purgatorio es otro, uno que ninguna religión me ha
dejado entrever.
Te espero y te esperaré aunque nunca llegarás. Me volveré Penélope en la estación de tus
misterios, esperando el tren que no te traiga, sino que me lleve, aquel que por conductor tiene
un cristal opaco en la mañana y una foto en la que no sale tu cara. Ese que avanza sobre las
vías del perpetuo vacío, adornando el vibrar de las campanas en la catedral de tus proverbios y
que al llegar, por fin, tú y Dios me dejen respirar.
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