Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9
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Estas dos piezas tienen 5 meses de diferencia: entre mi peor desamor y el inicio de mi relación actual. El tiempo es un maestro cruel y la paciencia su arma más afilada, pero hay una luz que ilumina después de la penumbra: una amiga, un novio, tu mamá. Es cuestión de pasar la tempestad con el calor de una misma. Este año fue para mí uno lleno de aprendizajes, y la madurez que alcancé entre el primer y segundo poema es un viaje que agradezco aunque quise vomitar el corazón.
1: Pocas veces lloro al punto de vomitar.
En las crisis con papá, donde el enojo me sobrepasa,
cuando muere alguien y me apago un poco,
esa noche, cuando dijiste que no, vomité.
Tal vez pensé que podría sacar mi corazón de su escondite entre mis pulmones y la jaula de mis costillas, pasarlo por la garganta y sostenerlo en mis manos. Él es el que me hace llorar. Cobarde.
He pensado en qué haría con él y, como siempre, me voy a los extremos (eso también es su culpa).
Lo explotaría entre mis palmas hasta que deje de moverse, o lo trataría de remendar.
Lo lanzaría contra la pared enfurecida o lloraría sobre él. Parezco creer que mis lágrimas pueden arreglarlo todo, ¿por qué no habrían de arreglar a su creador? ¿Podría siquiera llorar? Y si no pudiera, ¿podría sentirme mal por no hacerlo?
¿Qué vomitaría entonces? Tal vez el alma o mis pulmones. No para dejar de vivir, solo para no hiperventilar. Tal vez mi estómago, así no lo sentiré retorciéndose en sus ácidos y mi tristeza cada que nos cruzamos. Tal vez mi cerebro. Para dejarte en paz. Para dejarme en paz. Para dejarnos en paz. Para dejar de preguntarme si alguna vez hubo un “nosotros” y si ese nosotros aún late. Eso, cuando sé que a ese corazón ya lo vomitamos, explotamos en nuestras palmas y lanzamos contra la pared.
2: No sé cómo es que me resultas tan familiar…
No sé cómo es que me resultas tan familiar,
o por qué se siente menos como si te estuviera conociendo y más como si estuviera recordando quién eres. Cómo cada sonrisa, cada susurro me acerca a la conclusión imposible de que te he conocido antes, te he amado antes, en otro momento, en un lugar diferente, en alguna otra existencia.
Si alguna vez decides envejecer, mi amor, invítame.
Jubilaré mis huesos para hacerte té y leerte poesía, no importa.
Y cuando los años hayan pasado, y hayamos visto mil puestas de sol,
y estemos doblados, nuestros cuerpos torcidos con la edad, pregúntame de nuevo. En el crepúsculo, a la sombra de la vida que hemos compartido, pregúntame si te amo, y mi corazón responderá antes de que mis labios se separen.
Mi amor, mi vida,
mi corazón nunca dejará tus manos.
Siempre, siempre, incluso después.
Todavía y hasta nunca.
Y cuando esté a seis pies bajo tierra con gusanos comiendo mi cerebro, tendrán visiones de ti. Olerán como olías y te oirán llamar mi nombre en una noche iluminada por la luna. Experimentarán maravillas inimaginables mientras se deleitan con el rincón de mi cerebro que te alberga, y albergará siempre.
Incluso después.
Todavía y hasta nunca.
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