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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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Foto de Hatice Baran / Pexels
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Daniela Tobón Chávez

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Sur

Estudiante del CCH Sur, me encanta leer diferentes géneros y descubrir nueva música de diversas épocas. Me apasiona investigar sobre mujeres que han incursionado históricamente en las artes, y sobre todo en la ciencia.

Judith Reyes; una voz femenina contra la represión

Número 10 / JULIO - SEPTIEMBRE 2023

Semblanza de la “La Tamaulipeca”.

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Daniela Tobón Chávez

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Sur

Judith Reyes fue considerada por muchos como “la madre de la canción de protesta”, una verdadera historiadora que, con su áspera y energética voz y sus composiciones llenas de poder y libertad, logró transformar los sucesos de 1968 en una crónica cantada por ella misma, y acompañada por las cuerdas de su entrañable guitarra. 

Origen de La Tamaulipeca 

De familia pobre, Judith Reyes nació en Ciudad Madero, Tamaulipas en el año de 1924, aunque más tarde se mudaría con su familia a Tampico. Desde pequeña, “Judas”, como era llamada por el pueblo, siempre tuvo un espíritu libre y rebelde; jugaba con resorteras, le encantaba leer y se negaba a ir a la iglesia o a rezar. Fue su padre quien le dio lo que sería su mayor tesoro, según el músico Arturo Silva “una guitarra sexta doble con las cuerdas y maquinaria oxidadas”, y desde los 12 años la música y el canto fueron su forma de expresión. Al cumplir 18 se mudó a la Ciudad de México, donde formaría el Dueto Alarcón, junto a Eduardo Alarcón, su primer esposo. Judith llegó a alcanzar el estrellato con sus composiciones, algunas interpretadas por Jorge Negrete. 

Canción se conjuga con protesta

A pesar de su reconocimiento nacional, adoptaría luego a la canción como una forma de manifestación, recurriendo al corrido mexicano tradicional para darle voz a los campesinos, para describir las luchas sociales y la huella de la pobreza y el hambre (que ella misma había vivido de niña) en el país. Ella se transformó, y decidió luchar usando como arma las letras, su voz y su guitarra, dándoles un sentido liberador y de protesta.

A partir 1968 Judith Reyes formaba ya parte del grupo de músicos “prohibidos” y censurados, e iba a tocar en las marchas y plantones con su hijo Josué en brazos, incluso a pesar de la fuerte presencia de cuerpos de la autoridad. En octubre, Judith, que se encontraba internada en un hospital por problemas de salud, comenzó a crear un manifiesto, una crónica del movimiento estudiantil escrita en versos, reconstruyendo la historia a través de lo que leía en periódicos y lo que escuchaba de los testigos, cual historiadora. Una vez saliendo del hospital, empezó a cantar en las organizaciones estudiantiles, y las 10 canciones en las que logró documentar el movimiento se fueron difundiendo a través de folletos o cancioneros.

La censura

Debido al impacto que su arte revolucionario logró tener, La Tamaulipeca se enfrentó a una fuerte persecución política: fue amenazada, secuestrada y encarcelada. A menos de un año de la matanza de Tlatelolco, en julio de 1969, Judith fue secuestrada por integrantes del Estado Mayor Presidencial. Según narra Liliana García (Judith Reyes. Una mujer de canto Revolucionario, 2008) en este episodio espeluznante, con los ojos 

cubiertos de cinta y las manos atadas, la subieron a un auto con dirección desconocida, presumiblemente a una caballeriza, según logró adivinar confiando en su oído y su olfato. Se le condujo entonces a una oficina para que un funcionario pudiera verla. Luego la regresaron a las caballerizas, a un calabozo sucio y húmedo, y le descubrieron la cara sólo para tomarle fotografías. La tenían custodiada a punta de fusil, y la interrogaban constantemente, tratando de convencerla de que abandonara las canciones de protesta. Pero Judith no dejaría que silenciaran, así que, en lugar de prometer no volver a escribir canciones de protesta, se puso a cantar una de ellas, la “Canción de la Universidad”. Le obligaron a tomar una bebida alcohólica, que, debido a su reciente operación, le podría resultar mortal. No obstante, Judith no era cobarde y se bebió el vaso, y una vez borracha, brindó: “¡Por Díaz Ordaz!”.

Al fin fue liberada gracias a la demanda popular. Despertó en un auto abandonado, y decidió exiliarse en Europa

No fue hasta 1974 que consiguió grabar su disco “Crónica del movimiento estudiantil de 1968” que constituye una memoria histórica que no debe quedar en el olvido. También grabó discos en Francia y en Italia, y en su acervo se encuentran más de 300 canciones.

Conclusión

La historia de La Tamaulipeca nos deja reflexionando cómo es que la música más allá de ser un arte, es una forma de expresión y comunicación social, cultural e histórica. Gracias a esto, la música puede llegar a considerarse un medio de comunicación que actúa como “testigo” de los diferentes sucesos que van surgiendo a lo largo del tiempo, un arte de memoria que, al ser una forma de expresión, no se encuentra exento de sufrir de la atroz censura. 

Por otra parte, se entiende también que, en la música, al igual que en el resto de las artes, el autor plasma en su obra su visión de la sociedad en diversos aspectos, y, de igual manera, expresa sus sentimientos, opiniones y emociones. Esta visión o mensaje es captada e interpretada de diferente manera por el público, es decir, depende enteramente de él el significado que se le da. La obra de Judith Reyes está repleta de una profundidad histórica que depende de la audiencia para interpretarse, y, sobre todo, para conservarse en la memoria la huella de los hechos tan cruentos de 1968 que forman ya parte importante de la historia del país. 

Fuente: Cato, S. (2019) Ellas: Las mujeres del 68. pp. 21-32. México: Ediciones Proceso

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Judith Reyes; una voz femenina contra la represión

2 respuestas

  1. Muy interesante el artículo, desconocía la historia de la tamaulipeca.
    Coincido en que la música nos ayuda a contar historias e incluso en ocasiones puede llegar más lejos el mensaje si se hace a través de una canción

  2. Magnífico texto, el cual se debería difundir hasta el más lejano rincón de México, a igual sus canciones y vivencias.

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