Facultad de Filosofía y Letras
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Desde aplicar la ley del hielo en clase o “sugerirle” a un estudiante que cambie de carrera, hasta separar al grupo por bachilleratos de procedencia y obviamente el abuso sexual, son algunas de las manifestaciones de violencia efectuadas por el cuerpo docente de las que la comunidad universitaria ha sido víctima.
Algunos casos denunciados ante las instancias correspondientes se quedan como un papel más en el archivero. Recuerdo cuando una persona cercana a mí me platicó que fueron a reportar a un profesor de un Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) por humillar constantemente a un compañero ante el grupo. Al día siguiente el profesor comentó antes de dar la clase: “¿Qué creen, chavos?, ya me dijeron que los trato mal. No pasa nada, conozco a alguien de la dirección”. El mismo profesor también contaba con denuncias por acoso sexual. Ya no da clases en el CCH y no puedo sentir mayor alivio que saber que ya no habrá estudiantes que pasen por tan desagradable experiencia. La violencia docente afecta el desempeño y el rendimiento académico.
A lo largo de mis estudios en la licenciatura me han compartido experiencias, más por desahogo que por buscar una solución, ya que muchos casos se desechan. Pero me ha llamado la atención un patrón presente en distintas facultades: “Es que el/la profesor(a) sabe mucho, pero su trato es horrible”, “No tengo otra opción más que cursar la materia con él/ella, porque si no, me quedo estancadx”. Es sorprendente lo que parte de la comunidad estudiantil soporta con tal de avanzar en sus estudios.
No se toma en cuenta que estudiar, a pesar de hacerlo en una institución pública, requiere de gastos de transporte, alimentos, libros y materiales. La comunidad foránea, además, paga vivienda y servicios. Estudiar requiere de energía tanto de la familia como del propio estudiante, misma que se agota si a la vez tiene que lidiar con el maltrato de un profesor o profesora.
Como hija y amiga de docentes comprendo la grave situación de sobreexplotación laboral que gran parte del profesorado vive, a tal punto de tener que buscar un segundo, tercer o cuarto empleo para poder cubrir sus necesidades básicas y las de sus familias. Además, un punto importante que hay que poner sobre la mesa es que la violencia se aprende, por lo que no resulta ilógico pensar que aquellas personas docentes que ejercen violencia muy probablemente la vivieron como estudiantes. Sin embargo, esto no justifica que el profesorado actual ejerza violencia contra la comunidad estudiantil, ni contra sus colegas, ni demás personal de la universidad.
Es evidente la necesidad de dar seguimiento y brindar una solución óptima a los casos denunciados, porque si bien parte de la comunidad estudiantil no se queda callada, la realidad es que en el momento en que denuncian no se les atiende. Del mismo modo, por el beneficio de la futura comunidad profesional, lxs docentes de la universidad deben recibir una formación que les permita ejercer su labor de manera ética. No basta con que posean gran cantidad de conocimiento, también se necesita que orienten, motiven, debatan, agradezcan, inspiren, retroalimenten, escuchen, trabajen con los estudiantes en busca del beneficio común.
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