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El reflejo de la violencia en el cine mexicano
El cine mexicano se ha consolidado como un mecanismo para denunciar las problemáticas sociales y políticas del país. Uno de los primeros registros cinematográficos fue la cabalgata por Chapultepec en 1896, protagonizada por el presidente Porfirio Díaz, considerada el primer cortometraje realizado en nuestras tierras. Posteriormente, en 1926, Gabriel García Moreno dirigió El tren fantasma, una obra silente que reflejó la situación del México posrevolucionario.
Con el tiempo, el cine abordó temáticas más complejas, como la violencia y la marginación. Ejemplo de ello es ¡Vámonos con Pancho Villa! de 1936, dirigida por Fernando de Fuentes, que retrata la dura realidad de los soldados revolucionarios. Años después, Luis Buñuel presentó Los olvidados, estrenada en el año de 1950, cuya trama constituyó una crítica contundente a la pobreza extrema y la exclusión de los niños en situación de calle, que fueron abandonados por las políticas sociales efectuadas durante el gobierno de Miguel Alemán Valdés.
Durante las décadas de 1940 y 1950, en la época de oro del cine mexicano, surgieron películas que plasmaron problemáticas sociales y políticas, incluyendo la violencia y la marginación. Directores como Emilio Fernández, Ismael Rodríguez y Roberto Gavaldón abordaron estas temáticas en obras emblemáticas como María Candelaria de 1944, Nosotros los pobres de 1948 y La noche avanza de 1952. El cine mexicano, más allá de ser un medio de entretenimiento, se convirtió en un vestigio visual para retratar los problemas más apremiantes de nuestra sociedad.
Hasta finales de los ochenta, el análisis crítico de la realidad política mexicana en la pantalla era escaso. El filme independiente Rojo amanecer de 1989, dirigido por Jorge Fons, abordó la matanza de Tlatelolco y la represión gubernamental de 1968, tema nunca tratado en el cine mexicano. Sin embargo, con el estreno de La ley de Herodes en 1999, dirigida por Luis Estrada, el cine político marcó un hito en el país. Ambientada en el México rural de los años cuarenta, el filme ofrece una sátira despiadada de las intrigas y maniobras políticas de la élite dominante.
Estrada canalizó su indignación política en El infierno, en donde expone el impacto devastador que el narcotráfico y las drogas han tenido en la sociedad mexicana, dicho filme destaca la brutalidad de la violencia como un fenómeno omnipresente. A través de personajes complejos, que oscilan entre víctimas y perpetradores, la narrativa se adentra en historias cargadas de desesperanza, sobre la que refleja una realidad donde no hay finales felices.
Acerca de El infierno de Luis Estrada
En el año 2010, con motivo de la celebración del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, el Instituto Mexicano de Cinematografía lanzó una convocatoria para la presentación de propuestas cinematográficas, cuyo objetivo fue representar la identidad nacional. Bajo este contexto, el cineasta Luis Estrada vio la oportunidad para retratar en el cine un problema de incandescente actualidad para nuestro país. El resultado de esta idea fue El Infierno, una satírica comedia que abordó los temas más sombríos y preocupantes de la realidad mexicana contemporánea.
El Infierno aborda la brutalidad de la violencia en México y todo lo que esto implica: corrupción, crisis económica, desempleo, delincuencia organizada y narcotráfico. La trama comienza con el retorno de Benjamín García a su pueblo natal, tras dos décadas de trabajo en los Estados Unidos, encontrándose con la misma precariedad que lo impulsó a partir.
El protagonista se enfrenta a un México transfigurado, cuyos problemas rebasan los que lo forzaron a huir. La realidad que recibe es desgarradora, su hermano ha muerto por la violencia desatada. Impulsado por la necesidad de encontrar significado a la pérdida de su hermano, Benjamín se adentra en una búsqueda inquisitiva, que lo orilla a vincularse con su cuñada, una hermosa prostituta local, cuya belleza lo cautiva y lo lleva a enamorarse de ella.
Impulsado por el deseo de proporcionar una vida mejor a su familia, y ante la escasez de oportunidades laborales dignas, decide ingresar al turbio mundo del narcotráfico con el respaldo de su amigo de la infancia, El Cochiloco.
A medida que Benjamín se adentra en el mundo del narcotráfico, descubre la corrupción profundamente arraigada en las instituciones mexicanas. A pesar de los constantes peligros que enfrenta, Benjamín tiene momentos de claridad que lo llevan a cuestionar su participación en ese entorno violento. Guiado por una creciente convicción de venganza, su viaje se torna hacia un destino fatídico, donde las decisiones tomadas lo llevan a un final trágico e inevitable.
Luis Estrada en su obra, no duda en mostrar la brutalidad y violencia que caracterizan al mundo del narcotráfico. Benjamín se ve atrapado en una espiral de violencia y traición, enfrenta decisiones morales cada vez más difíciles. Es así que se entrelaza una poderosa conexión entre la corrupción, tanto antigua como contemporánea, con su crecimiento en el siglo XXI. Este metraje desvela no solo la corrupción enraizada en instituciones históricas como la Iglesia y la extinta Policía Federal, sino también cómo esta ha evolucionado y se ha amoldado a la realidad actual.
Al criticar la política de narcoguerra, Luis Estrada expone cómo la corrupción ha permeado incluso en las estrategias gubernamentales diseñadas para combatir el narcotráfico, lo que agrava los problemas en lugar de solventarlos. Esta conexión entre el pasado y el presente resalta la persistencia de la corrupción en la sociedad mexicana, resalta la urgencia de abordar este dilema de manera completa y sistemática.
La transformación de la corrupción y el auge del narco
El tema de la corrupción en nuestro país es sumamente complejo, requiere de un gran esfuerzo gubernamental para ser enfrentado de manera eficaz. Dicha problemática se caracteriza por su omnipresencia y omnipotencia, debido a que afecta en profundidad la vida de la población mexicana.
La corrupción gradualmente mina la vida institucional, desprecia la legalidad y fomenta la inmoralidad en la colectividad. Una sociedad corrupta es, por naturaleza, una sociedad injusta y un territorio en descomposición. Ante la extensión y profundidad de la corrupción en México, enfrentamos un peligro para la seguridad nacional que requiere voluntad firme para ser superada. Sin embargo, la voluntad sola no basta, es necesario comprender la historia de la corrupción para poder combatirla de manera efectiva.
En el transcurso de los años sesenta, el modelo de industrialización, conocido como el milagro mexicano, que se basó en la sustitución de importaciones, comenzó a mostrar restricciones. Este ideal, que fue respaldado por un Estado benefactor y de políticas de control económicas, dejó de ser efectivo. El colapso del modelo posrevolucionario erosionó la legitimidad del sistema político mexicano, que dependía de mantener la estabilidad y el reparto de recursos a través de la corrupción.
En 1982, José López Portillo cedió la presidencia a Miguel de la Madrid Hurtado, representante de una nueva generación de líderes tecnócratas enfocados en la economía y las finanzas. Con Carlos Salinas de Gortari en 1988, la élite política mexicana quedó dominada por tecnócratas, jóvenes educados en prestigiosas universidades privadas. Esta élite no solo se diferenciaba en sus proyectos políticos, sino también en sus métodos de corrupción, como se evidenció en el aumento exponencial de multimillonarios durante el gobierno de Salinas de Gortari, la cual plantó dudas sobre el origen de su riqueza.
Posteriormente, el gobierno de Vicente Fox, enfrentó escándalos de corrupción, que en consecuencia despojó una sombra sobre su gestión. Después de estos acontecimientos, Felipe Calderón asumió la presidencia con la promesa de combatir la corrupción y el desempleo. Sin embargo, su principal enfoque fue la llamada guerra contra el narcotráfico, en la que desplegó más de 50,000 miembros de las fuerzas armadas en una ofensiva contra la delincuencia organizada. Las cifras oficiales señalan que, desde 2006 hasta enero de 2012, al menos 47,500 personas murieron como resultado del narcotráfico, pero estimaciones extraoficiales elevan esta cifra a 150,000, según Nubia Nieto en un artículo publicado en 2013.
Corolario a lo anterior, durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, la corrupción alcanzó niveles alarmantes, exacerbó la percepción de desconfianza hacia las instituciones. Casos emblemáticos como el de la Casa Blanca y el desvío millonario de recursos públicos a través de la Estafa Maestra dejaron al descubierto redes de complicidad entre altos funcionarios y empresarios. Con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia en 2018, se anunció un cambio estratégico en el combate a la corrupción y el narcotráfico, en el que se priorizó atender las causas sociales que generan violencia, las cuales son la pobreza y el desempleo. Sin embargo, esta postura generó debates, ya que mientras se reportaban ligeros avances en programas sociales, los índices de homicidios y desapariciones no disminuyeron.
Finalmente, el caso de México ilustra cómo la corrupción y la impunidad persisten, incluso frente al fortalecimiento de la pluralidad democrática y la implementación de sistemas de pesos y contrapesos en la política. Esta realidad puede entenderse únicamente al reconocer que los nuevos actores políticos, lejos de combatir estas prácticas, las han incorporado como parte de su modus operandi, perpetuando un ciclo donde la falta de rendición de cuentas y la tolerancia social consolidan la corrupción como un elemento estructural del poder.
Conclusión
A modo de cierre, El Infierno de Luis Estrada constituye una obra cinematográfica de gran relevancia para analizar las complejas dinámicas entre la corrupción, el narcotráfico y la violencia en México. La película, con su incisiva visión, se erige como un espejo cultural que revela las raíces históricas y las transformaciones contemporáneas de la corrupción, planteando interrogantes urgentes sobre la responsabilidad colectiva y la necesidad de un cambio estructural en el tejido social y político del país.
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