Facultad de Economía y Facultad de Arquitectura
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La vestimenta más allá de una expresión de nuestro ser, creencias y pasiones, ha terminado por convertirse en una mercancía, un conjunto de productos que todos consumimos, utilizamos y con los cuales estamos íntimamente relacionados. Pensar que en la actualidad existen tantos problemas sobre el cómo nos bombardean las redes sociales, los medios y la publicidad con sus campañas del “ser humano perfecto”, hace que en algún punto todos hayamos anhelado llegar a ese ser utópico, tan bello que sea digno de ser expuesto como el modelo a seguir. ¿Pero esto siempre ha sido así?
Cuando hablamos de modas y estereotipos tal vez pensamos en los últimos siglos, sin embargo se nos olvida que esto viene desde la cultura prehispánica, desde ahí se usaba la vestimenta para jerarquizar a la sociedad. Entre hombres y mujeres existió una división, igualmente entre clases, desde el Tlatoani hasta el Macehualli. Hacia la época colonial, esta división de clases era del orden nobiliario-militar, sublevado a las tradiciones europeas imperantes.
Históricamente todas las sociedades han implementado un sistema jerarquizado de clases, por ende, un sistema jerarquizado de vestimentas. Es por esto que considero difícil no concebir a la vestimenta como una forma de demostrar pertenencia, lo hacemos con nuestra banda musical favorita, nuestra serie o película, y hasta con las características culturales de nuestra nación.
¿Pero si estos arquetipos no han sido constantes, cómo es que las relaciones históricas se han transformado? La respuesta la tenemos al alcance de nuestro espejo al momento de vestirnos, al momento de abrir cualquier red social en nuestro celular, al momento de encender la televisión y al caminar por las calles y ver un promocional. Todas estas expresiones que la mercadotecnia usa en el siglo XXI son la mayor herramienta del capitalismo, el cual ha modificado las relaciones sociales y rige el discurso del cómo, cuándo y por qué vestir de cierta forma.
El capital se encuentra en las dinámicas de la producción, distribución y consumo de estos estereotipos e ideas que están guidas por una industria necesitada de una venta inmediata de sus mercancías. Ante las grandes innovaciones tecnológicas y la sobreexplotación del trabajo, la industria de la moda lo que más necesita es a quién sobrevestir, hasta ropa para animales tenemos (cuando biológicamente han evolucionado para sobrevivir sin que un humano los vista y “proteja”). Creando nuevas alternativas para trasladar esa necesidad material del sistema, el cual dicta cómo nos vestimos y cómo nos hace sentir el usar tal o cual prenda.
¿Entonces, cómo te ven te tratan? Sí.
Desde pequeños, la sociedad nos enseña que el “bueno” es un hombre blanco trajeado, y el “malo” es el señor recostado en la banqueta a la vuelta de tu casa, pero por qué, ¿de dónde vienen estos estereotipos? ¿Por qué la mujer de tez clara siempre será más atractiva que la de ascendencia indígena? ¿Por qué uno tiene que estar a la moda y encajar con un papel determinado en la sociedad?
Todos en algún momento de nuestra vida hemos padecido de alguna crisis debido al cómo nos vestimos-sentimos. El discurso del que tanto se ha hablado siempre termina ganándonos, sabiendo que es una categoría imaginaria, lo terminamos aceptando porque todos los demás también lo han aceptado. Pareciera que es algo que llegó para quedarse.
Actualmente vivimos en un mundo interconectado en todos los aspectos, donde conseguir cierto tipo de prendas ya no es tan complicado como lo era antes. Pero ahora, ¿cómo se refleja esta desigualdad social, si pareciera que todos podemos usar la misma camisa con materiales iguales? La respuesta se encuentra en el proceso histórico de la creación de marcas. Cuando un niño, adolescente, o adulto adquiere una prenda ya no es tan relevante de qué material está compuesta, sino a qué marca pertenece, porque el sentido de pertenencia (estatus) sigue con este tipo de empresas dirigidas a crear sectores homogéneos a nivel cultural, divididos por su nivel de ingresos.
Las marcas también contribuyen a la implementación de estereotipos, la gente que representa a las marcas suele cumplir con ciertos estándares de belleza bastante cerrados. No solo importan el material o la marca, sino que también influye la raza, el género o características físicas ligadas al peso. Es decir que una persona en la actualidad aunque se vista a la “moda” si no cumple con ciertos estándares (estereotipos), no pertenecerá a estas tendencias.
Esto definitivamente ha dañado la salud mental de adolescentes, niños e incluso adultos. El querer aspirar a algo irreal, donde las redes sociales te muestran una fantasía es algo que nos mantiene cautivos, porque a todos nos gusta lo que se nos impone como algo bello.
La industria ha preservado e intensificado estos espacios de ficción, creando conductas de consumo interminables, que nunca serán suficientes. Las modas son cada vez más pasajeras, la tendencia del fast fashion parecen ser algo que llegó para quedarse. El hecho de que una moda o tendencia no dure más de 6 meses, es un gran conflicto para todos, porque aunado al daño ambiental, estamos inmersos en una cultura de consumo irresponsable, cuando realmente las modas no se van de un día para otro, se han transformado, haciéndonos creer que es algo “nuevo”, continuando con un ciclo interminable de consumo, un consumo jerarquizado, donde los exponentes de estas modas son aquellos que cumplen con los mayores estándares de lo perfecto.
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