Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Vivimos en una época en la que las respuestas llegan antes de que las preguntas se formulen completamente. En nuestra era digital, caracterizada por lo que Zygmunt Bauman denominó como “modernidad líquida”, las estructuras sólidas que dan significado a la vida se han vuelto fluidas, cambiantes y efímeras. Esta liquidez penetra profundamente en nuestra búsqueda existencial más íntima: la necesidad humana de encontrar sentido, propósito y conexión con algo más grande que nosotros mismos.
Surge una paradoja inquietante: mientras que la astrología digital, el tarot online, los retiros express y los gurús de redes sociales prometen respuestas inmediatas a nuestras inquietudes más profundas, esta inmediatez podría estar generando precisamente lo contrario: una desconexión creciente de nuestro ser interior y una comprensión superficial de la experiencia espiritual genuina.
¿Por qué los seres humanos siempre estamos en búsqueda de respuestas existenciales? Esta pregunta trasciende épocas y culturas. Desde los misterios eleusinos en la antigua Grecia hasta los rituales prehispánicos en América, la humanidad ha desarrollado sistemas complejos para explicar lo inexplicable y encontrar orden en el caos de la existencia. La diferencia radica en que pareciera que antes las respuestas tradicionales requerían tiempo, compromiso y comunidad. El budismo, por ejemplo, exige años de meditación; el catolicismo, fe y participación comunitaria; son tradiciones milenarias que requieren preparación ritual y guía ancestral. Estos caminos espirituales comparten algo fundamental que parece haberse perdido: la comprensión de que la búsqueda de sentido es un proceso, no un producto. En contraste, buena parte de la espiritualidad contemporánea se ha adaptado a los ritmos de la modernidad líquida. Aplicaciones como Co-Star (fundada en 2017) utilizan inteligencia artificial para ofrecer lecturas astrológicas personalizadas, generando ganancias que superan los 10.5 millones de dólares. Así, los videos de TikTok ofrecen “lecturas energéticas” instantáneas, y los retiros de fin de semana prometen transformaciones que antes tomaban toda una vida.
La mercantilización de lo sagrado
Una de las características más preocupantes de esta espiritualidad líquida es su profunda comercialización. Las religiones tradicionales siempre han tenido componentes económicos: diezmos, limosnas, donaciones. Sin embargo, la espiritualidad digital ha llevado esta monetización a niveles sin precedentes. Datos recientes revelan que el sector astrológico alcanzó una valoración de 12.8 mil millones de dólares en 2021, con proyecciones que indican un crecimiento hacia los 22.8 mil millones para 2031 (según un estudio de Allied Market Research, datado en 2023).
Los algoritmos de redes sociales han transformado la espiritualidad en contenido viral. Influencers espirituales con millones de seguidores venden cursos para “despertar de conciencia” o para utilizar cristales “energéticamente programados”; o sesiones de coaching espiritual, con precios que oscilan entre cientos y miles de dólares. Como ha señalado el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, la sociedad actual se rige por la lógica del “rendimiento”, donde incluso la autotrascendencia se convierte en un proyecto a optimizar.
Esta comercialización plantea preguntas éticas fundamentales: ¿puede venderse genuinamente la experiencia espiritual?, ¿qué sucede cuando la búsqueda del sentido se convierte en un producto de consumo más?
El moralismo oculto en las nuevas espiritualidades
Las creencias espirituales esconden cierto moralismo e imponen verdades universales, incluso en prácticas que se presentan como “libres” o “no dogmáticas”. La astrología moderna, por ejemplo, aunque se presenta como herramienta neutral de autoconocimiento, frecuentemente perpetúa estereotipos: “Los escorpio son vengativos”, “Los virgo son perfeccionistas”. Estas generalizaciones terminan funcionando como nuevas formas de moralismo que encasillan los comportamientos de las personas.
Diversos movimientos espirituales contemporáneos promueven que somos completamente responsables de nuestra realidad a través de nuestros pensamientos y vibración energética. Esta “ley de atracción” oculta un componente peligroso: sugiere que las personas en situaciones difíciles son responsables de su sufrimiento por no tener la vibración “correcta”.
La velocidad contra la profundidad
El smartphone se ha convertido en el símbolo más potente de nuestra era de inmediatez. Con él tenemos acceso instantáneo a horóscopos personalizados, lecturas de tarot, meditaciones guiadas y “sabiduría ancestral” condensada en posts de Instagram. Pero esta accesibilidad tiene un costo oculto: la eliminación de los espacios de silencio necesarios para la verdadera introspección.
Los momentos de aburrimiento, soledad o incertidumbre—estados tradicionalmente considerados fértiles para el crecimiento espiritual— son ahora inmediatamente ocupados con estímulos digitales. Como señala Mircea Eliade, las tradiciones auténticas entendían que el crecimiento espiritual implicaba transitar un “camino difícil” hacia la transformación interior. En cambio, la cultura de lo instantáneo genera una paradoja: mientras más fácil se vuelve acceder a la “sabiduría espiritual”, más superficial se vuelve nuestra comprensión de nosotros mismos.
La espiritualidad del privilegio
La espiritualidad digital contemporánea presenta una problemática oculta: la promoción de un estilo de vida que vincula la autenticidad espiritual con el poder adquisitivo. Los influencers espirituales comercializan un paquete completo: clases de yoga en estudios boutique, alimentación orgánica costosa, accesorios ceremoniales exclusivos y experiencias transformadoras en destinos de lujo.
Los algoritmos favorecen dicha estética específica: cuerpos jóvenes, espacios minimalistas, productos orgánicos, viajes a lugares “mágicos”. Así se establece una fórmula excluyente que condiciona la legitimidad espiritual al acceso económico, convirtiendo el crecimiento interior en un marcador de estatus social.
¿Cómo ejercer nuestra espiritualidad libremente?
Ante este panorama, ¿cómo podemos ejercer nuestra espiritualidad de manera auténtica y libre? Primero quizás, hay que desarrollar la alfabetización digital espiritual: discernir entre contenido genuinamente útil y marketing disfrazado de sabiduría. Segundo, rescatar la práctica del silencio y la soledad, creando espacios libres de estímulos externos. Tercero, reconocer que la búsqueda espiritual genuina es inherentemente lenta, incierta y personal.
Finalmente, hay que recordar que las tradiciones espirituales más profundas han surgido de la simplicidad, no del consumo. La verdadera espiritualidad siempre ha sido accesible para todos, independientemente de su situación económica.
A manera de reflexión final
La espiritualidad en la era digital no es intrínsecamente buena o mala, es compleja. Cuando la búsqueda del sentido se convierte en marcador de privilegio económico, perdemos algo fundamental sobre la naturaleza universal de la experiencia espiritual humana.
Las herramientas digitales pueden ser puertas de entrada útiles, pero el problema radica en construir un sistema donde la espiritualidad “auténtica” requiere capital específico. En una era que ha mercantilizado lo sagrado, quizás lo más radical sea recordar que la espiritualidad genuina no se compra, se cultiva; no se consume, se practica; no se posee, se comparte. Sólo así podremos crear una búsqueda espiritual verdaderamente libre y accesible para todas las personas.
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