Facultad de Ciencias
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En la reciente Noche de las Estrellas 2024, algunas personas me preguntaron, mientras observábamos a través de los telescopios, si era posible ver nebulosas, galaxias o cometas. Lamentablemente, les comenté que en Las Islas no era posible observar todo eso que esperaban, que por el momento solo podíamos ver planetas y las estrellas más brillantes del firmamento. Con una ligera decepción, pero aún así animados, se acercaron a los numerosos telescopios de diferentes ópticas ofrecidos por las organizaciones participantes. Aunque uno puede recomendar viajar a zonas fuera de la ciudad, esto implica una inversión de tiempo y dinero a la cual no todos pueden acceder, convirtiendo el derecho a los cielos oscuros en un privilegio.
Pienso que sí, nuestras ciudades deberían tener lugares accesibles para observar el cielo. El problema es que, en una ciudad donde la delincuencia también es frecuente, es común que entren en conflicto la idea de un cielo más despejado con áreas iluminadas para reducir la posibilidad de delitos.
La contaminación lumínica afecta principalmente en cuatro aspectos: el equilibrio de los ecosistemas, las observaciones astronómicas, el patrimonio cultural y la salud. Los ciclos de día y noche, que han sido constantes durante millones de años, ahora están alterados, lo que impacta funciones biológicas esenciales como la reproducción, la búsqueda de alimento, la migración y la floración, las cuales están adaptadas a estos ciclos naturales de luz y oscuridad.
La alta exposición a la luz artificial durante la noche interfiere con nuestro reloj biológico y suprime la producción de melatonina, lo que, a largo plazo, puede ocasionar problemas cardiovasculares, cognitivos y metabólicos. Los astrónomos también se ven gravemente afectados, ya que aunque existen telescopios espaciales libres de contaminación lumínica y atmosférica, su alto costo limita su acceso a solo unos pocos países. México, por su parte, depende en gran medida de los telescopios y observatorios terrestres para continuar sus investigaciones, como el de Tonantzintla en Puebla o el de San Pedro Mártir.
Culturalmente, México ha mantenido una conexión profunda con el cielo nocturno. Las antiguas civilizaciones mesoamericanas utilizaban el cielo para determinar el momento adecuado para sembrar, llevar a cabo ceremonias religiosas y estudiar el cosmos. Además, la orientación del cielo fue esencial en la arquitectura, como lo demuestra el Observatorio de El Caracol y la Calzada de los Muertos en Teotihuacán, entre muchos otros ejemplos.
Generar estrategias para que los ciudadanos puedan apreciar el cielo nocturno no es una tarea sencilla. Sin embargo, podemos llevar a cabo acciones concretas que transformen el derecho al cielo oscuro en una realidad y no en un privilegio. Aunque no podemos pedir que las ciudades dejen de usar luz, una estrategia viable sería crear espacios específicos en colonias determinadas, donde, al menos durante 30 minutos, se apague la mayor cantidad de luces con el apoyo de los vecinos. Esto, por supuesto, debe realizarse en coordinación con las fuerzas de seguridad pública.
Centros educativos como los PILARES podrían ser lugares ideales para instalar telescopios y permitir a las personas experimentar la diferencia entre un cielo con contaminación lumínica excesiva y uno más oscuro.
Otra estrategia consiste en ajustar las luminarias de luz blanca, que generan efectos de dispersión, por luces más cálidas. Esto no solo reduciría el impacto de la contaminación lumínica, sino también el consumo de energía asociado a la iluminación innecesaria.
Si deseas conocer qué zonas en México están menos contaminadas, puedes utilizar el light pollution map: https://www.lightpollutionmap.info/
Referencia: Pelegrina, Alicia, et al., coordinadores. Contaminación lumínica: Ciencia para las Políticas Públicas. Editorial CSIC, 2024.
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